Renacer Argentino: Reflexiones Éticas y Solidarias para un Futuro Compartido
El veterano dirigente Eduardo Gastón Mones Ruiz reflexiona sobre la situación actual de Argentina y del mundo, señalando que vivimos tiempos complejos marcados por múltiples crisis y amenazas. Describe la problemática recurrente del país, donde la historia parece repetirse continuamente, comparándolo con el mito de Sísifo. El lector de Calle Angosta puede acceder al documento completo, al final de esta reseña.
En el documento, fechado el 18 de diciembre de 2024, el autor explicita la referencia del pensamiento de cuatro intelectuales contemporáneos: Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari, Markus Gabriel y Eric Sadin, quienes le han ayudado a comprender las particularidades de esta etapa de la humanidad.
En su introducción, el dirigente peronista que fuera intendente de la ciudad de Villa Mercedes siendo muy joven en 1973, expone cómo las crisis sociales, económicas y tecnológicas generan miedos, desigualdad y sufrimiento. Subraya la importancia de abordar estas problemáticas desde una perspectiva ética, destacando que las acciones que generan sufrimiento humano son inmorales. En este contexto, plantea cinco objetivos fundamentales para la construcción de una sociedad mejor:
- Ubicar la política en su rol adecuado, promoviendo la justicia social y la mejora de la vida colectiva.
- Reconciliar la política con el derecho y la ética, para perseguir el bienestar general.
- Fomentar la convivencia con concordia, a través del diálogo y el debate constructivo.
- Ampliar la participación ciudadana, como indicador de una democracia saludable.
- Garantizar los derechos humanos fundamentales, incluyendo educación, salud, vivienda y equidad.
El autor rememora reflexiones previas donde identificó la necesidad de abordar los desafíos con urgencia para evitar consecuencias irreparables. Propone renacer el espíritu argentino a través de la confianza mutua, el cumplimiento de promesas y la recreación de la esperanza colectiva. Este renacimiento debe basarse en pilares como la «cultura del encuentro», la «convivencia con concordia» y el «diálogo entre iguales».
Una de las ideas centrales del documento es el valor de las tres «S»: serenidad, sensatez y solidaridad. Mones Ruiz destaca que la serenidad es esencial para enfrentar los desafíos sin dejarse dominar por las emociones; la sensatez proporciona ejemplos que perduran en la historia; y la solidaridad implica sensibilidad, respeto y empatía hacia los demás.
El texto pone un fuerte énfasis en la situación de los niños y jóvenes, a quienes considera el futuro de la nación. Expone que la pobreza infantil y juvenil, que afecta a más del 60% de este grupo, es una amenaza crítica para el país. Subraya la importancia de brindarles atención integral para asegurar su desarrollo y proteger sus derechos. Asimismo, critica la falta de medidas contundentes por parte de los líderes políticos para abordar esta crisis, señalando que es prioritario superar la mediocridad y las ambiciones personales en favor del bienestar colectivo.
El análisis no desconoce los condicionantes contextuales. Mones Ruiz señala los efectos negativos de la tecnología y las redes sociales, donde algoritmos y dinámicas de mercado orientan el pensamiento y decisiones humanas, aumentando el odio, la violencia y la desinformación. Pide un análisis profundo para entender estos fenómenos y recuperar el espíritu humano frente a estas influencias.
El documento concluye con un llamado a transformar el individualismo en solidaridad y unidad, recordando un lema que marcó su juventud: «Hay que transformar el ‘yo’, individualista y abstracto, en el ‘nosotros’, solidario y concreto».
El documento completo. «Algunas reflexiones de fin de año»
Eduardo G. Mones Ruiz
-INTRODUCCIÓN-
Argentina se debate en una situación confusa, difícil, alarmante. Distintas amenazas y circunstancias negativas inciden sobre ella de maneras sorprendentes, abrumadoras, tal vez inesperadas o impensadas (¿CAOS?). Todos sabemos que atravesamos tiempos arduos y complejos. Todos, de una manera u otra, sufriremos sus consecuencias.
