Viernes, 20 Septiembre 2024
Iván Ojeda

Iván Ojeda

El título de este artículo pertenece a un pensamiento de Martin Luther King. Resume el mayor y mejor anhelo de un ser humano que creía absolutamente en la capacidad del reencuentro con las personas. Él no dudaba ni juzgaba a los otros por su condición, sino que apuntaba a sacar, a extirpar, el impersonal odio que no los dejaba ser, para encontrar lo mejor de sí en ellos.

Evidentemente estamos asistiendo no a la muerte de Dios, sino a la muerte del Hombre. Y Dios no ha muerto, aunque hayamos buscado otros dioses: el dinero, el placer, el individualismo absoluto, y el odio al prójimo. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Cuando el filósofo Nietzsche habla de “la muerte de Dios”, se refiere a la muerte del Estado autónomo, y a la conciencia desventurada del Hombre, donde Dios ya no es aceptado como referencia moral y fin último, y se rechaza todo orden cósmico y de valores absolutos, objetivos y de una ley moral universal –ni siquiera de convención, de cada cultura o de acuerdos puntuales como sostienen los postmodernos-, que dejan al Hombre en la Nada, en el Nihilismo, y desde esa soledad absoluta, compelido a buscar el verdadero fundamento de los valores; cristianos y humanos.

Es cierto que cada generación debería conocer y aprender la Historia que no ha vivido de su sociedad y de la que no ha sido protagonista. El conocimiento histórico y científico no surge espontáneamente si no es buscado, descubierto o enseñado. Pero si una sociedad desea seguir existiendo, debe asegurarse de que su historia sea aprendida y transmitida para generar saberes propios. Esencialmente de su cultura, que hace a su identidad como Pueblo.

Este mundo, esta sociedad argentina, las personas y a veces las propias familias, están tan materializados, que hipócritamente llevan una doble vida porque no se puede, no se resiste, vivir sin alguna autenticidad. “¿Quién le da una piedra a su hijo si les pide pan? ¿O una culebra si le pide pescado? (…) Si Ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos…”

En estos tiempos electorales, nadie desconoce que además de la indecisión sobre el camino a tomar, existe desconcierto y miedo. Todos tenemos miedo. Nadie puede avizorar con certeza un futuro esperanzador a mediano plazo. Azorados, asistimos a las diatribas de los candidatos, azuzados cínicamente por los medios de comunicación. Nos martillan con propuestas, verdades, mentiras, justificaciones, amenazas, desconocimiento y enojos, en una oscilante inestabilidad (¿o incapacidad?) sobre la cresta de una imprevisible ola que puede colmar a nuestra humanidad de esperanza… o transformarse en un tsunami que podría arrasar la libertad, los derechos y la vida misma. 

Dicen que los inocentes y los justos van al Paraíso. ¿La clase obrera también, que son los de puro corazón valiente? ¿Cómo se sostendría la Economía sin la clase trabajadora?

Cuando el fuego se apaga, ni un vestigio de humo queda en el páramo. Y en la noche, es imposible encontrar camino alguno. Sin el fuego, no hay transformación ni carne cocida; no hay herramienta ni metalurgia. Tampoco luz, abrigo y cuidado.

Recuerdo cuando mi Papá me hablaba de qué era la Música. “El arte de combinar los sonidos” –me decía. ¿Lo habría sacado de un libro de Teoría Musical? ¿Y la sintonía? Para Google “es la igualdad de frecuencia entre un emisor y un receptor”. Un espacio para entenderse diríamos nosotros; una situación para generar el diálogo, y un código en común para comunicarse. La afinación consiste precisamente en eso, en ajustar el tono del sonido de algún instrumento con una nota musical.

Nos preguntamos por qué ganó Milei, como si su triunfo en las PASO fuese un fenómeno. ¿Fue un fenómeno el triunfo de Milei? El fenómeno es algo que aparece, que no estaba previsto, que no se lo esperaba, pero esto fue un fenómeno sólo para algunos sectores, los que estaban adentro de cuatro paredes; sin embargo, para los más humildes, los de clase media baja y la mayoría de los jóvenes de todas las clases sociales, no había sorpresa; estaba claro que Milei era su elección. Los que no lo tenían en claro eran la clase media mediana y alta, si podríamos estratificarla así. No obstante, un hegemónico pensamiento autoritario se expresó en todos estos sectores. En los primeros, con Milei, y en los segundos, con Bullrich. No fue un fenómeno; fue una consecuencia.

Hay una crisis nacional y hay que verla como tal. La injusticia de la creciente desigualdad, salarios y jubilaciones carenciados, inflación desmedida, precios sin control y especulación financiera, son consecuencias de la avaricia desmedida de los que más tienen sobre los que apenas sobreviven; pero también de políticos que los avalan, que piensan en ellos mismos y son los gestores de la incredulidad en la Política. La mentira está en hacerle creer a la población que solamente los políticos son responsables, cuando en realidad, los políticos suelen ser lacayos, sirvientes, de los dueños de la riqueza de la argentina, que siempre han manejado a su antojo la economía del país.

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