En Argentina comenzó esta semana un juicio sin precedentes en ese país. Lo encabeza una jueza federal, hay fiscales, pruebas y testigos. Pero no hay acusados, porque todos han muerto.
Se trata del primer "juicio por la verdad", un proceso penal que juzgará una de las mayores matanzas cometidas contra pueblos originarios en este país sudamericano: la llamada Masacre de Napalpí, ocurrida hace casi un siglo.
El juicio, instigado por la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal de Resistencia, capital de la provincia de Chaco, en el noreste argentino, busca determinar los hechos detrás de la matanza de más de 400 indígenas moqoit (o mocoví) y qom en ese territorio a manos de agentes estatales, en 1924.
La jueza federal de Resistencia Zunilda Niremperger ordenó que se realizara el inusual proceso tras determinar que "los hechos objeto de investigación exhiben características que permiten su inclusión dentro de la categoría de delitos de lesa humanidad, cuya imprescriptibilidad posibilita que a pesar del tiempo transcurrido se pueda investigar".
"La búsqueda efectiva de la verdad resulta relevante no solo en términos de memoria colectiva, sino que puede operar favorablemente en el terreno de la reparación histórica y simbólica hacia las comunidades que habrían sido damnificadas directamente con tales hechos", argumentó la magistrada.
El Ministerio Público Fiscal de Argentina indicó que será "un procedimiento encaminado a la averiguación de la verdad, similar a los tramitados durante la década del '90 en diferentes jurisdicciones para investigar los crímenes de la última dictadura cuando estaban vigentes los efectos de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida" que impedían juzgar a los represores.
El "juicio por la verdad" comenzó en la Casa de las Culturas de Resistencia el 19 de abril, fecha en la que se conmemoró el Día del Aborigen Americano en este país.
El proceso incluye audiencias en el interior de la provincia, donde actualmente viven descendientes de las víctimas de la masacre, y en la ciudad de Buenos Aires, en el Centro Cultural de la Memoria, ubicado en la ex Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el más conocido centro clandestino de detención durante el último régimen militar.
La Secretaría de Derechos Humanos de la Nación destacó que se trata del "primer juicio de la historia argentina que investigará una masacre contra pueblos indígenas".
Los registros históricos y la investigación de la Fiscalía permitieron reconstruir los hechos ocurridos el 19 de julio de 1924, cuando cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos de las comunidades indígenas moqoit y qom fueron asesinados por policías, gendarmes y terratenientes de la zona.
Todo ocurrió en la llamada Reducción Aborigen de Napalpí -hoy llamada Colonia Aborigen-, a unos 150km de Resistencia. Las reducciones eran sitios creados por el Estado para concentrar a las poblaciones indígenas y poder explotarlas como mano de obra barata.
Las familias que vivían en Napalpí subsistían recolectando algodón, en condiciones casi esclavas.
Cuando un grupo de trabajadores decidió declararse en huelga para reclamar una justa retribución o la posibilidad de salir del territorio para trabajar en otros ingenios, el gobernador chaqueño, Fernando Centeno, envió a las fuerzas de seguridad a reprimirlos.
Unos 130 hombres rodearon la reducción y masacraron a sus pobladores, que estaban desarmados.
De acuerdo con los relevamientos de diferentes historiadores recabados por la fiscalía, durante 45 minutos los agentes descargaron más de 5.000 balas de fusil sobre la población de Napalpí.
En el operativo también se utilizó un avión que, según el testimonio de algunos de los descendientes de la comunidad, lanzó alimentos para atraer a quienes estaban en el monte y poder masacrarlos.
Una foto de ese avión tomada por el etnólogo alemán Roberto Lehmann-Nitsche, un experto en las comunidades indígenas argentinas, forma parte del expediente del caso.
Muchas de las víctimas fueron enterradas en fosas comunes luego de ser mutiladas para obtener "trofeos", como testículos, pechos y orejas.
Pero la matanza no terminó allí. Los sobrevivientes fueron perseguidos y "cazados" en los montes y los heridos fueron asesinados a machetazos.
En total se estima que más de 400 personas murieron ese día.
