Está bien, uno puede argumentar que eran otras épocas pero lo que resulta inadmisible es el (tristísimamente dicho) fracaso de la educación; hoy nos encontramos ante un hecho coyuntural: decidir que un presidente rija los destinos del pueblo argento y donde todas las elecciones tienen absolutamente el mismo valor individual (un elector, un voto), sin distinción etaria o cualquier otra; y eso está muy bien, que tengamos libertad democrática para elegir, respetar y ser respetados.
Lo que resulta chocante es que en esas probabilidades que sustentan el ejercicio de la libertad no esté la historia (incluso reciente, como la dictadura), la información sana y veraz (sí la batalla y derrota cultural de conceptos tergiversados, falsos, denostadores, red-desparramados inusitada e inconmesurablemente), ciertos códigos como la capacidad de escucha, la racionalidad por sobre la emocionalidad y conductas muy básicas de cualquier convivencia social saludable.
A esta altura es estupor lo que se siente, porque es entendible que un joven o una joven que no vivió determinada época no sepa qué pasó; pero nosotros, ¿acaso no fallamos garrafalmente en no haberles transmitido ni siquiera en una charla de sobremesa o de mate por medio qué es el terrorismo de estado, que te violen, te torturen, te desaparezcan, te roben los hijos y se adueñen de tus bienes; qué significa quedarte sin agua para beber o que exista una tiranía o un mercado de órganos?
Y la educación como sistema... ¿Qué enseña en las aulas que dicen parecerse al adoctrinamiento?; ¿nunca hablaron de un tal San Martín, un tal Belgrano o de unas tales Islas Malvinas?... Parece que está jodida la cosa, más allá de todo lo que pueda acaecer en el futuro inmediato; que, desde haya, lo quiero promisorio.