No podemos seguir como el buey a la zanahoria, apostando inciertamente a gobiernos que tratan o prometen estabilidad económica y justicia social. Necesitamos concretarlo en la certeza de un Estado y sociedad autosustentable.
El que diga que no es posible, está mintiendo. Pero nada se consigue sin acuerdos. Para ello, hay que descubrir que se puede lograr sin mirar las diferencias, buscando el consenso, la concertación o el convencimiento hasta la meta final.
“No vivimos una vida plena, si no estamos dispuestos a morir por los que amamos y por lo que creemos” Martin Luther King
Aceptarnos mutuamente es lo más difícil. Por sentimientos, emociones, ideas e historias de desencuentros. No podremos rebelarnos contra aquellos que nos impiden construir una sociedad mejor si no nos rebelamos contra nosotros mismos.
En primer lugar, valorar nuestra dignidad personal, que no debe ser negociada impiadosamente por nosotros mismos, hasta la obsecuencia; ni por los que no nos respetan, que es lo mismo. Buscar y reconocer que podemos cruzar la línea del desencuentro aún con ingratitudes, traiciones y sufrimientos, pero sin dejar pasar la injusticia y el engaño. Y persistir. Es un paso necesario; esto es, no paralizarnos nunca por el desánimo, la incomprensión y el fracaso aparente de un camino cuya meta será –a no dudarlo- nuestra.
Luego, no importarnos las historias de los otros, sacándonos el rencor, el odio, los prejuicios, la desconfianza; si están dispuestos a que trabajemos juntos en la lucha. Nadie está exento de culpa. Necesitamos aprender la rebeldía por una causa justa; no hay libertad sin rebeldía. Creer y apoyarnos en la fuerza moral y espiritual que nos da la certeza de que si vamos tras la verdad, visibilizando la injusticia, lograremos justicia.
El problema de creer, reclamar, insistir, presionar, con palabras, con acciones, con protesta necesariamente no violenta, implica resistir –no obstante- una altamente probable indiferencia, represión y violencia. Hay que estar dispuestos a decirle sí a la lucha, pero no a la violencia ni al ninguneo. Una batalla puede ser ganada sin violencia, pero hay que estar preparados. El autoritarismo, las acusaciones, el daño, rompen cualquier posibilidad de confianza y diálogo. ¿Cuándo se violenta a las personas? cuando no se les paga un salario justo y las familias pasan necesidad; cuando bajo el amparo de la ley, se les quita la comida con flexibilización laboral, reforma previsional, negación de paritarias justas, etc. Pero eso sirve para conocer a quién nos enfrentamos.
Aquí hay que tener presente que la compulsión de los adversarios, de los que oprimen, de los que engañan, cualesquiera que ellos sean, no tiene nombre personal. Nunca es personal aunque las ejecuten personas concretas y sin evadir responsabilidades individuales; es responsabilidad social y de determinados grupos o sectores de la sociedad. Por acción u omisión. El gatillo de la violencia es responsabilidad de la sociedad cuando ella no obliga al gobierno a garantizar seguridad, aunque lo apriete una persona. A una persona no la mata un individuo, sino el odio social en ese individuo. A una persona no la deja sin trabajo sólo un empresario, sino el gobierno y la sociedad que no hace nada por evitarlo. Como siempre, la indiferencia de todos, es una violencia sobre los inocentes, sobre los que resisten y sobre los que luchan.
Sin embargo, podemos enfrentarnos a cualquier fuerza, amenaza o extorsión con convicción y espíritu, desafiando a los responsables sin hacerles a ellos lo que ellos hacen con nosotros; con la actitud de buscar la reconciliación mutua, y demostrar que podemos ir más allá de cualquier odio y ambición, más allá de cualquier historia, dispuestos a construir una convivencia humana saludable, con lugar para todos, como corresponde.
El odio, es una obscuridad que enceguece por el miedo y el temor al sufrimiento. Pero no hay que tenerle miedo. El odio no existe sin enemigos. Y es ya difícil aceptar que nuestros adversarios no son enemigos. Aunque se comporten como tales. Ellos necesitan, tanto como nosotros, liberarse de ese odio. Tenemos que sacárselos. Con la verdad sola no alcanza. Ni con la justicia. Ni con el Derecho. Solamente con una fuerza cualitativamente superior que lo supere. Una fuerza aprendida desde la humildad del reconocimiento de lo que somos y de lo que hemos hecho con los demás. Siendo uno con cada ciudadano que sufre.
Nadie vendrá a solucionar los problemas que nosotros sentimos y que hasta los mismos responsables pregonan. Tenemos que dejarnos de hipocresías, combatiendo la hipocresía. Tenemos que dejar el desánimo, que es entregar la lucha.
Todos somos responsables de lo que nos pasa a todos. Si el oprimido es mi hermano, ayudémoslo a salir de la opresión. Si el que odia es mi hermano, ayudémoslo a salir de ese odio. No hay vida plena mientras no haya verdad y justicia en nosotros, y en la Comunidad de la que somos parte. Lo que amamos y lo que creemos.