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Martes, 03 Enero 2023 21:40

A grandes zancadas

A las grandes zancadas, pues no era de andar pausado, cruzó la plaza de Mayo con un colaborador. Ya dentro del banco Central encaró por la puerta de una gran oficina, que decia FMI.
Saludó con cortesía estrictamente protocolar y le dijo en voz bien marcada por el orgullo del acto, dejando unos papeles en el escritorio de quien era el jefe del despacho:

Publicado en A paso de Vencedores

Es inminente el anuncio de la entrega al Fondo Monetario Internacional. El gobierno amarillo lo festeja como si fuera un gol de Higuain. La primera imagen que se me vino a la cabeza es una metáfora que se utiliza con frecuencia cuando se enfrenta una situación de catástrofe y las víctimas hacen como que no pasa nada: la orquesta del Titanic que siguió tocando mientras el gran trasatlántico que había impactado con un gigantesco Iceberg, se iba irremediablemente a pique.

Indagué sobre si ese relato fue real o se construyó como un mito. Y encontré datos muy curiosos, con muchos más aspectos equiparables a la situación actual y un simbolismo que permite interpretar lo actual y lo porvenir en el transcurso de una película cuyo final ya conocemos. Nada más que porque la Argentina es como un cine continuado con una sola película que apenas llega al final, vuelve a comenzar; como un sino terrible que no nos abandona por frustrarnos el destino de grandeza que alguna vez nos dijeron que nos correspondía.

La historia de la Wallace Hartley Band, la orquesta que tocó en el Titanic mientras se hundía, se la debemos al relato que Mary Hilda Slater hizo a un diario de Massachusetts (EE.UU.) el viernes 19 de abril 1912; sólo 24 horas después de pisar tierra. Luego otros supervivientes confirmarían que los músicos tocaron hasta la muerte. La orquesta estaba compuesta por ocho músicos y tomaba su nombre del líder, Wallace Henry Hartley, un inglés de 33 años que al igual que los siete músicos restantes,  pereció en el desastre.

La White Star Line -la empresa propietaria del RMS Titanic- había contratado a los ocho músicos a través de la Black Talent Agency, una sociedad de Liverpool que acaparaba la animación musical de los barcos de distintas compañías gracias a sus bajos precios. Por lo tanto, la banda no cobraba sino a través de esta “colocadora de artistas”.

Jock Hume era el violinista de la orquesta. Un joven escocés de 21 años, amable que procedía de una familia de músicos. Por su participación musical cobraba 6 libras con 6 chelines al mes. De esa suma se descontaba el valor del uniforme -que era obligatorio para tocar- y de su mantenimiento.

“Ni Dios mismo podría hundir este barco”, se jactó uno de los 891 tripulantes del opulento buque que zarpó el 10 de abril de 1912 con 1336 pasajeros a bordo, entre ellos, la “flor y nata” de la sociedad angloamericana.

El mundo, al menos el mundo occidental, se encontraba en plena euforia de la “belle époque”. Aunque era “bella” para unos pocos afortunados y muy difícil para la mayoría de los mortales. La sociedad acomodada recogía las utilidades de la revolución industrial que combinaba el esplendor del imperialismo británico con un prepotente capitalismo que se abría paso en andas del liberalismo económico y el positivismo científico. Los avances en el campo de las ciencias y la tecnología inocularon en la sociedad de comienzos del siglo 20 un optimismo irrefrenable. El futuro no podría presentarse más halagüeño. Casi como si leyéramos Clarín o La Nación por estos días.

El buque era una de las maravillas de su época: con casi 270 metros de largo y 30 metros de ancho, en la cubierta del Titanic entraban tres canchas de fútbol. Desde la cubierta principal hasta la quilla, el Titanic medía 57 metros de alto y cada una de sus tres anclas pesaba 15 toneladas. El casco pesaba 46.000 toneladas y cada una de sus cuatro chimeneas medía 48 metros de altura y 7 metros de diámetro.

Pero el navío más grande del mundo era también el más lujoso: un “palacio flotante” cuyas salas, restoranes, salones, piscinas, baños turcos, gimnasios y jardines interiores rivalizaban con los mejores hoteles. Aunque ese lujo estaba reservado sólo para los millonarios y las celebridades que viajaban en primera clase y contrastaba con los sufridos inmigrantes hacinados en tercera clase. Un boleto en la primera clase del Titanic costaría hoy el equivalente a 100.000 dólares.

La White Star Line había previsto inicialmente colocar 64 botes (con capacidad para 60 pasajeros cada uno) para las 2.227 personas que irían a bordo, pero su presidente, Bruce Ismay, decidió reducirlos a sólo 16, más cuatro balsas inflables, para ganar espacio y no “contaminar” visualmente el panorama que se apreciaba desde la elegante cubierta del barco.