Posiblemente, coincidamos también que hay que encontrar y proponer las adecuadas soluciones para superarlos, dejarlos atrás. No sin antes entender que los argentinos padecemos de una enfermedad recurrente: la reiterada malacostumbre de tropezar siempre con la misma piedra (casi haciendo realidad el mito de Sísifo), retroceder y comenzar de nuevo como si nunca hubiéramos avanzado.
Advirtiendo y sopesando todas las acechanzas que soportamos y se seguirán presentando en una correlación (Pasado, Presente, Futuro), me sentía particularmente solo. No es nada nuevo. Es una constante que, desde el año 1976 -casi medio siglo a las espaldas- se repite con cronológica asiduidad, casi una perfecta continuidad (sus reiteradas crisis así lo determinan).
Pero, esta vez, tuve el auxilio extraordinario -al menos en el razonamiento, lo más transcendental- de cuatro pensadores que me hicieron sentir que no lo estaba, que me encontraba muy bien acompañado. Y una nueva luz surgió ante mis avejentados ojos. Caí en la cuenta que no estamos solos, hay un pensamiento concurrente que nos protege y nos brinda los elementos necesarios para comprender esta especial etapa de la humanidad.
Son cuatro autores contemporáneos -filósofos, sociólogos, antropólogos, historiadores- que reflexionan sobre las circunstancias y proyecciones que debemos enfrentar en esta realidad tan enrevesada que nos toca vivir. Ellos son, según me los fui encontrando: Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari, Markus Gabriel y Eric Sadin; surcoreano, judío, alemán y francés, respectivamente; que me enseñaron muchísimo. Y abrieron mis humildes conocimientos a horizontes insospechados. Desde luego, hay muchos más.
Dicho lo que antecede, como pequeña y, quizá, inquietante introducción,
REFLEXIONEMOS JUNTOS:
PRIMERA: Hace aproximadamente 10 años atrás, redacté un documento que llevaba por título: “DE QUE TRATA LA TRANSICIÓN”, donde abordaba varias cuestiones que, con el correr del tiempo, se fueron extendiendo como grandes y graves problemas a resolver.
En dicho escrito, señalaba las dificultades que la humanidad en su conjunto venía y se encontraba soportando: Violencias económicas, sociales y políticas; violencias tecnológicas; y violencias de la naturaleza que -a menudo- se retroalimentan o se amplifican mutuamente, generando estrés, pánico y angustias. Acechanzas -todas ellas- que producen y nos confrontan con una madeja de miedos, por una parte; y, por otra, con una desigualdad social en aumento y el creciente sufrimiento humano.
Tales amenazas y confrontaciones nos ponen ante una complejidad colosal, cuyas derivaciones alcanzan el calificativo de aterrador; surgiendo en todos los casos, como consecuencia indetenible: el aumento del sufrimiento. Y aquí, en este punto, es necesario detenerse. ¿Por qué?: -Porque ahí encontramos un límite infranqueable: todo sufrimiento generado por decisiones y acciones voluntarias, que no desconocen el daño que pueden provocar son, en mi concepto, inmorales (antiéticas). Y, en este marco, se inscriben también las medidas de gobiernos que, indudablemente, determinan y ahondan sufrimientos y dolores, poniendo en peligro la propia vida de quienes los padecen.
Las comunidades sociales son, también, comunidades éticas y morales. Entendiendo por tales, las comunidades que proporcionen las posibilidades de obtener y concretar -al decir de Fernando Savater- una buena vida o una vida buena (empezando, al menos, por cubrir las necesidades básicas insatisfechas).
En aquél momento y en relación a lo hasta aquí expresado, establecía los objetivos y finalidades a alcanzar. Ellos eran:
1º) Lograr ubicar, dentro de la vida de relación, a la POLÍTICA en su lugar; esto es, donde aliente y contribuya a la superación de los conflictos, crisis y enfrentamientos sectoriales que, por distintos intereses contradictorios, se irán dirimiendo, de una forma u otra, en el seno de las sociedades, buscando y encontrando las soluciones adecuadas que permitan justicia social y realización colectiva. Haciendo posible lo necesario para mejorar la vida de todos.
2º) Reconciliar la POLÍTICA con el DERECHO y la ÉTICA. Lo dicen Santiago O´Donnell y Marcus Gabriel, respectivamente. En una tarea que, realmente, persiga el “Bien Común” o el “Bienestar General” (como señala el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional), no pueden ir una por un lado y los otros por caminos ajenos y discordantes. Es imprescindible que actúen mancomunadamente.