Y unos 40 niños que habían logrado escapar fueron entregados como sirvientes en las localidades cercanas o murieron en el camino.
Ana Noriega, de la Fundación Napalpí, dijo a BBC Mundo que entre el 70% y el 80% de la población de la Reducción Napalpí fue masacrada.
Quienes lograron sobrevivir debieron esconderse de las autoridades que buscaban eliminar todo indicio de lo que habían hecho, para poder negar lo ocurrido.
Según la versión oficial, lo que ocurrió fue un enfrentamiento entre aborígenes que debió ser sofocado por la policía, relato que reflejó la prensa de la época.
Sin embargo, las historias que los sobrevivientes contaron a sus descendientes sobre ese día resultarían clave para que hoy, 98 años más tarde, se esté juzgando ese etnocidio.
Fue el historiador qom Juan Chico quien, a partir de los relatos de su abuela, Saturnina, empezó a investigar los hechos y recolectó testimonios y evidencias que eventualmente publicaría en su libro "La voz de la sangre ", que permitió empezar a romper el silencio histórico sobre lo ocurrido, a comienzos de este siglo.
El testimonio grabado de Chico, quien falleció en 2021 a los 42 años a causa del covid, se escuchó en la apertura de las audiencias el 19 de abril.
También se oyó el registro audiovisual de dos de los últimos sobrevivientes de la masacre, los centenarios Pedro Balquinta y Rosa Grilo, quienes declararon antes los fiscales en 2014 y 2018, respectivamente.
"Es muy triste para mí porque mataron a mi papá y casi no me quiero acordar, me hace doler el corazón", dijo al comenzar su declaración Grilo, la última víctima que brindó su testimonio.
En una próxima audiencia que se realizará el 3 de mayo en la Casa de las Culturas de Machagai, municipio en el que está ubicado la localidad de Napalpí, declararán los descendientes de los sobrevivientes de la masacre.
Noriega, de la Fundación Napalpí -fundada por Chico-, resaltó que "es la primera vez que la memoria oral de los pueblos, lo que se transmite de generación en generación, va a tener la misma validez que la palabra de los académicos y expertos. Eso es muy importante".
"Este juicio va a empoderar a las personas, avalar su historia, lo que ellos han escuchado muchas veces, pero siempre fue desmentido por los medios de comunicación y el Estado del momento".
Por su parte, la jueza Niremperger señaló en la apertura del juicio que el mismo no solo busca "calmar las heridas" y "reparar" el daño del pasado.
También es un mensaje para las generaciones presentes y futuras.
"Tiene una finalidad que es activar la memoria y generar conciencia colectiva de que las graves violaciones a derechos humanos no deben volver a repetirse".
El sábado 23 de abril, el complejo urbanístico La Ribera celebró sus 19 años de vida. Swe realizó un gran festejo en el predio del Club Deportivo La Ribera.
Acompañaron miles de vecinos del barrio, el intendente Maximiliano Frontera, concejales de la ciudad y legisladores provinciales también se sumaron.
Las organizaciones e instituciones del complejo dijeron presente con sus stands, al igual que emprendedores, artesanos y comerciantes.
En 1876, un joven Sigmund Freud llegó a Italia con la esperanza de resolver una gran incógnita que se cernía sobre los científicos de Europa.
"Todas las cuestiones importantes (...) han sido resueltas", había dicho el biólogo alemán Max Schultze en su lecho de muerte dos años antes, "excepto la cuestión de la anguila".
Esa cuestión era un misterio milenario: ¿cómo diantres se reproducían esos peces tan abundantes en las aguas dulces y en las mesas europeas?
La pregunta requería una respuesta porque su ausencia no sólo hacía tambalear los fundamentos de la biología moderna sino los del método científico mismo.
El problema era que nunca nadie las había visto copulando ni engendrando; no había reportes de huevos ni recién nacidos. ¡Ni siquiera parecían equipadas para reproducirse!
Es por eso que Freud, quien entonces tenía 20 años, había sido enviado por Carl Claus, su profesor de Biología y Darwinismo en la Universidad de Viena, a la estación de investigación de biología marina en Trieste.
