Opinión

Violencia es mentir(se)

Escribe: Prof. Guillermo Ricca, Dr. en Estudios Sociales de América Latina

En alguna parte de su extensa obra, Jacques Derrida define a la política como una forma de economía de la violencia; es decir, una forma de reducir, lo más que se pueda los efectos de la violencia porque ésta es constitutiva, estructural, por tanto, ineliminable.

En la Argentina de Milei y sus secuaces, es al revés: la política es una forma de alimentar la violencia: es echar nafta a todos los fueguitos encendidos que hay por ahí. En algún punto, Milei, como todos sus antecesores fascistas hace suya la lógica de Carl Schmitt: la política se rige por la lógica amigo/enemigo que es la lógica de la guerra. No se trata, claro está, del amigo particular ni del enemigo personal, se trata del hostis público, el enemigo de la sociedad en su conjunto o de las mayorías democráticas.

Lo confuso en la ejecución de la violencia mileista es que se detona contra los enemigos de la especulación financiera y las ganancias cuasi delictivas (caso Libra) y se descarga contra empleados del Hospital Garrahan, las Universidades Nacionales, además de científicos, periodistas, artistas, músicos, etc. ¿Por qué confuso? Porque todo eso parece no ser más que una mascarada, un semblante  para ocultar otras cosas: por caso, el desarme del carry trade y la posibilidad cierta de una devaluación, la altísima calificación de riesgo del país que no llega ni a mercado emergente, lo cual quiere decir que debe endeudarse a tasas extorsivas, si alguien le presta. Argentina es menos confiable que una dictadura africana.

La creciente tasa de desocupación y la caída del consumo que no repunta a valores anteriores al 10 de diciembre de 2023, son otras realidades que no se pueden tapar con la mano, como tampoco el aumento alarmante de personas en situación de calle en todo el país, buscando comida en la basura, no sólo en las grandes ciudades. Ni hablar de la costumbre de apalear ancianos de Patricia Bullrich.

Lo más confuso son los niveles de popularidad de un gobierno que ha provocado el desastre que otros gobiernos similares (dictadura, alianza, macrismo) se tomaron cuatro años para provocar.

Spinoza dice en alguna parte de su no tan extensa obra que los seres humanos vivimos la mayor parte de nuestra vida en una instancia o dimensión imaginaria, es decir, adheridos a una imagen mental que tenemos de las cosas. Quizás el estilo chabacano, soez y sacado de Milei impacta en sectores donde un amplio resentimiento anida, como el “huevo de la serpiente”. Es un sector policlasista: desde los cordones de miseria que rodean a las ciudades, hasta el clasemedismo y ni hablar de los más ricos que la están juntando con pala. Ese resentimiento, común a una franja que atraviesa, transversalmente, a todos esos sectores, está hecho de un anti intelectualismo, un desprecio por la cultura y una pasión por la ignorancia que encuentran en este gobierno condiciones inmejorables para su expansión.

Pasión por la ignorancia es el deseo de no saber, de no tener que romper la imagen a la que se está adherido porque es la única que sostiene la propia subjetividad. Si la imagen se desmorona, uno se desmorona con ella.

En los sectores de clase media y ricos, esa imagen es la fantasía de un país sin peronismo o de cualquier expresión política que represente los intereses de las mayorías populares. El odio al peronismo es el semblante del odio a la democracia, es decir: la expresión de una ambición: que otros no puedan disfrutar de lo que yo disfruto por mérito propio (otra instancia imaginaria: recomiendo los desarrollos de Joseph Stiglitz sobre esa mentira). Ese desprecio se expresa en los prejuicios con que suelen ser aludidos, sobre todo por la clase media: vagos, planeros. La clase media tiene una imagen de sí misma que es contagiosa porque nadie quiere ser identificado como pobre, porque eso equivale a ser identificado—imaginado—como negro, como chorro, como planero, como una lacra. La invención de ese imaginario es el producto más genuino de la clase media que no existiría si no fuera por las políticas del Estado de Bienestar. En Argentina, ese Estado es una invención del peronismo.

No estaría de más recordarles que, por caso, los recicladores urbanos (cartoneros) trabajan más de 12 diarias, muchos de ellos, recorriendo las ciudades a pie en condiciones deplorables. Sin ese trabajo, nuestras ciudades serían invivibles.

Chiques libertarios: los cartoneros son emprendedores, como ustedes, no lo olviden.

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