3º) Facilitar una “CONVIVENCIA CON CONCORDIA” (sin discordia). Lo dice Julián Marías y ya lo había considerado Baruch de Spinoza en el siglo XVI. A través del diálogo, la investigación y el debate creativo y enriquecedor. Tampoco necesariamente con acuerdos, aunque lográndolos pueda ser mejor o más conveniente; y, menos aún, con arreglos espurios que desprecian los intereses generales y solo se preocupan por los personales, familiares o de presuntos compromisos y amistades, que hay que desterrar de cuajo. Esto ennegrece, degenera y perjudica la política.
4º) Asegurar la “Amplia Participación Ciudadana” en todas las circunstancias (“a mayor Participación, mayor Democracia; a menor Participación, menor Democracia”, lo enseña Alain Touraine), propiciando métodos sencillos que favorezcan su intervención y concurso.
5º) Avanzar decididamente en garantizar al máximo los “Derechos Humanos” (la vida, la libertad personal, de expresión, de opinión, protección, educación, salud, vivienda, inclusión social, equitativa distribución de la riqueza), haciéndolos efectivamente operativos, persiguiendo siempre la Felicidad Humana.-
SEGUNDA: Hace alrededor de cinco años después, comencé una serie de escritos que pretendían bucear en esa complejidad, encontrando algunos denominadores comunes que permitieran ir superando o, al menos, accediendo a trazar caminos a recorrer -en un mapa atiborrado de riesgos y contingencias- para acercarnos a esbozar algunas posibilidades de solución dentro de tales dificultades y complicaciones que, como oscuros nubarrones, se cernían de manera ominosa sobre el conjunto de las sociedades.
Así, después de muchas lecturas y análisis, creí avizorar algunas pocas probabilidades, que sintetice en los siguientes puntos:
1º) En primer lugar, tomar una decisión -previa a toda otra consideración-: Hay que enfrentar, atacar y superar lo más rápido posible esa situación. El tiempo conspira en contra y puede hacer que sea insuperable, al menos en el corto y mediano plazo, lo que fijará consecuencias aciagas para la humanidad.
2º) Entonces, entendí que es necesario, antes que nada, HACER RESURGIR EL ESPÍRITU DE ARGENTINA. Esto es, hacerlo RENACER. La pregunta que se precipita es ¿Cómo? Y la respuesta inmediata decanta naturalmente: A través de las grandes causas que convoquen, comprendan y beneficien a todos los sectores de la comunidad. Para ello se requiere:
- RECONSTRUIR LA CONFIANZA EN NOSOTROS MISMOS: Para lograrlo es menester Cumplir con la palabra empeñada: las promesas que se hacen deben cumplirse, hacerse realidad. Lo que se piensa, se dice. Y lo que se dice, se hace. ¡SIEMPRE! O sea, no mentir, no engañar, decir siempre la verdad y defenderla “aunque vengan degollando”. No vernos como enemigos irreconciliables sino sentirnos amigos en el corazón porque, precisamente, coincidimos en los grandes objetivos. Y
- RECREAR LA ESPERANZA: En un futuro común que a todos nos contenga, en donde todos podamos realizarnos, personal, familiar y comunitariamente. Lo que está resumido magistralmente en una frase (un apotegma) que unió el pensamiento de dos destacados argentinos: “Seamos todos artífices del destino común. Y ninguno instrumento de la ambición de nadie”. (Além y Perón)
3º) A esta altura, cabe examinar la siguiente interrogación: ¿De qué manera, lo podemos concretar?: Y surgen en su repuesta, tres pilares centrales, que dan asiento a la construcción y también diseñan e impulsan el camino a recorrer. Ellos son:
- La Cultura del Encuentro (no del desencuentro);
- Una Convivencia con Concordia (no con discordia); y
- El Diálogo de Iguales (sin prepotencias ni imposiciones)
TERCERA: Este último año, que agoniza, descubrí el significado conceptual, histórico y profundo de tres palabras (aunque alguna de ellas ya hubiera usado a partir del 2017), que incuban un contenido especial, quizá único, de inmensas proporciones, que ayudan a un despliegue sin fronteras del pensamiento y la conciencia humana, que propician lo elevado pero también favorecen lo alcanzable. Las tres empiezan con “S”. Podrían identificarse como las TRES “ESE”. Ellas son: SERENIDAD. SENSATEZ. SOLIDARIDAD.
