No hay que lastimar a la población. Ya no se trata de defender solamente a los sistemas institucionales establecidos en nuestra organización social, como la salud y educación públicas y gratuitas, obras sociales, sindicatos y cultos. Sino de algo más vital y urgente que implique la posibilidad de salvar la economía familiar básica, donde el salario alcance para vivir, acabando con la inflación y terminando con los abusos de los precios que todos los días suben los empresarios de los alimentos, de la luz y del gas, donde el gobierno –oficialistas y oposición- tampoco toma decisiones drásticas sobre ellos, caldo de cultivo de la antidemocracia y el negacionismo; éstos últimos deseosos de entregarnos atados de pies y manos a los grupos de poder que tienen la nefasta intención de implantar una economía absolutamente libre (para los empresarios) y militarizada (para los trabajadores), a fin de acaparar más riqueza sin el límite de la Ley y del Estado. Mucho menos de la honestidad y moral de la gente.
No hay que lastimar a la población. Porque lo que está en juego es el modo de vida democrático que, aún con aciertos y errores, es el único sistema donde se puede disentir, debatir, exigir y hasta pelear por lo que se considera justo. Tampoco se trata solamente de garantizar la libre expresión del pensamiento y la cultura, sino de la seguridad física misma de las personas, familias e instituciones, por pensar o actuar distinto. No podemos ir como corderos al matadero por indiferencia o ingenuidad. Resignación, cobardía o comodidad es lo que abunda. O creer dócilmente las mentiras de que todo se tiene que pagar, como la salud y la educación; de que privatizando las empresas o servicios públicos todo va a ir sobre ruedas y sería más barato; de que privatizando las jubilaciones vamos asegurar el futuro de nuestros mayores… acortándoles la vida. Eso ya lo vivimos. En la década del ´90 con el Menemismo, en las exacciones de las Cajas de Previsión del ´60 con las Dictaduras, y en el 2001 con el delarruismo. Y lo que es peor, permitir que otros decidan por nosotros como si fuésemos menores de edad. Así pasó con la dictadura, y es el significado real de reeditar la desmemoria, no sólo para ocultar el crimen.
“Los hipócritas, viendo no ven; y oyendo, no oyen. Porque no quieren ver ni oír”
No hay que lastimar a la población. Es lamentable la ausencia de humanidad y verdad en candidatos que destilan violencia, mentira y avaricia, bajo una máscara de sentimientos y emociones. Necesitamos verdad, razonabilidad y prudencia. Es lamentable también que la mentira, el odio y la frivolidad se hayan vuelto mediáticos. Los políticos que apoyan a grupos económicos, perjudican a los trabajadores; los sindicalistas que no los defienden transando para beneficio propio, los jueces que no imparten justicia dejando el tendal de desamparados, la brutal indiferencia a la pobreza y marginalidad, eterno chivo expiatorio de no comprometerse con la solidaridad social; los proyectos de institucionalización del delito expresado a todas voces sin ninguna vergüenza y pudor, como si el otro distinto o igual fuese un enemigo irrecuperable al que se le niega la existencia, sin misericordia ni compasión. Toda esa maldad, lastima a la población; el olvido absoluto de que somos hermanos. Hasta que no desterremos el odio, será imposible una convivencia mejor.