Peronismo y Radicalismo ¿sinfonías de un sentimiento perdido?
Los argentinos hemos pasado por crisis socioeconómicas graves y de gobernabilidad. La gobernabilidad requiere de estabilidad política; sin ella, la crisis económica se agudiza y la social estalla. Desde hace décadas sufrimos desigualdad, con un postergamiento social enorme. Asistimos al resultado de una polarización política y social extrema.
La crisis deviene de la pérdida de credibilidad en el Sistema Representativo, donde la burocracia se eterniza en cargos partidarios, se opone al trasvasamiento generacional, no permite la participación de militantes y ciudadanos, digita candidatos, o abunda en corrupción y malos ejemplos. Con sus actos niegan que la democracia es el gobierno del Pueblo, en lugar de los políticos, como ellos creen. En realidad, niegan al Pueblo.
Por estas burocracias se profundizó el descreimiento, los abusos, el surgimiento de ideologías descarnadas de humanidad, con intenciones y expresiones explícitas de odio, no tanto en el pensamiento y acciones de la población como en sus representaciones políticas, lo que lleva a decisiones electorales cada vez más polarizadas.
Esta polarización política es el embrión de una altamente probable fractura social, porque ahora se reeditan posturas de odios históricos no superados, y el odio social, como huevo de serpiente, renace incubado por negacionistas que lo reivindican, apoyado por resentidos y minorías poderosas. Con una reacción conservadora intransigente, agresiva y contagiosa, combaten a movimientos instituyentes, de derechos humanos, de creencias e instituciones religiosas, como sustento ideológico de su Proyecto Político.
La incapacidad y omisión de los gobiernos pasados para construir un Estado garante y promotor de progreso y equidad comunitarios, sordos y ciegos a las necesidades y hartazgo de la población, alimentó a este odio, que estigmatiza como chivos expiatorios a la Política y al Estado. El resultado es su éxito electoral. La omisión también es complicidad.
Este gobierno no es casual ni mucho menos un fenómeno; como algo que aparece por generación espontánea o magia. Hay razones que lo explican. La gente vota por sentimiento y emociones, suscitados por necesidades y aspiraciones que configuran su vida de todos los días. Pero también vota por frustraciones. La causa de la postergación con sufrimientos para muchos y de falta de mejores oportunidades para otros, pero sobre todo la ausencia de condiciones estables para una sana convivencia, es el producto de la cruel y cruda lucha histórica, entre las minorías poderosas que se oponen a las conquistas sociales y al progreso del país por un lado, y el conjunto de la población que desea vivir con dignidad y bienestar por el otro.
El único medio que usan estas minorías para conservar sus privilegios, es el poder económico y político. Esta realidad ha sido reconocida, pero no solucionada, por los gobiernos populares y progresistas. El miedo a enfrentarlos, la indecisión a cambios estructurales, aceptar el legalismo construido por esas mismas minorías tradicionales y apostar a un ilusorio cambio con las reglas de un sistema económico inhumano, sumados la desconfianza en la fuerza y sentimiento del Pueblo, el temor a la inventada opinión pública de medios y redes, todo ello de algún modo fue y es consentido por dirigentes que no respetan los mandatos populares, rompiendo cualquier salida razonable de verdad, libertad y justicia. Por eso los gobiernos populares y progresistas que no profundizan y consolidan sus cambios, terminan fracasando, poniendo en peligro la estabilidad social y jurídica.
Muchos se sorprenden de que la población tome decisiones priorizando necesidades de sobrevivencia, negándose al estancamiento, a la ausencia de seguridad… Pero es precisamente por esa inmediatez legítima, cuanto más sentida, priman los sentimientos y las emociones. Siempre coyunturales. Luego, no es de extrañar que las emociones estructuren el comportamiento electoral.
