La contaminación odiosa
Ya hace unos años (se imaginan quién) quiso violar una ley nacional relativamente nueva que protege el ambiente y sanciona el daño -por otra parte, irreparable- que ocasionamos a diario a nivel social e industrial; ahí dice, por ejemplo, que no se pueden ingresar al país deshechos considerados peligrosos como la basura electrónica.
Ahorita está dando vueltas una exención para que por treinta años o algo así inversores foráneos puedan tranquilamente explotar los recursos naturales con tremendas facilidades como serían los casos del litio o el agua; no sé si suena fácil la sigla RIGI, pero eso parece ser lo que se viene.
Resulta que, en honor a la verdad y al rigor histórico, desde el punto de vista de la política, como herramienta pública, poco y nada se ha hecho en materia de los recursos minerales; es decir, una empresa de afuera puede venir, extraer un lingote de oro y dejar diseminadas diez toneladas y media de cianuro mezclada con agua de alta pureza por los siglos de los siglos sin movérsele un solo pelo y pagando un impuesto irrisorio que debe andar entre el 3 y 5 por ciento de lo declarado. O sea, nada; una cosquilla a las arcas de los que se la llevan afuera y pagan muy bien acá, lo que da cuenta de la fortuna que se mueve en torno a ello. De eso, como política pública y de todos los gobiernos pasados, estamos como menos diez.
También resulta que un tal Evo dijo un día: quédense, pero llévense la participación minoritaria porque los recursos son del estado plurinacional y ahora -después de tantos años de ganancias- tenemos que redistribuir la riqueza natural en favor de sus legítimos dueños, o sea el pueblo; cuestión que, literalmente, casi lo matan y hoy están como están; incluso con un montón de favores que allá, de igual a igual, no los tenemos (¡al contrario, mal que nos pese) como el acceso a la salud pública.
Quizá no nos toque porque en el ocaso de la vida uno piensa en los que vienen; y debe ser embromado salir a buscar agua ya no de una canilla a dos pasos de la cocina sino de un surtidor a 50 metros de la casa, y que otros semejantes se peleen por un poco del elemento vital porque -como tantas otras cosas- se la llevaron toda.
Además muy escasamente nos pasa, como ocurría antes, que las madres lavaban los platos o la ropa en un fuentón; ahora hay que pelear para crear conciencia de no derrochar. Algo que para ser ley, como se quiere, le falta poco.