La noche del domingo 14 de abril se desató la tragedia. El choque con un iceberg a las 23.40 haría desaparecer al majestuoso buque que nadie volvería a ver hasta que el 1° de septiembre de 1985 la misión del oceanógrafo estadounidense Robert Ballard descubrió sus restos en las profundidades del lecho oceánico.

Para ganar prestigio se propusieron llegar a destino antes del tiempo fijado. Por la misma razón ignoraron las advertencias sobre la presencia de témpanos en la zona por la que navegaba. En la construcción del casco del barco se utilizaron materiales inapropiados. Por razones “estéticas” se redujo la cantidad de botes salvavidas. Estas causas, más una serie de errores e irresponsabilidades se unieron para desencadenar la tragedia que causó la muerte de 1.512 personas, en su mayoría inmigrantes que viajaban en tercera clase y tripulantes.

En el aspecto metafórico, el hundimiento del Titanic significó el fin de una época y con el tiempo llegaría a representar el momento en el que la humanidad perdió su inocencia y su sensación de seguridad. Terminaba el reinado de Eduardo VII en Inglaterra (1901-1910)–, y antes de la Primera Guerra Mundial, los hombres todavía creían que todo lo que vendría sería fabuloso.

Como señala con elocuencia Walter Lord en su libro Una Noche Para Recordar: “En 1912, las personas tenían confianza. Ahora nadie está seguro de nada, y cuanto más inseguros nos volvemos, más añoramos la época dichosa en que conocíamos todas las respuestas. El Titanic simboliza esa época o, lamentablemente, su final. Cuanto peor se ponen las cosas ahora, más pensamos en ese barco y en todo lo que se hundió con él”.

Cierro esta relación en la que me parece ver a un gobierno que festeja el “acuerdo” con el FMI como metáfora de la única travesía del Titanic, que se fue a pique mientras la orquesta tocaba como si no pasara nada. Los de primera clase se aseguraron los escasos botes disponibles; igual que en nuestra Argentina de hoy. Mientras que tripulantes y pasajeros de tercera se perdían en las heladas aguas del Atlántico Norte.

Por eso me permito pensar que el hundimiento del Titanic no sólo fue el naufragio de un barco sino una señal del comienzo del fin de una época y de un modo de entender las relaciones humanas. Aquel tiempo que terminaba dio paso a grandes convulsiones políticas y sociales que se saldarían durante más de la mitad del siglo XX con revoluciones y guerras, dos de ellas mundiales. Una época se acababa y su fin puede retratarse con una oscura anécdota de la que es involuntario protagonista el joven violinista de la Orquesta del Titanic.

El 30 de abril de 1912, a las dos semanas de morir Jock Hume (el violinista), su padre recibió una carta de la empresa de músicos. No era de pésame. La misiva decía: "Muy Sr. Nuestro. Estamos obligados a comunicarle que debe pagar la suma de 5 chelines que nos adeuda, tal como consta en la factura que adjuntamos, en concepto de gastos pendientes del uniforme de su hijo". Y adjuntaban la factura con la indicación de que era para completar el pago del uniforme sin mencionar que el músico, el barco y el uniforme se habían perdido en el océano.

 

Publicado en Análisis

Decenas de gremios confirmaron su participación en la marcha contra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a realizarse el próximo 25 de mayo, que contará con la presencia de movimientos sociales y por personalidades del mundo actoral y del espectáculo.

La adhesión de un sector del sindicalismo fue ratificada este lunes en conferencia de prensa por Hugo Yasky, Pablo Moyano y Sergio Palazzo, quienes estuvieron acompañados por un grupo de dirigentes que se sumaron al movimiento Multisectorial denominado #21F, creado luego de la movilización contra el gobierno del 21 de febrero pasado.

“Los trabajadores no podemos faltar en esta convocatoria para expresar nuestro rechazo a la irrupción del Fondo Monetario Internacional y para manifestar la decisión de seguir en la calle contra el ajuste, contra la reforma laboral y por los derechos de los trabajadores”, señaló Yasky, líder de la CTA.

Además de Camioneros y Bancarios, la convocatoria contará con el acompañamiento del SUTPA de Sergio Sánchez, SAFyB de Marcelo Peretta, UDOCBA de Miguel Díaz, ATE Capital de Daniel Catalano, SITRAJU CABA de Vanesa Siley, Curtidores de Walter Correa, Canillitas de Omar Plaini, SUTCA de Christian López, SECASFPI de Carlos Ortega, entre otro grupo de sindicatos.

Para Pablo Moyano, la marcha del viernes “es la continuidad de esa pelea que tenemos contra este modelo económico, que estamos viendo que todas las actividades están siendo afectadas con despidos, con suspensiones, con la inflación, con la mentira del 15% de paritarias y la frutilla del postre, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional”.

