Viernes, 22 Noviembre 2024
Iván Ojeda

Iván Ojeda

Dicen que el peronismo abandonó a los trabajadores y por eso ellos lo abandonaron. Pero habría que aclarar, con verdad, que fueron los dirigentes del peronismo quienes abandonaron a los trabajadores y las ideas del movimiento. No hay lugar para medias tintas. (“Abuelita, abuelita, ¿por qué tienes la boca tan grande?”, dijo Caperucita al lobo disfrazado).

Hay que desarmar las conciencias de la insensibilidad social. Más allá de la indiferencia, de que los problemas se ocupen otros, de ausencia de empatía social, individualismo o resignación a la imposibilidad de un cambio, nada es tan grave como la insensibilidad social. Es directamente ignorar al Otro.

Han bastardeado tanto el concepto de Justicia, de cambio, y ahora también el de Libertad, que sólo nos queda como única salida posible volver a la Razón, pero a la Razón de lo Humano, de la conciencia moral y espiritual, no a la de nuestro egoísmo y perversión.

Los sentimientos a que damos lugar, nacen en el corazón. Damos lugar a los sentimientos desde nosotros, como también damos lugar al sentimiento de los otros y percibimos lo bueno o lo malo de los otros.

La decadencia de la Política del Peronismo en San Luis, ya venía en progresiva e inexorable pendiente de derrota. No se trató del candidato a gobernador que perdió en la última elección, ni tampoco de la performance electoral del nuevo gobernador, ni mucho menos del arrasador triunfo de Milei en la provincia y especialmente en Mercedes. Se trató de la mala política del Peronismo. De la asfixia.

“En la lndia, los intocables o dalits, son los más pobres e indigentes; discriminados y abandonados en un sistema de castas a la que son aherrojados, naciendo y muriendo en esa condición”. En el mismo sentido, en nuestro País, “Intocables” son los jubilados, pensionados y ancianos. Es el sector más desprotegido de nuestra sociedad.

Los sentimientos más poderosos son invisibles. Cuanto más invisibles, más poderosos. En realidad, ambos son hechos de voluntad. El amor y el odio. Ambos pueden residir en el corazón. Uno es el dueño, el otro, un usurpador. Si habita el odio, no tarda en salir afuera y hacer daño. No se soporta a sí mismo. Si habita el amor, tiene las puertas siempre abiertas.

Señor Gobernador: Recientemente, nuestros representantes en el Congreso, traicionaron los mandatos populares conferidos. Unos, han sido consecuentes con esos mandatos, y otros -la mayoría- han decidido, en nombre de un Pueblo que no se lo esperaba, entregar los recursos de la Patria a la codicia de los Grupos del Poder Económico.

No podemos aceptar que la burla, la denostación, el insulto, la indiferencia a los reclamos y el maltrato, sean lo normal del gobierno y tengamos que aceptarlo. Eso es soberbia. No es bueno. Necesitamos respeto y consideración, el ejemplo de lo bueno, de los mejores valores, de la verdad y la justicia. Porque existen, aunque no los veamos con frecuencia.

En un País como el nuestro, si hay crisis socioeconómica y de gobernabilidad –como ahora- la situación requiere más credibilidad social que política. La desigualdad subsiste, es enorme, y la concentración de riqueza de las minorías sigue aumentando escandalosamente. Hay una impúdica, inmoral y frívola ostentación mientras hay gente que no tiene qué comer, que no tiene techo, ni trabajo, ni remedios.

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