Ahí diseccionó 400 anguilas en busca de lo jamás antes encontrado: sus testículos.
La historia sexual de la anguila había sido causa de perplejidad desde la Antigüedad.
El acertijo había seducido hasta al gran filósofo, polímata y científico griego Aristóteles.
Buscó en vano los órganos reproductores y resolvió que "la anguila no es ni macho ni hembra y no puede engendrar nada".
Dado lo cual, concluyó el filósofo, era una de las pocas criaturas que no debían su existencia a la reproducción sexual sino a la generación espontánea.
Así como las moscas emergían del estiércol, las anguilas "se generan espontáneamente en el lodo y en la tierra húmeda".
Otros escritores antiguos siguieron la línea de pensamiento de Aristóteles.
En "El banquete de los eruditos", de Ateneo de Náucratis, se nos dice que las anguilas se entrelazan y descargan una especie de fluido viscoso de sus cuerpos que se queda en el barro y genera criaturas vivientes.
El filósofo natural romano Plinio el Viejo (23-79 d.C.), por su parte, explicó que las anguilas se frotaban en las rocas y las partículas raspadas cobraban vida.
Siglos después, Izaak Walton (1593-1683), en su libro "The complete angler" recogió, además de esas, otra respuesta más poética al acertijo.
Contó que algunos aseguraban "que las anguilas nacen de un rocío especial que cae en los meses de mayo y junio en las orillas de algunos estanques o ríos en particular (aptos por la naturaleza para ese final) que en pocos días el calor del Sol convierte en anguilas".
La creencia de que las anguilas existían sin necesidad de la sexualidad se arraigó en la imaginación europea y las hizo muy populares en la Cuaresma.
En esos 40 días del calendario cristiano dedicados a la purificación e iluminación interna en preparación para la Pascua de Resurrección, los deseos sexuales debían suprimirse.
Se pensaba que comer carne, en sí misma producto de la unión sexual, llevaba a la lujuria pero que el pescado no excitaba la líbido de la misma manera.
Entre las criaturas acuáticas, las asexuadas anguilas eran el plato ideal.
La teoría de la generación espontánea de las anguilas se mantuvo en la ciencia occidental y árabe como la más plausible, aunque empezó a ser cuestionada en el Renacimiento.
Sin embargo, fue sólo en el siglo XVII que se le asestó un duro golpe.
Por medio de un experimento en el que puso carne en recipientes sellados y abiertos, el naturalista italiano Franchesco Redi comprobó que en ambos había putrefacción, pero en los primeros no aparecían ni moscas ni gusanos.
Con la ayuda del recientemente inventado microscopio se despejaron las dudas: la carne de los animales muertos no engendraba vida; los animales depositaban huevos en ella; los insectos no nacían por generación espontánea.
Pero las anguilas no eran insectos y, a pesar de que desde hacía tiempo se consideraba absurda, hasta que no se hallara otra, la ciencia no se liberaría de la sombra de la teoría de Aristóteles.
En 1777 un italiano llamado Carlo Mondini localizó por fin los ovarios en una anguila particularmente grande, pero la búsqueda de sus testículos siguió frustrando a muchos investigadores.
Parte de la razón es el hecho de que las anguilas no los tienen por la mayor parte de sus vidas.
Solo desarrollan ovarios y testículos obvios cuando parten en un viaje sin regreso hacia el sexo y la muerte, en el que dejan las aguas dulces de Europa para nadar en las saladas del océano.
En esa asombrosa transformación, sus intestinos se disuelven en grasa para almacenar energía, sus ojos se agrandan para adaptarse a la penumbra del fondo del mar, y su color amarillo se torna en plateado oscuro, para pasar desapercibidas por los depredadores.
Nada de esto lo sabríamos de no ser porque en el siglo XIX, los científicos estaban obsesionados con encontrar una explicación más sensata que la de las autoridades clásicas.
Fue por eso que Freud se esforzó tanto en encontrar los testículos de las anguilas. Y parece que los encontró, o al menos eso dijo en el informe que escribió a su regreso a Viena. Lo extraño fue que ni él, ni nadie más en su universidad, hicieron alarde de ello y dado que el hallazgo los habría cubierto de gloria, lo que quedó de su viaje fue un misterio más.
