Mis abuelos tenían una casa de veraneo en Mar del Plata, comprada a principios de los años cincuenta. Estaba ubicada en la loma de Stella Maris, en lo alto de un jardín siempre cuidado y con el inconfundible revestimiento de piedra en la fachada. Según lo que cuenta mi madre, estaba siempre llena de invitados imprevistos, lo que cada tanto obligaba a mis tíos a ceder sus habitaciones e irse unos días al hotel. Mi abuela solía quejarse de tantos visitantes inesperados pero no era esa la invasión que más le preocupaba. Sentía que la ciudad ya no era el lugar refinado que había conocido y del que había gozado durante su infancia. Cada vez se cruzaba con más familias de clase baja en la playa o en la rambla, alojadas en los nuevos hoteles sindicales. No es que mi abuela estuviera en contra de que esas familias tomaran vacaciones, al fin y al cabo es lo que la suya hacía desde siempre, pero le fastidiaba que lo hicieran “justo ahí”, lo vivía como una provocación personal. La imagino como una aristócrata moscovita viendo llegar a los tártaros.
En realidad, aquella invasión tan temida no fue producto de la imaginación febril de mi abuela: de acuerdo al Ente Municipal de Turismo Marplatense, el número de turistas pasó de 500.000, en 1945, a más de 1.000.000, en 1955. Las vacaciones pagas impulsadas desde la secretaría de Trabajo y Previsión de Juan D. Perón en 1945 transformaron un lujo de pocos en un “aluvión zoológico” estival.
Hace unos días, el diario uruguayo El País publicó una nota sobre Punta del Este y el auge del turismo de clase media. La misma señalaba cómo pequeños comerciantes o cuentapropistas argentinos lograban, con grandes esfuerzos, conocer playas míticas frecuentadas por la farándula y las clases más acomodadas. Entrevistado por el diario sobre esa “invasión”, Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat Argentina, simpatizante de Cambiemos y gran conocedor de la noche esteña, opinó que "hay que hacer atención de que lo masivo puede destruir lo bueno. Hay que hacer, en eso, enorme atención", y accedió a una curiosa entrevista con el autor de la nota:
-¿No imagina usted una Punta del Este siendo visitada por una clase media-media, trabajadora?
-Es derecho de todos viajar, pero masivamente invadir un lugar que después hacés bajar la calidad, sería una lástima. Las playas acá no son tantas y ya están llenas.
-¿Qué cree que representa Punta del Este para el argentino?
-Llegar hasta Punta del Este todavía es un privilegio.
Leyendo la entrevista, recordé el ensayo “Retirar la escalera” de Ha-Joon Chang. En éste, el economista coreano refuta la tesis sostenida por nuestros economistas serios y gobiernos ídem referida a las virtudes del libre comercio como motor del desarrollo de las economías emergentes. Según su visión, “es exactamente al revés. Si un país en vías de desarrollo ingresa en el libre comercio antes de haber consolidado sus capacidades tecnológicas, podrá ser un buen productor de café o de ropa barata, pero su posibilidad de transformarse en un productor de automóviles de calidad o de electrónica rondarán el cero (…) Los países desarrollados usaron durante décadas una amplia gama de medidas proteccionistas tales como los subsidios directos e indirectos, aranceles aduaneros, regulación de los precios, propiedad estatal de bancos y de industrias, etc. Por eso, cuando los países ricos aconsejan hoy a los más pobres diciéndoles que el libre comercio y el libre mercado son las rutas ideales hacia la prosperidad demostradas por la historia, les «están retirando la escalera» con la que ellos ascendieron hacia la prosperidad. Ha-Joon Chang toma prestada esa metáfora del economista alemán del siglo XIX,Friedrich List, quien afirmaba que los países ricos, una vez alcanzada la prosperidad gracias a la escalera del proteccionismo” .
En lugar de alegrarse porque al menos un sector de la población ha podido acceder a lo que antes era un lujo reservado a los más ricos, Cristiano Rattazzi- partidario de la meritocracia que tomó la precaución de nacer millonario- sigue los pasos de mi abuela y denuncia lo que considera una preocupante invasión.
Habiendo accedido a la cima, exige patear la escalera. Una honesta declaración de principios.