Domingo, 13 Octubre 2024

Argentina: el Arca de Noé o la Balsa ¿Promesas y tormentas o una esperanza en común?

Publicado el Lunes, 22 Mayo 2023 09:20 Escrito por

“Estoy muy solo y triste en este mundo abandonado /Tengo una    idea, es la de irme al lugar que yo más quiera” (José Alberto Iglesias ‘Tanguito’- Litto Nebbia).

Nuestro País, se asemeja a un Arca. Lleva toda clase de animales; buenos y malos, salvajes y domésticos. Porque es lógico, la lluvia cae en el campo de buenos y malos por igual. Desde la Independencia, navegamos por mares desconocidos para salvarnos de un eterno diluvio anunciado, cuyos latigazos son casi permanentes, a punto de ahogarnos en un mar embravecido, con esporádicos tiempos de bonanza donde la paloma de la paz y de la estabilidad regresa pocas veces, pero aún sin el ramito de olivo; esperanza de la tierra prometida. 

Más allá de las aves de rapiña locales, y las nubes de langostas extranjeras llevándose recursos naturales en complicidad con aquéllas, afrontamos históricamente la peor tempestad que impide consolidar un país, que no es el siempre embravecido, engañoso y amenazante temporal externo, sino la tormenta interna del odio y la incomprensión entre hermanos. Eso ha llegado hasta aquí.

¿Nos hemos preguntado, por qué, aún, no hemos construido y consolidado una Nación autosustentable, justa y saludable? Desde la Revolución de Mayo asistimos a peleas entre argentinos, y ¿qué ha estado en juego en esta lucha?: La posesión de la riqueza de nuestro país, por un lado, y la distribución de esa riqueza por el otro. Dos modelos de país todavía vigentes que nos separan. En realidad, una lucha entre los que defienden a unos pocos con poder y la mayoría del pueblo argentino. Estigmatizados unos y otros por la brutalidad del enfrentamiento.

La experiencia demuestra que no son suficientes las leyes para garantizar derechos y el cumplimiento de obligaciones, faltando aún numerosos derechos y obligaciones por legislar. Si bien nuestro Derecho es un sistema de normas coercibles, que implican la posibilidad de aplicar sanción si no se cumplen, y no coactivas, que obligan taxativamente –propio del autoritarismo que no pocos desean y que históricamente aplicaron las dictaduras y ciertos gobiernos pseudodemocráticos- lamentablemente hay estamentos judiciales que lo hacen. Y al no cumplir las leyes los jueces, los gobernantes, los políticos, los empresarios, los sindicalistas, los responsables de instituciones, es decir, aquellos de cuyas decisiones depende la vida y el bienestar de la población, ese mal ejemplo –como el escándalo- se universaliza, aunque no significa que toda la ciudadanía siga o acepte esos malos ejemplos como se cree. (Todo escándalo, sobresale; pero no es lo común, sino seríamos como el ladrón o la televisión, que piensan que todos son de su condición). La argentina aún no ha perdido su alma.

Es hipócrita y mentiroso legitimar la injusticia recurriendo a cualquier pretexto; a leyes, a la necesidad y urgencia, a la excepción… –los estados de excepción se apoyan en la temporalidad, pero se quedan para siempre y son característicos también de las dictaduras-; acciones que deslegitiman la Ley y su credibilidad. ¿Qué nos queda…? Un país que desconfía de la eficacia de las Leyes, y peor aún, sin acatamiento ciudadano y sin co-rresponsabilidad social que las sostenga; un país indefenso, desprotegido y a la deriva. A esto conduce la intemperie de la incertidumbre.

Si la argentina no ha perdido su alma, ¿por qué no salimos de la inflación, de la pobreza, del desempleo, de la inseguridad? Da la sensación que dormimos con el enemigo sin darnos cuenta. Y el enemigo es aquel político, gobernante, juez, empresario, sindicalista, responsable de institución, que no respeta la Ley que tiene por finalidad el bien común, y no el de unos pocos. Y si la Ley garantiza los derechos individuales de cada argentino, no podemos admitir que la mayoría de la población se encuentre en la pobreza, que millones de jubilados sufran con la mínima, que trabajadores formales tengan un salario precario, que la plata no alcance para la comida… cuando unos pocos acumulan riquezas sin precedentes. Es un escándalo. Pero nuestros representantes, sólo piensan en sus cargos. Por supuesto que hay leyes injustas –sobre todo tributarias- que favorecen a esos pocos y perjudican a muchos. No dejemos que la tentación de la exasperación nos conduzca a un abismo sin regreso. Hay que despertarse.

Dormir con el enemigo significa que lo injusto está presente en nuestros ojos y lo dejamos estar, lo dejamos pasar. Y los responsables del gobierno también, cuando no actúan. Sabemos de los formadores de precios, de los especuladores financieros, de los abusos empresarios, de la desidia de los gobernantes, de los mentirosos de la anti-política con soluciones autoritarias, del saqueo extranjero, del injusto endeudamiento externo, de una sociedad cada vez más pobre, insegura, violenta y desigual… y no hacemos nada, no decidimos nada, no gritamos nada… menos aún los representantes de las instituciones. Su silencio y el nuestro, permiten, consienten y transigen con la desesperanza. Parece que los dirigentes gubernamentales, sindicales y sociales carecen de la audacia y valentía para enfrentarlos.