Pero 20 año después de las pesquisas de Freud hubo un avance clave: el descubrimiento de que una extraña criatura marina llamada Leptocephalus brevirostris era de hecho la forma larvaria de la anguila.
El científico italiano Giovanni Grassi resolvió el asunto en 1896 cuando logró criar un leptocéfalo en un acuario y lo vio convertirse en anguila.
Hoy sabemos que el ciclo de vida de las anguilas consta de cinco etapas: larvas leptocéfalas, angulas, angulones, anguilas amarillas y anguilas plateadas.
Pero sus diferencias físicas son tan grandes y su hábitat tan distante que hasta ese momento los naturalistas europeos pensaban que las leptocéfalas y las angulas eran animales distintos a los angulones y las anguilas amarillas.
En 1904 un investigador danés llamado Johannes Schmidt decidió averiguar qué sucedía entre el momento en que las anguilas maduras desaparecían de las aguas europeas y llegaban las crías.
Tras años de investigación marina, en 1922 reveló triunfante ante la Royal Society de Londres su sorprendente descubrimiento.
No había podido ver a las anguilas apareándose pero encontró las larvas más pequeñas, y por lo tanto el lugar de desove más probable para todas las anguilas europeas, muy lejos de su hábitat… ¡a 6.500 kilómetros de la costa occidental de Europa!
Su lugar de nacimiento, apropiadamente para una criatura tan misteriosa, era el Triángulo de las Bermudas.
Todas las anguilas de agua dulce europeas (Anguilla anguilla) -la misma especie se encuentra en el Cercano Oriente y partes de África-, así como todas las de América del norte (Anguilla rostrata), se reproducen en el Caribe. *
En el pico de la temporada anual de ciclones, miles de diminutas larvas transparentes, con forma de hojas de sauce, salen del mar de los Sargazos y nadan durante tres años, a gran profundidad, a través del Atlántico.
En las aguas costeras europeas se convierten en 'anguilas de cristal' semitransparentes.
Luego se tornan en angulas -anguilas en miniatura- que ascienden ríos y arroyos. Sus vientres se vuelven dorados y, viajando de noche, pueden arrastrarse por la hierba húmeda, escalar obstáculos y excavar en la arena para llegar a lagos y estanques aislados.
Van en busca de un lugar seguro en el cual empezar una etapa de su vida que puede durar varias décadas hasta que sus vientres se tornan plateados y, en las tormentosas noches de invierno, emprenden su épico viaje de retorno a su lugar de origen.
Con el tiempo, se han ido poniendo en su lugar más piezas de este rompecabezas pero, en pleno siglo XXI, aún hay pasajes muy borrosos en la misteriosa de vida de las anguilas.
Y por más que se ha intentado, todavía nadie las ha visto copular. Los discretos peces siguen guardando sus secretos.
*Hay muchas otras especies de anguilas en el mundo, algunas viven en agua dulce, otras en el mar y otras pasan parte de su vida en cada una, que no desovan en los Sargazos.
Fuente : BBC
Nombres, letras e imágenes del rock se entretejen –de Los Redondos a Federico Moura– en torno de la Masacre del Pabellón Siete del penal de Villa Devoto, perpetrada por guardiacárceles el 14 de marzo de 1978 y disfrazada de motín gracias a los medios cómplices. Entonces, oficialmente se habló de 64 muertos mientras que sobrevivientes denuncian que fueron más de un centenar.
La primera imagen –que habla– ya es bandera de lucha y de memoria. Firmada por Rocambole, emblemático autor de las tapas de los Redondos, la ilustración nos guía a reconstruir los hechos: Hugo Cardozo, sobreviviente de la masacre, había contactado al artista para pedirle ayuda con la divulgación del caso y este, conmovido, le regaló el dibujo que finalmente sería portada de “Masacre en el Pabellón Séptimo”, un vasto trabajo de investigación al respecto publicado por Claudia Cesaroni.
