Opinión

La especulación como política pública

En una democracia sana, la transparencia ideológica de los dirigentes es un pilar fundamental para garantizar el derecho ciudadano a elegir con conocimiento. Cuando un gobernador o un intendente decide revelar su postura electoral apenas pocos días antes de los comicios legislativos, lo que se pone en juego no es solo una estrategia de comunicación, sino la calidad del proceso democrático. Esta demora deja a la ciudadanía sin referencias claras sobre el rumbo político que propone su liderazgo.

Este tipo de maniobras se inscriben en la lógica de los partidos «catch-all», que buscan ampliar su base electoral evitando definiciones ideológicas precisas. Si bien esta táctica puede resultar eficaz en términos de acumulación de poder, también implica una subestimación del electorado, tratándolo como un conjunto maleable y desinformado. La falta de compromiso público con una visión política concreta erosiona la confianza en las instituciones y debilita el vínculo entre representantes y representados.

Más grave aún es que esta indefinición no se presenta como una apertura al diálogo plural, sino como una forma de oportunismo político. Esto se agrava si el dirigente, llega al poder como parte de un partido político y ahora apoya una fuerza con un discurso radicalmente distinto, sin ofrecer explicaciones profundas sobre ese viraje. Esta ambigüedad no es neutral: oculta decisiones que afectan directamente la vida de los ciudadanos, y posterga el debate público que debería preceder a toda elección.

En tiempos de polarización y crisis de representación, los dirigentes tienen la responsabilidad ética de asumir sus posiciones con claridad. No hacerlo, como en varios casos en nuestra provincia ( y con mayor gravedad en la figura del propio gobernador), no solo empobrece el debate democrático, sino que refuerza una cultura política basada en el cálculo y la conveniencia.

La ciudadanía merece saber qué ideas se defienden, qué modelo de país se propone y qué valores se priorizan. Lo contrario es gobernar desde la sombra, y eso no es democracia: es simulacro.


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