Hace cien años se producía en la Patagonia un hecho que la historia recuerda a retazos: la Rebelión de las putas de San Julián, también conocido como La revuelta de La Catalana, cuando cinco mujeres le dijeron que no a los soldados responsables de los fusilamientos a los obreros que participaron de las huelgas entre 1920 y 1922.
De ellas, poco se sabe. Apenas sus nombres, sus edades, nacionalidad, estado civil, su condición de “pupila del prostíbulo La Catalana”, algunos rasgos físicos: “Consuelo García, 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada, modista, cabello y ojos negros, tez trigueña; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera, ojos pardos, tez blanca, cabello negro; María Juliache, 28 años, española, soltera, siete años de residencia en el país y Maud Foster, 31 años, inglesa, soltera, diez años de residencia en el país, de buena familia, ojos pardos, tez blanca, cabello castaño”. Ellas, casi desconocidas, junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo, encabezaron el hecho histórico que Osvaldo Bayer, en su clásico La Patagonia rebelde, calificó como “la única derrota de los vencedores”.
Con motivo del Centenario, la Comisión por Las Putas de San Julián -un colectivo de militantes, organizaciones y áreas del Gobierno de Santa Cruz y de la municipalidad de San Julián que comenzaron a reunirse hace un año para organizar este homenaje- realizó un gran evento en ese puerto patagónico donde, más de cien años atrás, desembarcaron las tropas que actuarían en los fusilamientos de la llamada Semana Trágica, cuyas víctimas fueron obreros anarquistas que reclamaban por mejores condiciones de trabajo.
El inicio de las actividades estuvo dado el jueves 17 por el emplazamiento de un “antimonumento” en la plazoleta ubicada en las intersecciones de avenida Piedrabuena y Alberdi, en el que trabajaron las artistas Graciela Rodríguez, Julieta Sacchi, Mariana Corral, Patricia García y Silvana Torres, junto con la curadora feminista Kekena Corvalán. Ellas también participaron de la performance “Cinco artistes para cinco putas”. En simultáneo funcionó una radio abierta coordinada por Ola de Mujeres, y se realizó una charla taller sobre trabajo sexual y una performance, “Puticocineras”, a cargo de la Colectiva Viento Negro.
El viernes, las actividades comenzaron en la sala Osvaldo Bayer de la Unidad Académica San Julián de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, donde la Mesa de las Huelgas de Puerto San Julián presentó el recorrido de trabajo que realizan a nivel local. Se presentó el trabajo que realiza la Comisión y, por último, el panel “Haciendo memoria a las putas…” con la participación de la artista visual Mariana Corral, la docente e investigadora Romina Behrens y Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR.
Kekena Corvalán se define “curadora, docente, escritora feminista, transfeminista, torta feminista. Activo y recorro territorio porque de lo que se trata es de territorializar el deseo”.Kekena explica los fundamentos de la obra emplazada:
“Hablamos de activar un paisaje. No queremos decir que lo que estamos haciendo es poner la piedra fundamental de un monumento. Porque aprovechamos la reparación de la memoria de estas cinco mujeres que son las prostitutas de La Catalana, para no seguir sumando monumentos, que son moles patrimoniales, disciplinantes, que responden más a lógicas coloniales, racistas, sexistas, patriarcales. Queremos corrernos de un lugar donde los que están en los monumentos son personajes sumamente discutidos, son genocidas como Roca, o son varones blancos, propietarios, ilustres.”
“Todos los archivos son políticos –añade Kekena-, en tanto establecen, afirman cuáles son los orígenes y quiénes están nombrados en esos orígenes. Todo archivo es un acto de selección, de recorte. Y en el archivo de las huelgas patagónicas, la presencia de las mujeres es muy pequeña”.
La investigadora Romina Behrens, en diálogo con Canal Abierto, agrega: “Estas no son cualquier mujer, son putas, son parias, las de más abajo de todas. Ellas fueron las que dijeron algo de lo que estaba pasando en un contexto de silencio absoluto”.
Por eso, “todo lo hacemos para las putas –se posiciona Kekena en los debates abiertos que dividen a las feministas en abolicionistas o reglamentaristas-; porque también hay una disputa en el lenguaje: los feminismos nos enseñaron que lo que no se nombra no existe, por eso estamos todo el tiempo diciendo las compañeras putas. Creemos que esto que vamos a hacer hoy que intenta sumar y construir, disputar realidades, es el comienzo de una fiesta. Vamos por el festival de las putas que queremos hacer todos los años en San Julián, en Santa Cruz.”