No es nuevo: infierno y arte se conectan para testimoniar las cuentas pendientes que la dictadura sigue teniendo con la sociedad argentina. En este caso, el falso motín –un ataque en banda por parte de fuerzas especiales contra presos acorralados en el pabellón– involucra hermandades, canciones, amigos y músicos muertos a causa de un crimen que se suma tantos de los que nunca debieron suceder, pero siempre hace falta recordar.
La segunda imagen –que grita– es el Indio Solari al frente de una de sus multitudinarias misas: Mendoza, 14 de septiembre de 2013. Lo escuchan 120.000 personas, pero el cantante no canta: durante veinticinco segundos (una eternidad en tamaña escena) arenga, invita, persuade, convence de buscar, comprar y leer ese pequeño gran libro hecho a pulmón donde se detalla el crimen de Estado cometido en dictadura y en una cárcel; allí donde la impunidad no podía ser mayor y los carceleros desataban, cebados, su orgía de sangre.
Aquella voz del Indio fue el comienzo de una reparación. “A partir de ahí explotó todo, al poco tiempo me presenté en el juzgado de Comodoro Py como primer querellante en el despacho del juez Daniel Rafecas para iniciar acciones judiciales”, recordará el testigo sobreviviente Hugo Cardozo. Algo similar le ocurrirá, en cuanto a la repercusión de sus páginas, a Cesaroni, la autora del libro.
Y tras la arenga, la canción: “Pabellón Séptimo (relato de Horacio)”. El paréntesis refiere a otro ex-detenido y sobreviviente cuyo testimonio nutrió a Solari que lo llevó, reconvertido a su primer disco solista, en modo de proclama sonora y viva: “¡Pobrecito! ¡Pobre el Cebolla! / No pudo más, se degolló por miedo/ Nadie es capaz, no pueden borrar mis recuerdos/ Nadie es capaz de matarte en mi alma”.
El Cebolla era Pablo Menta, uno de los presos muertos en el incendio provocado por los guardias. Pablo había caído por minucias de consumo y su historia la recopila Elías Neuman en otro libro –que también leyó el Indio– sobre el episodio: “Crónica de muertes silenciadas”. Quien le cuenta todo a Neuman es Horacio, compañero de causa de Menta.
En “Recuerdos que mienten un poco”, sus memorias dialogadas con Marcelo Figueras, el propio Solari lo explica: “Neuman era el abogado tanto del Horacio como del Pablo, de los que hablo en la canción. El Cebolla existió. Lo que cuento fue tal cual, los presos se asomaban por las ventanas porque no tenían otro modo de respirar entre el humo, y los guardiacárceles aprovechaban esa circunstancia para balearlos incluso desde afuera del penal”.
La tercera imagen nos lleva bien atrás, al pogo más grande del mundo: ese donde miles saltan, no siempre sabiendo lo que el Indio canta, pero llevados por la sapiencia eléctrica de su pulso, como un mantra rabioso. Fue ya hace treinta años, y a diez de la masacre: “Un sueño con Luis María/ muerto cuando me decía/ Cada día veo menos/ cada día veo menos/ creo, menos mal".
Luis María Canosa, amigo personal del Indio, también asesinado en la masacre, cantaba en la banda platense Dulcemembriyo, cuyo bajista era nada menos que Federico Moura. Los tres, como se sabe, eran oriundos de la ciudad de las diagonales y resultaron hermanados, precisamente, en el arte de hacer canciones. Esa amistad poco divulgada revela, a su vez, que los antagonismos entre bandas sólo existen en la cabeza de quienes entienden el fútbol pero no la música.
Ricardo “Mono” Cohen, más conocido como Rocambole, cuya ilustración impacto tanto y a tantos (incluyendo a los partícipes de esta nota) tuvo la gentileza de recibir a Télam para hablar del origen de la imagen que le inspiró la masacre.
-Rocambole, ¿cuándo supiste de lo que había pasado y en qué momento alzaste el lápiz para concebir tu dibujo alusivo?
-Me enteré al día siguiente, por las noticias. Después fuimos sabiendo un poco más. Recuerdo que tampoco lo trabajé mucho, es un dibujo más o menos espontáneo, compuesto en base a la sensación que me daba ese acontecimiento tan terrible.
