Salvando las distancias entre la vida como existencia y la vida como manera de subsistir, hay algo en común que nos la puede quitar a una y a otra: la traición odiosa.
Pasa que a esta altura en tan crítico el ejercicio de los valores que hasta se naturaliza que hoy podamos estar de un lado y mañana del otro; es cierto, todos tenemos las libertades suficientes (por ahora) para cambiar de opinión; ahora no es lo mismo cambiar de menú para el almuerzo que romper con los supuestos principios por los que uno ostenta una banca.
Lo que ocurre es que es tan grande el beneficio social y político de las últimas décadas protagonizado por el partido para muchos innombrable, que no pueden sostener el sol con las manos; entonces, ante la realidad del progreso de las mayorías populares, las minorías no pueden resistir que a alguien de menos le quepa una mejorita, como la edad jubilatoria o la moratoria previsional; no les afecta en nada, pero les jode que alguien esté algo mejor porque "son negros, nunca aportaron y no se lo merecen".
De manera tal que ese rechazo devenido definitivamente en odio se ha convertido en una bandera permanentemente reivindicada; pero como los negros de mierda son imprescindibles para precarizarlos laboralmente, se te arriman con una hipocresía inusitada para decirte que te ayudan, te comprenden pero te la atan como moño. Los necesitan para que sus ganancias sea pingües sin importar tres carajos (sic) la soberanía, los recursos naturales, el salario digno y la vida de quien no te quiere.
Quizá lo más triste es darse cuenta que la traición odiosa puede estar dentro de nosotros mismos: la desidia, por ejemplo, ¿no es acaso un excusarse para no hacer -de pura flojera nomás- lo que hay que hacer?...; si arrancamos de ahí.
¿Qué les puede calentar un voto que haga pedazos a una sociedad entera y por generaciones con tal que quede a salvo su pellejo?.
Vil, baja, miserable traición odiosa.