En mi humilde opinión, comprenden (llevan en sus definiciones) lo que la dirigencia argentina de todos los sectores, políticos, económicos y sociales, debiera perseguir y conseguir para estar, verdaderamente, al servicio del Pueblo en su conjunto o, al menos, de los sectores cuya representación ejercita.
1º) No ignoro las dificultades que encierra principalmente la primera. Pero, sería sustancial hacer un esfuerzo o, aún, un sacrificio -justificable aquí por el alto designio que encierra- para transitar hacia ella. En situaciones como las que padecemos, es imprescindible mantener la SERENIDAD. La calma, la templanza, el equilibrio y la armonía. No dejarse llevar ni por las circunstancias ni por las emociones (sin desconocerlas). Estar en paz. Poder contribuir y no destruir. Recordemos a la Madre Teresa de Calcuta y su sentencia: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Quizá ahí esté el secreto.
2º) En realidad, lo único que nos deja la historia como invariable enseñanza es que la SENSATEZ linda con lo perfecto, queda como ejemplo y, además, sirve como lección. Es lo rescatable. Al menos, así lo pensó Hegel. Nos haría mucha falta.
3º) Y la SOLIDARIDAD implica, al menos, SENSIBILIDAD, RESPETO y EMPATÍA por nuestro prójimo. Estar cerca, auxiliarlo, asistirlo, ponerse en su lugar. Condolerse de sus carestías, de sus sufrimientos, de sus angustias. No dejarlo abandonado en el camino inerme para que sucumba. También nos hace muchísima falta.
CUARTA: A principios del 2020, durante la pandemia, publiqué un escrito que llevaba por título: “ANTES QUE SEA DEMASIADO TARDE”, en el que señalaba -desde mi punto de vista- el peor de los males que nos aqueja: la situación que se encuentran atravesando los niños y jóvenes, que son y representan el PORVENIR DE LA NACIÓN. No había -ni hay- una misión más importante que cuidarlos y protegerlos, favoreciendo el más completo desarrollo integral. Sin olvidar el padecimiento de nuestros jubilados y pensionados a los que cruelmente, con inhumanidad sin límites, se los considera desechables y se les aconseja morir. Ellos también deben ser protegidos INTEGRALMENTE.
Si no se cuida y protege a los niños, Argentina renuncia a su futuro. La fría información nos dice que 6 de cada 10 niños están bajo la línea de pobreza. Esto determina que el 60% (hoy se va estirando hacia el 70%) de nuestros niños está o puede estar desnutrido por no ingerir los alimentos imprescindibles para su desarrollo, que carecen o pueden carecer de la atención médica, odontológica y psicológica necesaria para su natural crecimiento. Que peligra o puede peligrar su aprendizaje, enseñanza y educación. Y que es insuficiente la protección y la seguridad que se les brinda. Causando o pudiendo causarles perjuicios irrecuperables.
Esos pequeños y jóvenes seres humanos (que constituyen el porvenir de nuestro Pueblo) requieren de una atención adecuada y permanente, que les permita alcanzar la plena realización personal, familiar y comunitaria. Son quienes componen y hacen posible el futuro de la Patria, los que nos reemplazarán en las diversas actividades (viejas y nuevas), los únicos que pueden asegurar el destino, crecimiento y desarrollo de nuestro amado país.
Ante esta triste realidad, debo decir, no percibo los gestos y actitudes que exige su inmediata superación. Se la deja de lado, se la disfraza, se la elude. No se conforman -en mi criterio- los planes y medidas inexcusables para corregir un rumbo desolador y pernicioso. En tal sentido, para los funcionarios de todos los sectores, expresaba (y ahora, reitero y ratifico): 1º) Depongan, con convicción, las ambiciones personales, que limitan; 2º) Superen la mediocridad decadente, que confunde: y 3º) Abandonen, definitivamente, la obsecuencia y tolerancia culposa, que degradan. Y así, de este modo, poder trabajar incansablemente en la prioridad Uno: ¡CUIDAR A LOS NIÑOS! en todas sus cualidades y aspectos. ANTES QUE SEA DEMASIADO TARDE.
