Un 66% de los niños y niñas viven en condiciones de pobreza
La carencia alimentaria se suma a situaciones de violencia y al desfinanciamiento de programas sociales. Retrato de una generación en riesgo.
El 58,5% de las niñas y niños en Argentina vive en condiciones de pobreza monetaria, según la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Esto significa que más de 7 millones de niños enfrentan una situación en la que los ingresos de sus hogares no alcanzan para cubrir el costo de la canasta básica de bienes y servicios. La realidad es aún más cruel: el 19% de ellos vive en pobreza extrema, lo que implica una mayor falta de acceso a lo más esencial.
Además, si se suman las privaciones no monetarias (como el acceso a servicios básicos, educación o salud), el panorama es más desolador: Unicef estima que el 66% de los niños y niñas en Argentina sufrirá múltiples carencias entre finales de 2023 y principios de 2024. La situación ha empeorado drásticamente con las políticas del gobierno libertario, que ha recortado el financiamiento a programas sociales, afectando principalmente a la infancia. A esto se suma la polémica retención de alimentos por parte del Ministerio de Capital Humano.
«El tema de los alimentos es crucial», señala Omar Giuliani, referente de la CTA Autónoma y de la organización Ruca Hueney, que alberga a niños en General Rodríguez. «Las organizaciones sociales y los clubes de barrio tratamos de cubrir el vacío que dejó el Estado al desfinanciar la asistencia alimentaria. Es una decisión muy grave, y el futuro inmediato puede ser aún más cruel. A principios de los 2000 la consigna era ‘El hambre es un crimen’, y hoy sigue siendo así».
La pobreza infantil es particularmente grave en el Noroeste argentino, con provincias como Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes a la cabeza. En Barranqueras, una ciudad cercana a Resistencia, Karina Aranda, maestra de la escuela 1059, relata que un 30% de sus alumnos solo recibe una comida al día, y es la que reciben en la escuela: «Esto afecta gravemente su aprendizaje, no pueden concentrarse si no han comido». Fernando Ramírez, desde la capital correntina, describe una situación similar: «Desde diciembre la situación se agravó. Más del 50% de los trabajadores aquí son cuentapropistas y, aunque las asignaciones ayudan, no son suficientes. Los refuerzos para los comedores escolares dejaron de llegar y en los barrios hay hambre. Los alimentos que recibimos son secos, faltan productos frescos, leche, queso, frutas».
Norma Piazza es médica pediatra, integrante de la SAP, una de las firmantes, y pone en contexto con este ejemplo: «Para 2005 la Organización Mundial de la Salud (OMS) cambió el paradigma de cómo evaluar el crecimiento de niños y niñas: lo hace en base a 8.000 muestras de seis países de culturas y etnias muy diferentes: Brasil, EE.UU., Noruega, Ghana, Omán y la India, o sea, bien diversa. Se fijaron condiciones y se firmó un contrato: que el medioambiente no estuviera contaminado, que la mamá no fumase, tampoco se fumaría en la casa, pero además que la alimentación fuera adecuada, es decir: sin carencias –explica la profesional–. El resultado fue que la talla media de poblaciones tan diferentes era semejante. Había más diferencias genéticas intra-país que inter-país. Con lo cual la conclusión cambia el paradigma: si tenés nutrición y medioambiente adecuados, la potencialidad, el crecimiento de la humanidad es semejante. Esto revolucionó cómo evaluar el crecimiento de niños y niñas».
En ese mismo año, 2005, los datos indicaban que en Argentina el 8% de niños menores de 5 años tenía una prevalencia de baja talla. El cambio se produjo a partir de 2005. Nuevamente Norma Piazza aporta este dato: «El American Journal of Public Health publica un estudio sobre el crecimiento de los niños y niñas de las poblaciones más vulnerables de Argentina en base a la consulta en 6.383 centros de salud pública de todo el país. Eso representa 1.400.000 niños menores de cinco años. Allí se demostró que entre 2005 y 2013 bajó el 45% de la prevalencia de la baja talla, tanto en el ambiente rural como en el urbano. Esa población fue sujeto de dos programas: el Nacer y el Sumar».
El Plan Nacer fue creado en 2004 con el propósito de reducir la morbimortalidad materno infantil: estaba destinado a mujeres embarazadas y niños de hasta 6 años sin obra social. Primigeniamente fueron nueve provincias del noroeste argentino las receptoras y a partir de 2008 se aplicó en todo el país.
Cinco años más tarde, en 2013, el Plan Nacer se transformó en Programa Sumar: se incorporó a adolescentes de 10 a 19 años y mujeres de 20 a 64 años. Más tarde, en 2015, la prestación incluyó a los hombres de hasta 64. Desde la asunción del Gobierno libertario, son habituales las demoras de las transferencias de recursos desde el Ministerio de Salud de la Nación a sus pares provinciales para el cumplimiento del programa.
Otro programa, el Incluir Salud, fue diseñado para otorgar asistencia financiera a las provincias y garantizar cobertura médico-asistencial a personas sin cobertura. Pero como tantos otros, atraviesa serias grietas: «Los niños pobres que tienen enfermedades de base, trastornos del aspecto autista, cardiopatías, reciben una alimentación más específica porque su patología no les permite la habitual, esos niños están con signos de deficiencia porque no les está llegando ese alimento que cubre el programa Incluir Salud», agrega Norma Piazza.
Herramienta de control
Omar Giuliani considera que la Argentina actual encuentra varias analogías con los años 90, pero señala una diferencia sustancial: «Hay un proceso de violencia que se viene generando en los barrios donde muchos pibes viven en la calle. Su cultura pasa por ahí y toda esa marea de dificultades se va reproduciendo y se refleja en un proceso cultural violento y grave. Hay una sociedad que casi se acostumbró a no cuidar a nuestros pibes».
El colectivo de organizaciones de defensa y promoción de los derechos de niñas, niños y adolescentes, Infancia en Deuda (IED), en un documento dirigido al Comité de Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas, alertó, entre otros tantos datos significativamente graves, que la «asignación presupuestaria para las políticas de niñez es un 72,7% menor que en 2023, especialmente preocupante es la reducción de las partidas de educación, salud y alimentación».
Es en este sentido que Omar Giuliani reflexiona: «Si tenés niñeces que están subsumidas en la pobreza, en una cultura del sálvese quien pueda, donde la palabra futuro no existe, el poder como herramienta de control social ataca a esos sectores. Esta es una pobreza planificada, porque la pobreza es una herramienta de control social».
En Argentina, según un informe de IED, solo el 19,1% de las niñas y niños de entre 0 y 3 años accede a servicios de cuidado y educación, con fuertes desigualdades por región y por niveles de ingresos.