Pese a esto, la importancia de lo que está sucediendo en el peronismo provincial adquiere relevancia si consideramos que estamos siendo testigos de un final de época complejo para una provincia que, durante 40 años, se acostumbró a regirse por los designios de una familia. Más allá de las adjetivaciones, el modelo político que hoy se intenta imponer desde una vetusta lista Celeste Unidad, a fuerza de proscripciones, es una manera de hacer política que no encuentra sustento en la militancia comprometida. Los recientes hechos políticos hacen dudar de la visión estratégica que Alberto Rodríguez Saá supo convertir en uno de sus principales capitales políticos (¿o nos estaremos apresurando en el análisis?).

En los últimos años del último mandato de Alberto, ya se observaba un ambiguo apoyo político (y económico) al intendente mercedino Maximiliano Frontera, quien era, sin duda, un hombre de su confianza. Con dirigentes surgidos del compromiso social, pero con abultadas billeteras, se intentó desde la capital continuar digitando las políticas públicas y, por ende, también la sociedad mercedina.

En momentos en que la relación entre el Estado y el Pueblo es difusa y difícil de comprender, se colocó al Estado como decisor de la bendición o no de dirigentes políticos, especialmente en el Partido Justicialista.

Sin negar su participación en este modelo al que hoy cuestiona, es desde ahí donde el intendente Frontera cimenta su postura política. ¿Su capital? La posibilidad de proponer un futuro, una esperanza, una nueva manera de hacer política.

Más allá de los pormenores, la resolución del conflicto deberá darse rápidamente, ya que creemos que estos asuntos no contribuyen a fortalecer un vínculo clave entre las sociedades y las democracias: los partidos políticos.