“El verdadero fotógrafo tiene ojo, cerebro e intención”. Y al autor de esta frase no le faltaba ninguna de estas características. William Klein nos deja a los 96 años tras una prolífica carrera artística en la que destaca su papel en el mundo de la fotografía, disciplina en la que cambió las reglas del juego para siempre.
Klein está considerado como uno de los cronistas gráficos más relevantes de la Historia, el pionero de la fotografía urbana y humana tal y como la conocemos.
Comenzó capturando a su libre manera con tan solo 25 años en la revista Vogue. Nueva York era el zoo por el que se paseaba y el lugar donde encontraba a los protagonistas de sus imágenes, la vida urbana era la protagonista y Klein se encargaba de ponerle ese toque sarcástico y certero con el que ya ha pasado al recuerdo.
Siempre adelantado a su tiempo, sacó antes que nadie a las modelos de la publicación a la calle y las colocó en entornos por donde el resto de los mortales discurría a diario en su insulsa rutina. Una efigie en frente de una barbería. Una diosa esperando en fila en el kiosko.
Los aspectos formales de su fotografía reforzaban la dureza y la verdad de sus imágenes. Claroscuros, granulados, sombras y volúmenes que se entremezclaban entre sí y se hacían indistinguibles. Un aspecto manchado, sucio, violento, que no pierde la extravagancia. La ciudad misma.
Pintor y cineasta, además de revolucionario tras la lente, Klein hizo de la sociedad moderna su musa en continuo movimiento. Asertivo, sin florituras y directa a la epidermis, como un dardo cargado de realidad. Así fue y así nos deja una de las mayores figuras de la fotografía del siglo XX.