A través de una prosa apacible y con esta premisa como hilo conductor, nos adentramos en los veinticuatro relatos que componen este libro autobiográfico escrito durante la pandemia y publicado en julio de 2022 por Eterna Cadencia.

En las llamadas escrituras del yo, las fronteras son porosas: la construcción de la primera persona —y de la intimidad— necesariamente implican la presencia de otrxs. En Animalia, Molloy hace un recorrido de su propia vida a partir de la relación que establece con los animales. Digo “los” y no “sus” porque este vínculo se va a dar a pesar de la prohibición materna de tener mascotas. Digo “propia” y no “propia” porque no sé si acaso exista tal cosa.

En los primeros relatos del texto, se recuperan los encuentros de la niña con las otras especies: el pájaro “Terú- terú” que venía de visita cada tanto al jardín de la casa; la cría de gusanos de seda entre las niñas de la escuela; o el día en que, luego de una clase de biología, la pequeña Sylvia supo que tenía una decisión importante en sus manos: “Pensé: cuando se despierte va a sentir un dolor horrible. Pensé: tengo que hacer algo antes de que se despierte. Me saqué el distintivo del colegio que llevaba prendido al uniforme y, tratando de no pensar en lo que estaba haciendo, le clavé el alfiler en el corazón”.

Luego vendrán los pasajes dedicados a la adultez y, ahora sí, a las mascotas propias: gatos, perros, patos y gallinas que acompañan a Sylvia y a Emily Geiger (su pareja y a quien está dedicado el libro) en la casa de Long Island, escenario en el que esta comunidad —mitad humana, mitad animal— comparte la vida, la enfermedad y la muerte.