La frustración de las clases sociales, especialmente de las clases medias y la salida propuesta por la antipolítica, comenzaba a incubar una serpiente que se transparentaba a través de su cáscara, antes que ésta se rompiera; pero la indiferencia de la gente no permitía verla, aunque ya era demasiado tarde. El reptil del fascismo.
¿Está ocurriendo lo mismo en el mundo? ¿Estamos ante la crisis de un Capitalismo que hace agua y se niega a desaparecer? ¿Ó asistimos a los albores de su nueva reproducción en otras formas? ¿Será que la sociedad civil, cansada de la mentira, la desigualdad y de la muerte de sus sueños por los políticos que ya no la representan, frustrada y harta, está reaccionando?
Por un lado, vemos que asoma sin escrúpulos un peligroso crecimiento de la antipolítica ante la indiferencia e inmovilismo de la sociedad, exigiendo lo más fácil: autoritarismo, discriminación, xenofobia, represión institucional, militarismo… que es sintomático de un Capitalismo que se niega a morir o que se prepara para instalar una feudoeconomía mundial con control social. Y por otro lado, pareciera que la sociedad, frente a esta crisis, busca empoderarse de nuevos derechos universales de los cuales está tomando conciencia y comienza a movilizarse, exigiendo caminos que le permitan una convivencia más justa, y que no está dispuesta a que se siga pisoteando la dignidad de las personas.
Llamativamente, hay un parangón comunicacional casi similar de aquellos años previos a los fascismos en Europa, con la hegemonía del pensamiento falaz de los medios, donde hizo su debut la propaganda de masas del nazismo, con la radio.
La creciente inflación, la tibieza del gobierno frente a las presiones de los grupos de poder, la falta de iniciativa política y de confianza en la población, están generando un enrarecido clima que aviva el fuego del descontento, agudizando los enfrentamientos ideológicos y facilitando el desarrollo de estas serpientes del odio.
El fascismo, que no es más que Capitalismo extremo, instala a los grupos de gran poder económico en el Estado, y se caracteriza por ser totalitario, antidemocrático y conservador. Exalta la práctica de conductas irracionales y de odio, como hacen actualmente los administradores de las redes sociales, aprovechando demagógicamente los sentimientos y emociones de miedo y frustración colectivos, exacerbándolos hacia un enemigo común construido como chivo expiatorio, buscando la unidad y adhesión de la población a su declamado pero falso futuro promisorio.
Sin embargo, la violencia de unos pocos –con abundante discurso y en los medios- afortunadamente no ha logrado recalar todavía en los sectores populares, y tampoco masivamente en la clase media, la más susceptible y decisoria de la crisis.
A pesar de todo desconcierto, desavenencias y retrocesos democráticos, incumplimiento electoral e inseguridad económica, todavía existe en gran parte de la población exigencia de racionalidad y corresponsabilidad, más allá del exacerbamiento de las emociones, aunque ello no invalida que exista una firme voluntad de lucha para buscar caminos propicios de justicia social. Posiblemente en este plano los proyectos políticos encontrados tengan que disputar el tipo de sociedad que deseamos y aspiramos: una sociedad con una convivencia justa producto del encuentro, o una sociedad violenta producto del desencuentro.