QUINTA: Por último, pretendo hacer una reflexión muy actual y concreta: Pareciera que hay una competencia en la sociedad contemporánea, de características inusitadas, entre los conceptos de AMOR y SOLIDARIDAD, por un lado versus ODIO e INSULTOS, por el otro. Los primeros disminuyen en su resonancia y prestigio y los últimos aumentan su volumen hasta ensordecernos y dejarnos pasmados. Intentan hacernos creer que el AMOR y la SOLIDARIDAD son conceptos derrumbados, anacrónicos, que hay que dejar atrás porque significan debilidad y falta de valentía. Por el contrario, el ODIO y los INSULTOS simbolizan fuerza y coraje. Sin duda, esto es mendaz, imposible de mantener; es solamente una perversa patraña. La SENSATEZ de la historia universal (en sus eternas y variables circunstancias) nos da sobrados elementos para contradecir, negar enfáticamente y comprobar el sinsentido y la insidia que los alumbra.
Es exactamente al revés: Se requiere mucha más fuerza y valentía para luchar con fe y esperanza por los primeros, que para sostener con maldad los segundos que, en rigor, caen por su propio peso, que determina las sórdidas intenciones que persiguen. A mi entender, este enfrentamiento que se ansía imponer es, a todas luces, falaz, de absoluta falsedad. Y confunde a la sociedad, entrampándola en una batalla inexistente, demorando y posponiendo los tiempos para las soluciones de los verdaderos conflictos que atraviesa.
Además, a todo lo que viene ocurriendo, se suma con elementos tan acelerados como feroces -no como fenómeno sino como constante- todo lo que encierra el mundo tecnológico-digital. De manera cada vez más manifiesta y perceptible se van cediendo facultades personales y propias de los seres humanos al libre mercado y algoritmos externos, de hecho provocado -en alguna medida- en que no se puede abarcar el diluvio de datos que caen minuto a minuto y que son imposibles de procesar (hasta el siglo XVII se podían leer todos los libros existentes, de allí en adelante -en su crecer- nos excedieron ampliamente. Imagínense lo que puede suceder en la actualidad).
Hay que animarse a comprender y explicar cómo funcionan esos sistema, qué pretenden, cuáles serían sus finalidades. Aunque originalmente se hubieran pensado como algo que facilitaría la participación y el encuentro, hoy se meten a conocer y capturar los gustos, la atención y las decisiones para ponerlas en rumbo a la generación de ganancias y orientación del pensamiento.
Han aparecido nuevas palabras, tales como “infocracia” (que significa el poder de la información) o “infodemia” (que alude a la viralización, como si fuera una pandemia -aquí sigo a Chul Han-). Cada vez más trol (fantasmas ocultos y ruines de las redes), actúan para llevar agua al molino que les paga. Cada vez más odio, insultos, agresiones, descalificación. Cada vez más violencia. Siempre alentados por los algoritmos.
Pero, el espíritu humano -perpetuo e inconmovible- estará presente. Y todo dependerá de él: Las orientaciones que puedan producirse y los caminos que se elijan recorrer.
-CONCLUSIÓN-
Y, finalmente, quiero terminar con un viejo axioma, que solíamos usar con harta frecuencia quienes fuimos jóvenes en las décadas de los 60´ y 70´ del siglo pasado. Y que incorporé, con convicción inalterable, a mi discurso de asunción como intendente municipal en Mayo de 1973. Hace poco más de 51 años:
“HAY QUE TRANSFORMAR EL “YO”, INDIVIDUALISTA Y ABSTRACTO, EN EL “NOSOTROS”, SOLIDARIO Y CONCRETO” -y agrego hoy-: DONDE TAMBIÉN SE ENCUENTRA EL YO.-
¡FELICES PASCUAS DE NATALICIO! Y ¡BUEN AÑO NUEVO PARA TODOS!
Eduardo G. MONES RUIZ – V.MERCEDES (S.L.), 18/12/2024