Las emociones, son la expresión de los sentimientos a través del cuerpo. Sentimientos desencadenados, se expresan en emociones desencadenadas. Si no pudiésemos descargar sentimientos que estallan en nuestro interior con nuestro cuerpo, éste colapsaría. Como llorar… o gritar. Pero hay emociones desencadenadas, que producen torpezas y violencia. Hacia uno y hacia los demás. Sin embargo, aun sintiendo sentimientos desordenados -muchos frutos del deseo y la frustración, del odio y la ira-, podemos controlar estas emociones. En determinadas situaciones, en fracciones de segundo, en instantáneos momentos, la razón, la mente, la conciencia, dan el aviso de alarma y detiene o deja hacer sin intervenir, a la emoción. Es ingenuo pensar que estados de emoción violenta no dan cuenta de los actos. Si el sentimiento se desborda y canaliza por la emoción, ésta va a desencadenarse, lo que no quita tampoco que no pueda detenerse como última llamada al desastre, al ridículo o a la violencia.
Entonces de lo que se trata, para ser absolutamente dueño de uno mismo, es del control de los sentimientos tanto como las emociones. El pensamiento y las experiencias acumuladas, sedimentan sentimientos. Por ello a veces no basta con detener las emociones y los sentimientos de las personas, también hay que recurrir a su pensamiento, al modo de pensar que les dio origen. Luther King, ante el crimen de unas personas, decía que no había que preguntarse quién o quiénes las habían matado; sino qué las había matado. Las mató un pensamiento, un prejuicio, un sentimiento de odio, un miedo, una emoción.
Si nos sorprendemos de la tremenda violencia que azota a la sociedad, de la creciente deshumanización y frivolidad, tendríamos que investigar cuáles, entonces, son los pensamientos que agitan tales sentimientos y emociones. Hoy, en un mundo tan intercomunicado, es de vital responsabilidad el pensamiento generado por las instituciones, el gobierno y los medios de comunicación. Son responsables de un imaginario colectivo construido para la ilusión y la justificación; una falaz construcción de sentidos que inventa crecientes y falsas expectativas, y que generan, como consecuencia, dolorosas frustraciones por su imposible realización. Mentiras que generan ilusión y terminan aniquilando la esperanza.