A 11 años de la desaparición de Abel Ortiz, su familia denuncia encubrimiento policial y reclama justicia

El 14 de septiembre de 2014, Abel Ortiz compartió la mesa familiar en La Ribera para festejar el cumpleaños de su sobrino. Al día siguiente salió rumbo al gimnasio con la promesa de regresar enseguida, pero nunca volvió. Desde entonces, su paradero es un misterio y su ausencia se transformó en una herida abierta para sus seres queridos, que denuncian un pacto de silencio policial y un entramado de encubrimientos que frustraron la posibilidad de llegar a la verdad.
“Él me dijo: ‘Ya vuelvo, Marcela’. Esa fue la última vez que lo vi”, recuerda su hermana. Cuando Abel no regresó aquella noche, la preocupación se convirtió en búsqueda desesperada, denuncias y llamados que terminaron en la Comisaría 29 de La Ribera. Lo que debía ser el inicio de una investigación se convirtió, según la familia, en un laberinto de irregularidades.
Las sospechas apuntaron desde el primer momento a su expareja, Alejandra Espinosa, con quien Abel había terminado una relación conflictiva marcada por episodios de violencia y denuncias de golpes. “Ella lo controlaba, lo agredía, no lo dejaba trabajar. Incluso Abel llegó a denunciar esas agresiones”, señalan sus hermanos. Sin embargo, las pruebas nunca alcanzaron para una condena por homicidio.
La familia asegura que Espinosa recibió protección policial. “Mientras hacíamos denuncias, una agente de la fuerza le avisaba de cada paso. Cuando iban a allanar su casa, ella ya estaba lista y esperándolos. Siempre la cubrieron”, remarcan. Ese manto de sospechas se profundizó con el tiempo: versiones contradictorias, testigos que desaparecían, relatos sobre un cuerpo oculto, supuestos vínculos con el narcotráfico y pistas que parecían sembradas para confundir.
Lo cierto es que Abel no tenía bienes ni dinero. Apenas un Jeep deteriorado y una moto que le habían robado poco antes de desaparecer. “No tenía documentos ni celular. Sin embargo, ocho meses después Espinosa mostró su DNI en televisión. ¿Cómo lo consiguió? ¿Quién se lo dio?”, cuestionan.
Hoy, once años después, la causa avanza con un juicio que no será por homicidio, ya que nunca se halló el cuerpo, sino por asociación ilícita. En el banquillo estarán Espinosa, una policía y un comisario acusados de encubrir la desaparición. Para la familia de Abel, es apenas un paso, pero no suficiente. “No pueden quedar absueltos, no pueden salir limpios”, reclaman.
El recuerdo de Abel sigue vivo en su barrio, en un mural pintado por los vecinos y en cada marcha que exige justicia. Sus hermanos sostienen una certeza inquebrantable: “Lo desaparecieron ese mismo día. Queremos que los responsables paguen, porque su memoria sigue viva y no vamos a dejar de nombrarlo”.