Viernes, 22 Noviembre 2024

Queremos tanto a Julia

Publicado el Miércoles, 30 Noviembre 2022 08:43 Escrito por Cintia Martínez y Hugo Perez Navarro

El pasado 24 del corriente, en la sede de la Facultad de Ciencias Económicas, Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de San Luis, con sede en Villa Mercedes, tuvo lugar un homenaje a Julia Ruiz Biscontini, fallecida el 11 de agosto de 2021. Figura muy reconocida en la comunidad local, Julia completó su licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad del Salvador; fue periodista, militante de derechos humanos, distinguida como mujer destacada de nuestra ciudad y presidenta de la Biblioteca Popular Esteban Agüero en el momento de su fallecimiento.

Por su comprometida trayectoria en el peronismo fue secuestrada durante la última dictadura y permaneció detenida-desaparecida en uno de los más terribles centros de detención de la provincia de Buenos Aires. En un clima de alta sensibilidad y compromiso, se la recordó y se leyó una declaración de reconocimiento a su figura de parte de la mencionada Facultad. Hacia el final, y como síntesis, fue leído el texto que se transcribe.

Queremos tanto a Julia

Hablaban de Julia. Nos hablaban. Decían. Nos contaban.

Que solían armarse juntadas memorables en su casa. Con gente del palo. O de los diversos palos afines. Con ganas de hacer cosas, decían.

Lo que también decían, aunque no decían todo, era que esas “cosas” eran la política y que lo que las ganas envolvían era el deseo, la necesidad –porque si no es impostura, impostura pequeñoburguesa, una farolería, pura paja intelectual– de… hacer política. De seguir vivos en pequeños hechos y en enormes sueños (que pueden ser un sueño de muchos o de todos), de hacer un país mejor, una ciudad mejor, un mundo mejor, como tantas veces se había dicho y se seguirá diciendo.

Y ahí fuimos una noche, que invariablemente recordamos clara, aunque no sé si habíamos mirado el cielo. Y allí estaba: un poco caótica, amplia, abierta, generosa, cálida, fresca, luminosa, oscura… la casa de Julia. Su casa: casi exactamente como su corazón, que era tan indiferente y consistentemente pájaro y nido; tormenta y arrullo. Y muy amplia generosa, rezongona, jodona, siempre lúcida, aun cuando ofuscada. Y siempre, con el corazón abierto como una mano abierta.

No sabíamos cómo era la casa; tampoco sabíamos muy bien cómo era ella. Que era igual a la casa. No sabríamos decir otra cosa. Aunque –como es imaginable y casi previsible–Julia era más luminosa, enorme, dulce, cabrona, sensata, adorable, lúcida y alegre.

¿Cómo no ser alegre con dos o tres vidas vividas, una resurrección de largas horas y meses y días inimaginables? ¿Cómo no serlo, asumiendo en esa condición (la condición de la alegría posible y peleada), si después que el compañero de lucha y de vida quedara en las garras de los asesinos, pudo aferrarse otra vez a una vida que la ancló a la vida misma con la fuerza y las lágrimas y las risas de tres hijas y dos hijos y nietas y nietos que siguen siguiendo el sino de los que necesitan vivir en nosotros?

No es frecuente hablar ni es frecuente pensar en esa otra militancia que tienen que hacer los que han asomado la cabeza a las pútridas fauces de los prodigadores de muerte y sombra y odio.

Julia supo hacerlo. Militando su familia y haciéndose familia de cuantos hombres y mujeres chicos y chicas se le acercaban para hablar y más para escuchar de su boca  no las crónicas del horror de los chupaderos ni tanto de los asesinos que quisieron despojarnos la  historia y con ella nuestro presente (que es como decir nuestro futuro en presentes anteriores; para enajenarnos la memoria; para despojarnos de la sensibilidad, del sentido de patria, de justicia, de soberanía, de heroísmo, de sacrificio, de dignidad, de igualdad, de derechos, de humanidad): no, para eso no, sino para tornar todo el horror y las sombras de la muerte con la que quisieron hacer desaparecer la Patria, sino de todo eso que la patria es; en suma para escucharla hablar del amor, que es como entienden la política los que logran endurecerse sin perder la ternura, los que se juegan todo por ese amor como el agua, que abraza a la tierra para comprometerla una y otra vez con la luz y con la vida.

Y aquella fue la primera noche en la casona de Pueyrredón, además de la mujer que enamoraba a quienes alcanzaba el toque celestial de su mirada, tan dulce, serena o socarrona como la hora lo indicara. Y aquella primera noche nos encontramos con la militante, con la patriota, con la luchadora de muchos frentes: la política cotidiana, el periodismo, los derechos humanos, la sociedad, la ciencia política, la militancia en el movimiento nacional, con una decisión de riesgo absoluto que asumió –tana genética y  vasca vocacional, como era– sin anteponer límites ni pedir jamás ni cuartel ni descuentos. Y aquella noche, también –y no es poco ni lo podría ser ni lo será– tuvimos la dicha de encontrarnos, también, con la adorable mina y la inmensa compañera y amiga y compinche, que, como pocos, sabía estirar la cuerda de la ironía y lanzarse a la esgrima del humor. Y que supo compartir, y supo hacer y supo construir futuro desde su propio tiempo ocupando el lugar que le estaba reservado para el tiempo mejor que imaginaba.

Y porque, como mujer y como madre supo ser, en cada momento de su luminosa vida, una militante popular; porque en cada momento, en cada oportunidad, Julia siempre estuvo donde había que estar.

Por eso que sigue con nosotros, aquí en cada lugar que ella hizo su lugar; y acaso sea por esa razón y estas razones y otras más y por tantísimas sinrazones que a Julia tanto la queremos.

 

 

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