Y Georgina Orellano aporta en una entrevista con Página 12: “Se negó siempre nuestra valentía, porque se nos pone como sujetos pasivos, como víctimas, la historia nos invisibilizó, la dignidad siempre se nos ha cuestionado. La memoria es un ejercicio que tenemos que hacer en la militancia social y sindical, poder traer al presente a aquellas compañeras que nos allanaron el camino. También significa nuestro derecho a decir que NO: está muy presente la idea de que las putas no podemos consentir, hay un borramiento hacia nuestro consentimiento y esto es un acto de valentía: nosotras, aún en los contextos más difíciles, podemos decir que no.”
La historia
La historia, o lo que se conoce de esa historia, es recuperada en el documental 5 putas y una misa, dirigido por Pablo Walker, quien relata: “Este hecho será el último acto de una epopeya: la epopeya de la Patagonia Rebelde que terminó convirtiéndose en una Patagonia trágica. Cinco mujeres hicieron esa revuelta: un modesto acto de resistencia civil que terminó convirtiéndose en un enorme acto de justicia poética”.
En 1914, los esquiladores de San Julián (un pueblo patagónico que por entonces contaba con 1.000 habitantes) se habían declarado en huelga contra la patronal, que les negaba derechos laborales. La respuesta no se hizo esperar y los estancieros, dueños de las tierras de Santa Cruz, mandaron a buscar esquiladores de Buenos Aires para reemplazarlos, lo que llevó a duros enfrentamientos y la consecuente represión policial, como lo cuenta Bayer en La Patagonia rebelde.
En noviembre de 1921, un escuadrón de caballería, al mando del capitán Elbio Carlos Anaya, desembarcaba en el puerto de San Julián con la orden de fusilar rebeldes. La pena de muerte, abolida un mes atrás por el entonces presidente Hipólito Yrigoyen, era restablecida en ese sector de la Patagonia, por orden del teniente coronel Varela. Aunque el primer fusilamiento, el del trabajador chileno Triviño Cárcomo, fue previo a esa orden. El 22 de diciembre fusilaron al último grupo de peones combativos, dirigido por Jose Font, alias “Facón Grande”.
La campaña represora resultó exitosa, se tradujo en los fusilamientos de más de 1.500 obreros y en prisión para más de 300 trabajadores.
El viernes 22 de febrero de 1922, los barcos esperaban en el puerto para devolver a los soldados a Buenos Aires, previa “visita higiénica” por el prostíbulo. Cuando Paulia Rovira se los comunica, las cinco mujeres se niegan a darles el servicio. La respuesta que reciben es clara: “Las cinco putas del quilombo se niegan”.
Ellos insisten, están calientes, no entienden que un grupo de putas puedan oponerse a sus reclamos, que ellas también hagan huelga. Intentan entrar. Pero ellas se les adelantan, salen munidas de palos y escobas, al grito de: “¡Asesinos! ¡Porquerías! ¡Con asesinos no nos acostamos!”
Los soldados retroceden.
Ellas redoblan la guardia y los insultos. Son arrestadas y llevadas a la comisaría. Luego vendrá el exilio. Solo una regresará a Puerto San Julián: Maud Foster, la inglesa, que había estado casada con un Carl Joseph Kelly.
“El archivo policial se ha perdido”, dice Pablo Walker, y cuenta que el ejército argentino hizo sacar a Héctor Olivera el episodio de La Catalana de su película La Patagonia rebelde (1974), que Bayer incluía en el guión como la escena final, convirtiendo ese fragmento de historia de una gran elipsis del cine argentino.
También es hacia el final de su investigación que Bayer da lugar a esas “cinco mujeres que cerraron sus piernas como gesto de rebelión”. Y las nombra, tal cual figuraron en los archivos policiales. ¿Una forma de decir continuará?
Entre la escasa producción artística que las nombra, en 2014 se estrenó una versión teatral de este hecho histórico, Las putas de San Julián, en el Teatro Cervantes, dirigida por Rubén Mosquera, y que aventura torturas y vejámenes contra estas mujeres luego de la rebelión. Bayer participó casi como un cameo en esta puesta. También está el tango «Las putas de San Julián» del Quinteto Negro La Boca.
La docente e investigadora Romina Behrens afirma: “Las llevan detenidas a la comisaría local y son víctimas de hostigamiento, de vejámenes tales como mojarlas con agua y dejarlas en la intemperie con sus ropas puestas. Finalmente, son echadas del pueblo y sólo una de ellas vuelve, Maud Foster, que hoy tiene su tumba en la localidad, forma parte del circuito histórico y está declarada patrimonio histórico”. En esa tumba, la única enterrada en el lugar, del grupo de mujeres valientes supo decir no, culminó el recorrido por el circuito histórico, parte de un homenaje que hoy empieza a integrarlas a la historia y a la memoria, y así, hacerles justicia.