Opinión

¿Batalla cultural o batalla contra el Pueblo?         

Esto, al igual que aquel momento histórico, es consecuencia del oportunismo y codicia de la burocracia de la autodenominada clase política, que está llevando la Democracia al fracaso, posibilitando la codicia de los ricos -sus verdaderos amos-, el periodismo obsecuente e irresponsable, la permisión de la sucia calle en las redes sociales, y la frustración de las clases medias postergadas, además del tradicional odio patricio, pero, especialmente, la desidia intencional a las demandas sociales.

“No fueron los gritos, los enfrentamientos y las piedras al presidente lo que me dieron miedo. Fueron los gritos violentos y agresivos de jóvenes enfrentando a un pobre jubilado portando un cartelito lo que me asustó. Me recordó la soberbia de un tiempo en donde se incubó al huevo de la serpiente”

La “batalla cultural” que promueve el gobierno, brutal y compulsiva, no es para mejor, sino para romper los valores esenciales de nuestra identidad como País y Nación; quebrando la cohesión social y dejándonos indefensos frente al discurso de dominación de los que más tienen, ya que sus objetivos son preponderantemente económicos. No es verdad que no existe una identidad argentina, al contrario, es una riqueza única de la diversidad del mundo; negarla, es la excusa de las minorías acomodadas que tienen como patria al extranjero.

Esa “batalla” que quieren imponernos, es más emocional que intelectual, y constituye uno de los rompimientos más profundos y peligrosos de lo que hayamos experimentado como País: quieren estallar los valores morales y espirituales de nuestra dignidad como personas y sociedad; atacando a la Justicia Social, a los Derechos elementales, a la solidaridad y consideración del Otro como ser humano, a sus valores y creencias. Y en nombre de la “Libertad”, pretender sustituir la Constitución y las Leyes desregulando la convivencia de la Sociedad Civil con la ausencia y destrucción del Estado, favoreciendo a las grandes corporaciones.

Las herramientas de ésta pretendida “batalla cultural” son los chivos expiatorios:   (“Culpables son los otros”, sin mirar ni corregir las propias acciones); la discriminación y desprecio a las clases populares (“Agarren la pala”, “Construyamos un muro”, “Palo y balas”, “La Salud es un problema de la familia y no del Estado”, “Los viejos no producen nada” etc.); enrostrándolas de “Populistas” (término acuñado por la Burguesía y sus seguidores para expresar que el Pueblo, la gente, es una masa que no piensa, que es incapaz y que vive de los favores del Estado, moviéndose fanáticamente por los caprichos de cualquier líder);  el rechazo al Conocimiento Científico y Social -lamentable experiencia que vivimos en la Dictadura cuando quemaban libros y hasta las Biblias, y el cierre de carreras universitarias-, a lo que ahora se agrega el exacerbamiento de la emoción, el insulto público, la amenaza y la contagiosa exaltación del extremismo.

Otros de los conceptos utilizados en esta “Batalla Cultural” es el de una “Historia Oficial”, unilateral, conservadora y escrita desde el Unitarismo porteño, reivindicando crímenes de lesa humanidad con el negacionismo y el rescate de personajes que aniquilaron a pueblos originarios, imponiendo la hegemonía de las minorías  tradicionales a sangre y a fuego, con el fraude electoral primero y las sucesivas dictaduras cívico-militares después; páginas negras del enriquecimiento ilícito y  matanza de comunidades, familias y personas, con apropiación de bienes e inocentes. Quieren borrar la Historia.

Pero, sin Memoria, Verdad y Justicia, no cierran las cicatrices. Son las condiciones necesarias para reconstruir los lazos rotos del reconocimiento del Otro y de la Solidaridad Social. Ello no implica actualizar rencores que siguen produciendo dolor por la impunidad de los responsables y del relato que los sigue justificando, sino de generar, posibilitar, pública y masivamente, una investigación y debate sobre lo sucedido históricamente, y del papel que jugaron personas, Instituciones, ideas y acciones que dividieron y siguen dividiendo a los argentinos, identificando claramente los intereses que llevaron a aquella catástrofe, a fin de recomponer el tejido social.

Para ello, habría que rescatar y consolidar los valores de nuestra identidad en el respeto a la dignidad de las personas y al reconocimiento de la pluralidad del pensamiento y creencias, con el objetivo de garantizar en Conciencia Social Solidaria y en el Derecho, una sana convivencia para el conjunto de los argentinos. Pero para todos, si exclusión; de lo contrario, las ideas, acciones y emociones que nos separaron volverán, perpetuándose en el tiempo.

Muchos jóvenes, y gran parte de los trabajadores y sectores humildes, todavía se hacen eco de esta inducida “batalla cultural” tras la falsa creencia de que la crisis económica, el desempleo, el desamparo legal y la inseguridad, son responsabilidades solamente de la autodenominada clase política, cuando en realidad tienen mayor responsabilidad los grupos económicos concentrados solapados en el gobierno. Gran parte de la ciudadanía sigue con la esperanza de un cambio, pero tras la niebla de la mentira y la emoción, se está aplicando un modelo de País que ya vivimos, y que las nuevas generaciones no conocen, por la deformación que han hecho del protagonismo de las luchas populares para las conquistas sociales.

El desconocimiento de las verdaderas causas de la crisis presente, la falta de mirada crítica y debates comunitarios en lugar de aceptar pasivamente todo lo que dicen los Medios y las Redes Sociales, profundiza la ruptura social que hoy todavía no se manifiesta totalmente, pero que comienza a dar síntomas de su aparición generalizada con su camino de violencia. La dirigencia y el gobierno, miran irresponsablemente para otro lado.  

Promover en los jóvenes la mística del odio y el rechazo a los sectores más desposeídos y vulnerables, a los derechos que amparan a todos los ciudadanos, cuestionando la Ley y a los Poderes del Estado, imponiendo un relato a la fuerza, facilita la naturalización de un pensamiento agresivo y fragmentario, que no acepta la diferencia, la vejez, la vulnerabilidad, la pluralidad de ideas y creencias, la libertad de expresión… y la democracia.

No es el camino. Es hacerles el juego a los provocadores. Tampoco es válido apalancarse en triunfalismos pasados, prácticas y valores despojados de su sentido humanista por el avasallamiento inmoral de los medios y los malos ejemplos de la dirigencia. No hay que contaminar a los jóvenes con el odio porque les mata el espíritu de lucha y los paraliza, les quita el sentido del amor por la vida en el servicio a los demás; porque en ellos precisamente radica la fuerza de la participación y defensa de la democracia, dando lugar efectivamente al gobierno del Pueblo.

“La adhesión al extremismo que se impone con la fuerza de la emocion, explica la tremenda frustración y resignación que sufre la gente, exigiendo la inmediatez de la necesidad y del deseo, porque se han conculcando sueños y esperanzas, arrojándola a la incertidumbre de no tener salida, de no tener garantizada la estabilidad de la existencia para una vida plena y feliz”

No es una batalla cultural la que quieren imponer; es un retroceso hacia el autoritarismo para organizar y disciplinar unilateralmente a la sociedad, desde una visión economicista de postergación y miseria. Una batalla contra el Pueblo.

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