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El país perdido

El racismo y la xenofobia -rechazo y exclusión a las personas por creerse y creerlas distintos- nace de un profundo complejo de inferioridad frente a un Otro estigmatizado como peligroso. No es cuestión de raza o etnia, lo cual es una ideológica taxonomía etnocentrista de dominio y Poder. Tampoco es una cuestión política ni religiosa: en realidad, es una maldad más profunda, que afecta al que la promueve y al que la sufre; una sobreestimada creencia -y soberbia- de falsa superioridad respecto a un Otro que lo interpela subjetivamente sólo por el hecho de existir, porque es un odio y rechazo gratuito, nacido de frustraciones, envidias y temores personales, familiares y devenido también en tradiciones. O inducido.

 El racismo y xenofobia libertaria, es un atropello contra los valores y dignidad de las personas.

El racista y xenófobo se promueve a sí mismo mejor que Otro. Decir “gente de calidad”, “gente de bien”, ya es dividir, separar; y decir “marginal”, “inadaptado” y epítetos similares, es un odio al Otro. Y ese odio, un pecado contra lo humano. Tanto para el que lo hace nacer del corazón como al que daña. En el fondo, un temor que deforma a quien va dirigido, chivo expiatorio de la propia mala fe e incapacidad. El racista, el xenófobo, el que odia, no quiere que el Otro exista. Lo percibe como una amenaza y su respuesta es un odio que se manifiesta de maneras diversas, aún con comentarios u opiniones que le parezcan inocentes. Pero no lo son, es otra cara de la violencia.

La omisión familiar especialmente, y cualesquiera institucional, son responsables de ese prejuicio. También cuando se enseña, porque el prejuicio, la xenofobia, se aprende. De allí que lleva al sentimiento de rechazo y a la ira. No surge por generación espontánea. Nace por negligencia y desidia de los responsables de las personas. Ni la marginalidad, ni la pobreza, ni la injusticia, ni las historias personales y familiares, tanto como la desigualdad estructural de la codicia, son excusas para ese odio. Aunque odian más los ricos que los pobres. Y odia aún más, la autodenominada clase media, que por una posición económica y culturalmente un poco más favorable que la mayoría, rechaza a los sectores humildes en su ambiciosa pretensión de imitar y querer ser una clase superior. La singularidad entre los hombres es ínsita no sólo a su dignidad, resplandece por el ser y no por el tener; por su virtud, y no por los bienes o el Poder. Lamentablemente muchos trabajadores de condición humilde y los que han tenido una vida con más oportunidades, y que han progresado o buscan hacerlo, rechazan su origen y condición, negando de donde provienen.

¿En qué se ha transformado nuestra Comunidad Argentina que el odio, la violencia simbólica y fáctica, la desidia y la mentira, la ilegalidad que atenta contra la Justicia, reinan en esta obscuridad que cubre al País, que no nos vemos ni reconocemos como personas?

 El sujeto persona ha sido reemplazado por el sujeto económico. ¿No merecemos ser algo más que productores de riqueza, y encima para otros? ¿No nos merecemos el bienestar y la felicidad? Creer en el Otro, confiar en el Otro, ser solidarios los unos con los otros. ¡Qué nos ha pasado que cobardemente dejamos a la maldad asentarse ominosamente con sus faldas negras sobre nuestros jubilados, empleados públicos, discapacitados, enfermos, desempleados, pobres y marginados, judicializando y amordazando con represión las voces que claman justicia! ¿De qué prisión del corazón se han escapado todos esos males del infierno como Caja de Pandora, humeantes y malignos, contaminando las redes sociales y los medios de comunicación con discursos soeces y malos ejemplos mostrados impúdicamente? ¿Cuál es nuestra responsabilidad, valentía u omisión frente a esta barbarie? Se naturaliza como normal la fragmentación social, la ignorancia, el insulto e irrespeto, el estéril materialismo, el desprecio a los valores humanos y a la espiritualidad, los discursos de odio y la incitación a la violencia, el rechazo al Conocimiento, a la solidaridad y a la Justicia Social.

No hay que retroceder ante esa insolencia del mal. Éste es un llamado a nuestra conciencia. Lo bueno existe, y lo malo también. Somos cómplices si éste persiste y no hacemos nada. La indiferencia es la única condición para que la maldad prospere. Vemos, oímos y percibimos como se denuesta a las personas por pensar distinto, por ser distintas, promoviendo la discriminación y la ira si hay disenso. Y nadie duda de que en nombre de la libertad se cometen graves crímenes.

La desesperanza de la gente también proviene en gran medida de la inutilidad e inacción de las Leyes, que nunca castigan delitos políticos y económicos que empobrecen y desamparan a la población; todos sabemos de la impunidad presente y futura de la que se aprovechan los saqueadores del Pueblo. Ni hablar de la delincuencia común y del Poder, de los que abusan y envenenan a jóvenes e inocentes.

En el País, nos necesitamos mutuamente, sin exclusiones. Pero muchos de nuestros dirigentes están enfermos de codicia y ambición; permiten que el racismo, el insulto, el autoritarismo y la violación de la Ley se impongan desparramados como mala semilla. No se dan por aludidos que por su omisión y oportunismo también son responsables de que la cizaña crezca. No es solamente por los que nos gobiernan. El árbol se conoce por sus frutos, pero la higuera seca, ¿Qué fruto puede dar? ¿Cómo puede ser que, viendo la maldad y la crueldad manifiesta de este gobierno, su alineamiento con los grandes grupos económicos dejando que el extranjero decida nuestra política, nosotros y nuestros dirigentes nos quedemos de brazos cruzados esperando y entrando en el obsoleto juego partidocrático y electoralista, cada dos, cada cuatro años, mientras la gente sufre? Los corderos llevados al matadero son inocentes, pero, ¿quiénes los llevan?

Muchos de nuestros jóvenes deambulan perdidos, desesperados y descreídos de todo Bien por ese vacío de sentido; de un ideal, de una pasión o creencia espiritual por tantos malos ejemplos, tanta maldad y sinsentido manifiestos. No les ofrecemos objetivos de Verdad y Justicia por los cuales luchar. Sólo malos ejemplos. Cuando la llama del entusiasmo, la fuerza y la alegría de la juventud se pierde, el País es quien está perdido.

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