Jueves, 21 Noviembre 2024

La falacia de los dos odios

Publicado el Martes, 13 Septiembre 2022 18:29 Escrito por

Apenas diez días luego de que Fernando Sabag Montiel gatillara una pistola sobre la cabeza de CFK, la oposición siembra dudas sobre el hecho, lo banaliza y acusa al oficialismo de usarlo políticamente, mientras algunos medios sostienen que la vicepresidenta lo tenía merecido. No hubo dos demonios, y tampoco hay dos odios, como intentan instalar, plantea Rinconet, y para dar vuelta la taba, llama a hacer más peronismo.

Apenas diez días después del atentado contra CFK, nuestros medios serios y la oposición de Juntos por el Cambio- dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar- dudan que haya ocurrido con el mismo ímpetu con el que desde hace siete años sostienen que el fiscal Alberto Nisman fue asesinado por un comando venezolano-iraní con adiestramiento cubano enviado justamente por CFK.

El breve estupor inicial frente al intento de magnicidio dio lugar a los discursos de odio habituales. Desde TN, el Teledoctor Castro volvió a señalar que la vicepresidenta es mala, mala, mala, mientras su colega Laura Di Marco afirmaba desde una de las jaulas de La Nación + que CFK “cosechó lo que sembró” ya que “el kirchnerismo hizo del odio una política de Estado.”

Para participar de la sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados en repudio del atentado, Juntos por el Cambio exigió eliminar el concepto de “discursos de odio” del texto final ya que, como lo aclaró Diego Santilli, “no debe agraviar a la oposición ni a los medios”. Con honestidad brutal, explicitó así el nexo entre la oposición en su conjunto (incluyendo a los medios serios) y esos discursos de odio. De todas formas, la concesión oficialista no impidió que la bancada del PRO se retirara del recinto apenas votó la resolución. El diputado José Luis Espert, uno de los tantos reaccionarios que se autoperciben liberales, afirmó por su lado no entender por qué “sesionamos un sábado para tratar un hecho de índole policial”.

En el Senado la oposición de Juntos por el Cambio fue un poco más allá y decidió no participar de la sesión extraordinaria para repudiar el intento de asesinato a la presidenta de dicha cámara. El interbloque opositor conducido por el humorista radical Alfredo Cornejo difundió un comunicado en el que justificaba su ausencia por no querer avalar “el uso político-partidario del Congreso”. Denunciar la politización del Congreso es una afirmación asombrosa aún para el estándar generoso de nuestra oposición. El próximo paso tal vez consista en denunciar la politización de la política.

Por su lado, la ex ministra Pum Pum y actual titular del PRO no sólo no repudió el atentado sino que, frente a la convocatoria al diálogo de parte de ministro del Interior Wado de Pedro, sostuvo que “el clima que armaron no es apto para un diálogo democrático” y agregó: “Si quieren bajar un cambio, que pidan disculpas (por haber politizado el tema)”. El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, siguiendo el camino de su ala más radicalizada, rechazó cualquier diálogo con el kirchnerismo. Al parecer, el diálogo sólo es aceptable con quienes piensan igual.

Héctor M. Guyot, editor del suplemento Ideas de La Nación, justificó el rechazo opositor al diálogo: “Hoy no hay posibilidad de diálogo político en el país porque el objetivo último de una de las partes es, ni más ni menos, violar el sistema que garantiza la posibilidad de diálogo.” Extrañamente, la parte que viola el diálogo es el gobierno que lo convoca.

Tal vez inspirado por Guyot, el editorialista de La Nación fue más allá: “Salvando las enormes distancias, pues en la Argentina aún existe libertad de prensa y las instituciones de la república resisten la colonización, es oportuno recordar situaciones extremas, como el incendio del Reichstag, cuando el Gobierno intenta utilizar políticamente el atentado contra Cristina Kirchner para culpar a la oposición, a la Justicia y a los medios.” Salvando las enormes distancias…

En medio de esa escalada, vimos aparecer en algunos medios un paradigma que podríamos llamar teoría de los dos odios, que denuncia una supuesta polarización violenta de la política en general y de los dos polos mayoritarios en particular: el kirchnerismo por un lado y Juntos por el Cambio por el otro. Los discursos de odio serían el resultado de esa polarización y la responsabilidad recaería en ambos espacios políticos. En realidad, como sostiene el historiador Ernesto Semán, no se trata de polarización de dos sectores sino de radicalización de la derecha, un fenómeno no sólo nacional sino global como lo prueban los ejemplos de Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en EEUU o Vox en España. En efecto, el candidato del Frente de Todos no fue Camilo Cienfuegos sino Alberto Fernández y la discusión más radical en el seno del oficialismo no refiere a la socialización de los medios de producción o a la expropiación de la Pampa húmeda sino a la recuperación del poder adquisitivo de los sueldos.

Apenas diez días luego de que Fernando Sabag Montiel, militante de un grupo de extrema derecha, gatillara dos veces una pistola sobre la cabeza de CFK, la oposición duda sobre el hecho, lo banaliza y acusa al oficialismo de usarlo políticamente mientras algunos medios sostienen que CFK se lo tenía merecido.

En realidad, no hay dos odios, como tampoco hubo dos demonios. El discurso de odio se ubica sólo a la derecha y no es un exabrupto. Es una herramienta de acumulación política que busca desgastar a la principal figura política del país, aún luego de haber sido víctima de un intento de homicidio. Como afirmó Amado Boudou: “Aparece el odio cuando aparece la discusión por la distribución del ingreso. Es una confrontación material y quien concentra esa disputa es CFK.” Los accionistas del Grupo Clarín o de las grandes empresas del país que financian ese discurso no odian, sólo defienden un modelo político, un plan de negocios con muchos perdedores y unos pocos ganadores. Odia la última milla, el alienado que apaga la televisión y aúlla que hay que matarlos a todos o que incluso lo intenta, como en el caso de Sabag.

Más que una ley anti odio, la respuesta del oficialismo debe plasmarse en iniciativas contundentes a favor de una mejor distribución de los ingresos: eliminar la indigencia, reducir la pobreza y establecer salarios que permitan llegar a fin de mes. Es decir, cumplir con el reclamo del electorado que votó al gobierno en primera vuelta. Que el empleo registrado ya no garantice salir de la pobreza, en particular en un contexto de crecimiento, es un hecho inaceptable que atenta contra el pacto democrático y coloca a millones de ciudadanos a merced del próximo charlatán terraplanista.

El shock distributivo es el antídoto y las herramientas para lograrlo son Cristina y la calle.

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