A pesar de la ausencia de la cúpula de la CGT, el dirigente camionero dijo que participarán “muchos compañeros de las seccionales de la CGT que representan a los trabajadores de su ciudad, San Martín, La Matanza”, y afirmó: “Seguramente va haber una autoconvocatoria de la CGT exigiéndole al triunvirato un paro nacional”.

 

Publicado en Sindicales
Miércoles, 23 Mayo 2018 16:39

Banderas Argentinas contra el F.M.I

Villa Mercedes se convoca en contra de la especulación financiera y el regreso del FMI como actor principal de la Economía Argentina. Con banderas argentinas y mucho patriotismo esperamos la presencia de militantes y vecinos de nuestra ciudad.

Publicado en Sociedad

El plan era otro. Llegar hasta 2019 con financiamiento externo, volver a incentivar la obra pública, fomentar el crédito y permitir incluso que salarios y jubilaciones le ganen por algunos puntos a la inflación en el año de la reelección. Avanzar con el respaldo social de octubre, la indulgencia sistémica de los medios, el aval del poder económico y la colaboración del peronismo dialoguista para afianzar en lo económico lo que se insinuó en la política electoral, hace apenas seis meses. Pero los mercados arrastraron a Mauricio Macri a una devaluación del peso que supera el 30% desde noviembre y todavía no llegó al “punto de equilibrio” del que habló hace cuatro años Jorge Capitanich.

Pese al auxilio desinteresado del Fondo, la corrida promete escenas renovadas desde el lunes 14 de mayo, con énfasis en el supermartes 15/5 de las Lebacs y el comportamiento de los ahorristas inquietos. Detrás de la cotización del dólar, pesa el razonamiento de los especuladores que toleraron el atraso cambiario en 2017, en busca de un objetivo prioritario: la derrota de Cristina Kirchner. “El año pasado, te financiaron el desajuste y este año te pasaron la factura”, en palabras de Marina Dal Poggetto, la solicitada economista que finalmente fue vetada en el Banco Central.

El Presidente no podía anunciarlo en su mensaje al país. Con una deuda en vertiginoso crecimiento y un déficit comercial récord que Cambiemos barrió bajo la alfombra, el hada de la confianza apareció muerta y el gradualismo se fue a la B. Como en tiempos del radicalismo o el peronismo, el sistema financiero se hartó de la dudas de la clase política para avanzar con el ajuste y aceleró contra un elenco oficial que es pura afinidad.  

El hada de la confianza apareció muerta y el gradualismo se fue a la B.

Los economistas que asesoran al gobierno reconocen que se perdieron dos años y que el proyecto largo de Cambiemos ingresa en zona de riesgo, con la devaluación vertiginosa, el traslado a precios y las penurias de las mayorías que viven de un ingreso en pesos.

Cuesta verlo en la carrera voraz por obtener ganancias inmediatas: el malentendido entre Macri y el Círculo Rojo hace peligrar el proyecto más ambicioso de las elites empresarias en la historia argentina. Por incapacidad para encarar la misión que le demandaban, por haberse creído autosuficientes o por haber descansado en la mano de seda de los mercados con un gobierno amigo. El equipo de Macri no había cumplido.

El malentendido entre Macri y el Círculo Rojo hace peligrar el proyecto más ambicioso de las elites empresarias en la historia argentina.

Ahora el Presidente se precipita por un pasillo angosto en el que pretende ajustar y mantener la gobernabilidad. Los tiempos se acortaron mal y el regreso de una alquimia peronista al poder -o de un nuevo que se vayan todos- dejó de ser un chiste. La devaluación brusca no sólo es un reclamo del Fondo, los mercados y los sojeros que prefieren esperar a que las retenciones sigan bajando para liquidar la cosecha. También es la medida inevitable que el peronismo colaboracionista estaba esperando en silencio, desde hace tiempo. La forma de licuar salarios y beneficiar a los exportadores para arrancar un ciclo más de recuperación.

A cargo de una formidable depreciación del peso en 2002, en tierra del PJ no quieren nuevos mártires como Jorge Remes Lenicov, el economista que se inmoló en el interregno de Duhalde. Pero no son pocos los que siguen pensando que el tipo de cambio alto es la única salida para una Argentina que tiene poco para exportar y sólo puede fomentar el consumo interno. Ver a Macri ejecutar esa medida riesgosa, por segunda vez en su mandato y a costa de su pellejo, es un favor inestimable. Como dice por estas horas, uno de los armadores del peronismo no kirchnerista que suele dialogar con el gobierno: “Si el enemigo se equivoca, no lo moleste”. Napoleón adaptado a la turbulencia argentina.

Publicado en Opinión

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