El Peronismo, en tanto idea política y sentimiento, ha posibilitado el protagonismo de la clase trabajadora, y en conjunción no siempre reconocida por movimientos precursores coincidentes en el mismo sentido, ha sintetizado los principios de la Revolución de Mayo, de la Gesta Independentista, del Federalismo, y de las ideas populares del Yrigoyenismo. Ha realizado cambios estructurales y culturales no sin una feroz resistencia por parte de las minorías históricas y de la tradicional partidocracia a su servicio, responsables de una educación y cultura censuradas, y la desinformación sobre los crímenes contra el pueblo.
Sin embargo, al igual que otros movimientos populares y progresistas, como el Radicalismo, el Peronismo ha sufrido la enfermedad de burocracias políticas y sindicales, extendiéndose ahora a las organizaciones sociales e instituciones que, como la cizaña al trigo, traicionan ideales, banderas y principios que sustentaron a dichos movimientos.
Frente a la Alvearización –intención de transformar un Movimiento en un Partido Político más del Sistema Partidocrático, para quitarles su fuego transformador- tanto el Radicalismo como el Peronismo, por ser grandes movimientos, han generado corrientes instituyentes que han pretendido con gran esfuerzo y lucha volver a aquellos principios e ideas. En los últimos cuarenta años, el caso de Renovación y Cambio en el Radicalismo, y el Kirchnerismo en el Peronismo, que fueron facetas ampliamente populares e inclusoras, unas con más aciertos y continuidad que otras, pero fuertemente resistidas y combatidas más por propios que ajenos. Se cumple aquella sentencia del Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos…”
Hoy, el Radicalismo y el Peronismo no tienen representación política aglutinadora. Han perdido gran parte de su credibilidad para gobernar, y aunque sus ideas persisten en la población, continúan desechadas por sus propios dirigentes. Sus estructuras partidarias son, en muchas provincias, esqueletos vacíos sin representación popular. Acercarse a ellas es entramparse en un nicho de muerte. Los discursos de ideas, principios y banderas son ruidos vacíos que se lleva el viento. A nadie llegan, a nadie convencen, a nadie movilizan. No construyen una opción de poder real y razonable con el Pueblo. Lo ignoran. Lo miran desde fuera, desde la fantástica e inútil pirámide de su soberbia.
Tampoco hay capacidad orgánica de movimiento. Existen innumerables grupos, pero fragmentados; encuentros institucionales formalizados; todos coincidentes en objetivos y acciones movimientistas de envergadura, pero cada cual con sus ideas, banderas y su gente. No hay orgánica de movimiento por ausencia de capacidad convocante para una aglutinación espontánea alrededor de la misma idea y de las mismas acciones; no hay obstinación ni ejemplo persistente en las exigencias desde personas, dirigentes y organizaciones; no hay identificación universal de un objetivo compartido por sobre los intereses de sector.
No obstante, se percibe en el conjunto del Pueblo un sentimiento que perdura, una chispa en la pradera, pero que no estallará en fuego si no se ofrece una utopía de realización posible, que entusiasme, contagie e impulse la razón y el corazón al empoderamiento de las decisiones, abrazando y conteniendo voluntades. No solo de pan viven el hombre y tampoco de razones. Necesita la valentía del corazón.
“A un Pueblo, sólo lo mueve la fe, en lo que cree.”
Recuperar la solidaridad, el sentido común perdido, la racionalidad, el respeto al prójimo y terminar con los fanatismos extremos, son la condición previa. También con la nostalgia. Hoy, la Ley no basta; la ley no protege, la ley no garantiza un país justo, porque inclina su balanza a manos de los que la manejan en función de su codicia económica. Necesitamos romper con la injusticia económica, con la codicia de la cual devienen todas las demás injusticas y desamparos; porque todos trabajan por su pan diario y merecen un justo salario. Pero esto, sólo es posible en la confianza absoluta en el poder de la solidaridad, de la verdad y de que lo correcto, bueno y justo son el único camino.