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Un casi adiós a Hebe - Mi vieja, las Viejas y la más joven de las Viejas

Publicado el Domingo, 27 Noviembre 2022 09:22 Escrito por Hugo Pérez Navarro

Cuando estábamos en La Plata, en la fatídica U 9, prisioneros y rehenes de la dictadura militar, empezamos a recibir noticias sobre las madres de algunos compañeros militantes barriales, estudiantiles y sindicales que estaban desaparecidos; es decir, que habían sido detenidos sin que la policía, los militares y las diversas fuerzas de seguridad los reconocieran como tales. El vendepatria  Videla  –cabeza de la horda de asesinos que había asaltado el poder–,  en un rapto de su reptilínea imaginación, farfulló que los desaparecidos estaban “paseando por Europa y hablando mal del país, es decir de ellos, los dictadores, los asesinos, los saqueadores.

Por cierto, y como suele ocurrir en estos casos, las primeras informaciones eran bastante genéricas y confusas. Pero con el andar de las semanas y los meses, fueron haciéndose más precisas y concretas.

Se trataba de madres de compañeras y compañeros – de nuestra militancia– que habían sido detenidos y a los que los milicos negaban; frente lo cual “las Viejas” -como empezamos a llamarlas-, habían empezado a hacer rondas, todos los jueves, en Plaza de Mayo, llevando cada una un pañuelo blanco en la cabeza, que habían comenzado a usar en sus primeros encuentros, para facilitar el reconocimiento entre ellas. No sabían, por cierto, que esos pañuelos irían creciendo en fuerza simbólica, en consistencia moral, llegando a trascender a las de los diversos sectores del campo nacional y de las organizaciones libres del pueblo.

Así fue cómo, más de una vez,  en las visitas, mi Vieja supo contarme que se había sumado a varias de las varias movidas que hacían en la Plaza San Martín, de Mar del Plata, “las de los pañuelos”, aunque sin integrarse a ellas, dado que las causas y los frentes de lucha eran paralelos aunque no los mismos. Para entonces, los pañuelos habían empezado a ser un símbolo, un distintivo, una bandera múltiple y una para denunciar la falta de justicia, la violencia y los crímenes de la última dictadura, frente a los cuales gran parte de la sociedad argentina permanecía indiferente, guardando un silencio que, inspirado a veces por el temor solía desplazarse en algunos casos hacia la aquiescencia y, en otros, hacia la complicidad. Algunos tardaron décadas para manifestarlo abiertamente ahora, en los últimos tiempos.

Lo cierto es que, entonces, “las de los pañuelos”, “las Viejas”, se plantaron: no sólo los jueves, sino todas las veces que se hizo necesario plantarle cara no sólo a la dictadura sino a sus verdaderos impulsores, patrones y beneficiarios.

Porque nadie, seriamente, podría creer que quien demostró el carácter criminal de la última dictadura, poniéndose a la cabeza de la lucha sin miramientos ni especulaciones, marcándole la cancha, haya sido el pobre Raúl Alfonsín, con sus enojitos y sus bracitos colocados como el publicitario Ratto le decía que era más conveniente. Ni los partidos políticos, que recién el 16 de diciembre de 1982, cuando el gobierno oligárquico-monopólico-militar, que no había vacilado en castigar brutalmente las protestas de los trabajadores y que, tras la claudicación de Malvinas, empezaba a desgranarse solo, como un maíz seco. En diciembre de 1982 ya era posible salir; era bastante más fácil. Recién entonces los “políticos” desempolvaron un poco sus trajes y se animaron a salir a la calle, a hacer lo que las Madres venían haciendo desde hacía años, desde poco después de iniciada la dictadura.

Las cosas se habían ido dando prontamente, demasiado rápido, haciendo que Hebe Pastor de Bonafini –Hebe Bonafini o, más simplemente, Hebe–, se transformara en la referente de las Madres de Plaza de Mayo y en la voz más lúcida y aguerrida de la conciencia nacional y de los intereses populares, que invariablemente van juntos.  

Desde allí impulsaría y se sumaría a las nuevas etapas de la lucha contra los vestigios de la dictadura, el crimen y el saqueo, criticando las vacilaciones alfonsinistas y la traición menemista; aportando vigor moral y político para salir del desastre de 2001 y poniendo –siempre–  la cara, las ideas y la voz en el momento justo, aportando lucidez moral a la etapa de consolidación política e institucional que se iniciaría a partir de  2003.

Lo demás, por más nuevo y más fresco, es más conocido: tanta valentía frente al terrorismo de Estado no podía sino generar el odio de quienes expresan los mismos intereses que aquellos, aunque travestidos en “políticos democráticos”, siempre enfrentados al interés popular.

Tal fue la fuerza de la conciencia de Hebe, que además de señalar en la lucha contra el nódulo corrupto inserto en el poder judicial, al que los supuestos periodistas serios  insisten en llamar “la justicia”, que no escasearon las ironías ni el desprecio en los mensajes que muchos de ellos dejaron sobre su muerte, en columnas donde no faltaron alusiones a su temperamento y a su franca posición irreconciliable frente a los crímenes y a las políticas y acciones económico-políticas que inspiraron tales crímenes, hablaron, sin que se les cayera la cara, del “resentimiento” de Hebe. Podría entenderse que fuera así, que hubiera resentimiento: al fin y al cabo, le quitaron dos hijos: no los militares, sino sus mandantes: los grandes terratenientes, el capital concentrados, los sectores vinculados a “la Embajada”, como dicen, en alusión a la norteamericana.

Sin embargo, lo que parecía resentimiento, siempre fue lucidez, coherencia y sí, una gran desfachatez para decir y hacer lo que entendió que era justo y necesario. Como los jóvenes, entre los cuales estuvieron sus hijos y los hijos de todas las Madres y los de las Abuelas: los chicos y chicas que hoy no están y que buscaban hacer de este un país justo, libre de cadenas políticas y económicas que nos ataran a las canalladas de país alguno. Por cierto, en la mitología griega, Hebe es el nombre de la deidad que expresa a la juventud. Acaso fuera esa lúcida desfachatez lo que permitió que sus palabras iluminaran las conciencias de muchos argentinos y argentinas, porque cuando, frente a los pillos que pretenden robarnos en nombre de teorías de más de 300 años, esta “Vieja” hablaba, era más fácil saber que nos estaban mintiendo, y enojarnos y reaccionar y sentir que una brisa fresca nos acariciaba el corazón y nos azuzaba la inteligencia.

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