La fuerza y efectividad de la Ley, reside en la co-rresponsabilidad social sobre la misma. Sin una fuerza social solidaria que la sostenga, no hay ley que aguante. Y la Ley por sí sola, sin amor al prójimo, aun siendo justa, pierde efectividad sin el consenso. Y está en juego la vida. Pero el consenso sin co-rresponsabilidad, tampoco es suficiente. La responsabilidad de la Comunidad es la que hace que las Leyes se cumplan, exigiéndolas. La indiferencia individualista hace a todo tipo de delitos.

¿Y la inestabilidad? Sucede porque los gobiernos no cumplen con los mandatos democráticamente conferidos, ni ejercen el Poder que se les ha dado para evitar cualquier exacción al pueblo. Salvo excepciones. Esto es, tomar decisiones, enfrentar a los poderes económicos y mediáticos concentrados, establecer un equilibrio ecuánime entre la producción y el trabajo, una distribución equitativa del ingreso, posibilitar una democracia participativa, para actuar de acuerdo a las demandas de la población, en lugar de cuidar de no afectar intereses contrarios a ella.

Cualquier transformación esperada y posible, parte de la realidad.  Hoy, tenemos una sociedad descreída de la Política y las Leyes. Y también se descree de su práctica en las instituciones y en los medios, cuando en realidad es a través de la vigencia las leyes y de la política en donde está la solución. Hay que reconstruir eso.

Reconstruir la unidad nacional y la credibilidad en las leyes, requiere la conciencia de que hay una crisis y que hay que salir de ella, pero sin el centralismo porteño y de un modo federal integrado; a partir de un objetivo acordado o concertado para el bienestar general, apartando intereses que no sean para el bien común, de lo contrario… nos hundimos todos.

En estas horas, son críticos la participación y el diálogo, pero la buena voluntad se demuestra debatiendo con los demás, como adversarios de ideas pero nunca enemigos; desterrar suspicacias, las mentiras de los medios y moverse con hechos, y qué se puede hacer juntos. Premisas más que necesarias para un acuerdo político y económico de estabilidad. Necesitamos exigir el esfuerzo en común de un acuerdo que asegure trabajo, precios y salarios por encima de la inflación, con fuertes políticas de desendeudamiento y no depender más de las decisiones arbitrarias de los monopolios, del extranjero usurero, de una economía excesivamente primarizada que por su alta tecnología no genera ni empleo ni valor agregado. Y eso se hace, con decisiones políticas. Acordar, en cambio, la progresiva valorización del peso sustentado en la producción industrial genuina y el estímulo al consumo y al ahorro, terminando con la economía bimonetaria y la especulación inmobiliaria y financiera; pero tiene que ser un acuerdo refrendado no sólo por la representación de los sectores, sino por toda la población, para asegurar su legalidad y cumplimiento. 

 Es evidente la necesidad de una reforma Constitucional. Del Estado, de los Poderes, del Sistema de acceso al Gobierno. Que garantice la estabilidad económica e institucional con rango constitucional, desde normas conducentes a ello. Pero, si se hace con las reglas de juego de lo que se quiere cambiar, sería un callejón sin salida. No podemos dejar que vuelva a suceder. El legalismo liberal, es contrario a lo popular.

Cualquier reforma sería insuficiente sin ese consenso social previo sobre un objetivo en común que sea justo y aceptado por todos los argentinos, nacido de los mismos argentinos, y adecuado a las problemáticas y tiempos que corren. Un objetivo construido desde las organizaciones básicas de nuestra sociedad, a partir del debate y discusión de ideas, desde otras prácticas y experiencias de organización comunal y regional; de experiencias de otro tipo de prácticas y organización sindical en los lugares de trabajo; de otro tipo de prácticas de comunicación social; y con la creación de ámbitos de participación, deliberación y decisión gubernamentales desde la iniciativa popular preferentemente; más allá de lo asambleario, pero tomándolo como base, creando canales para plantearlo, exigirlo y hacerlo posible.

 Indudablemente que implica reformular el concepto de Democracia y de calidad de vida, porque necesitamos que la organización social misma tenga un acceso igualitario a una vida digna y feliz, un aprendizaje de construcción solidaria. Pero esto… es utopía, objetivo y decisión comunitarios. ¿Alcanzará para superar promesas y tormentas, llegando por fin, a concretar la esperanza?

“La casa está vacía/ nadie está esperando

Qué difícil es ser un hombre

Partirá, la nave partirá / De dónde vendrá

Esto no lo sé / ¿Será como el Arca de Noé”

           (Sergio Endrigo-Iva Zanicchi)

  

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