Los expertos destacaron que Solalinde poseía un funcionamiento intelectual adecuado y no presentaba ningún cuadro psicopatológico que le impidiera entender la gravedad de sus acciones. A pesar de esto, Solalinde se victimizaba y no hacía autocrítica, responsabilizando a la víctima por lo sucedido.
Los especialistas describieron a Solalinde como una persona narcisista, egocéntrica, con baja tolerancia a la frustración y tendencia a transgredir de manera violenta. El acusado manifestó que la actitud fuerte y dominante de Galdeano, que no se dejaba dominar, era una de las razones por las que se sentía atraído hacia ella. Sin embargo, también mencionó que se sentía humillado y atacado por ella.
El psiquiatra Cippitelli señaló que la relación entre Solalinde y Galdeano era tóxica y que la violencia estaba naturalizada en su dinámica. Solalinde describió a la víctima como una persona autoritaria que no seguía sus órdenes, lo que parecía alimentar su atracción hacia ella, pero también su resentimiento.
La falta de remordimiento y la victimización del acusado fueron aspectos cruciales en las conclusiones de los profesionales. Este perfil psicológico y psiquiátrico de Solalinde proporciona una visión más clara de la naturaleza violenta y manipuladora del acusado, destacando su incapacidad para asumir la responsabilidad de sus actos y su tendencia a culpar a la víctima.
Este juicio pone de relieve la importancia de entender las dinámicas de poder y control en relaciones abusivas, y subraya la necesidad de una intervención efectiva para prevenir la violencia de género.