-Pero era algo que sabemos te tocaba de cerca…
-Claro; yo lo conocía a Luis María Canosa de la Plata, era un chico bárbaro y creo que había caído preso por una pavada; un charuto o algo así.
-¿Cómo había sido tu relación con él?
-Formábamos parte de un mismo grupo. Era la década del sesenta, y en La Plata había abundante material artístico generado por gente joven. Eso que tiempo después, en Buenos Aires, se llamaría el “under”, allá se hacía desde entonces. Se armaban movidas de circo, de música, de teatro, tipo happening. De hecho, de ahí salió Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
-¿Y en ese contexto cuál era tu rol?
-A mí me convocaban para hacer los volantes, afiches, alguna cuestión escenográfica. Además, yo en esa época era prosecretario de Cultura de la Universidad de La plata y me interesaba mucho todo ese movimiento.
-¿Y qué recordás de Luis María?
-Era un buen pibe, tocaba en una banda que fue el antecedente de Virus, con Federico Moura. Todos estábamos vinculados por el arte de alguna manera, también Skay Beilinson, Poli, el Indio. La banda se llamaba Dulcememebriyo, creo.
-Antes de conversar con vos, nos preguntábamos si nos permitirías usar este dibujo tuyo para ilustrar la nota ¿Qué significa esta imagen para vos, hoy convertida en bandera de una causa?
-Obviamente, como todo autor de algo, cuando veo esa ilustración, tan querida por la gente, me siento bien. Y en cuanto al uso, nunca me preocupó el copyright; al contrario, siempre hice una militancia a favor de que el arte circule libremente; jamás impediría que se use algo mío.
Al cierre de la charla, le preguntamos a nuestro entrevistado qué está haciendo ahora: nos cuenta que su libro “Rocambole arte diseño y contracultura” un proyecto editorial independiente, ya va por la cuarta edición. En ese volumen, a su vez, colaboran invitados especiales que aportaron sus textos: Skay, Poli, Miguel Grinberg, Miguel Rep, Miguel Cantilo, entre otros.
Además, sigue trabajando en una producción incansable (parte de ella puede verse en facebook.com/rocamboleart) que nos da ganas de un futuro reportaje donde hablemos de su fértil vida y obra, llena de líneas, colores, compromiso e inspiración.
Hay una cuarta imagen que nos lleva todavía más atrás en el tiempo. La de la reconstrucción. La de los recuerdos en blanco y negro. La de atar cabos y componer un rompecabezas injusto, difícil de entender. La foto pide remontarse a la música entre 1967 y 1976; a cuando esos chicos platenses, que el rock unió y la muerte separó, parecían sin embargo inmortales.
Eran tiempos de performances en el Teatro Lozano de la capital bonaerense, donde participaban, además del Indio, Rocambole, la Negra Poli, Skay, su hermano Guillermo Beilinson, el propio Luis María Canosa y tantos otros. Ninguno imaginaba la noche de plomo que esperaba al país a la vuelta de la esquina.
La quinta imagen es sórdida y nos pone frente a la masacre, a imaginar esas horas previas de Luis María y del Cebolla, entre otros tantos pibes devorados por el humo y las llamas, sin oportunidad, sin voz, sin nadie que cantara, entonces, por ellos.
Hay una sexta imagen, pero está vacía: es un fundido a negro donde, acaso, ingrese algo de luz cuando las remisas sentencias se dicten y reviertan algo de lo injusto. Es el eslabón faltante, el silencio mismo ante la masacre consumada, aun sin condena, sin castigo ni reparación.
La sexta imagen corresponde, en definitiva, y antes de la tragedia a la deuda pendiente que el Estado tiene con los familiares. Antes de recaer en el séptimo círculo, que es el infierno del Dante y el de los represores por excelencia. Antes de volver a sufrir el séptimo otra vez, corresponde resolver algo en los estrados.
Por la memoria de los más de ochenta asesinados en el Pabellón Séptimo: para que sea revelada la foto hoy velada. Para que otro caso que no debió ocurrir supere el olvido inperdonable; porque esto también es parte de lo que debemos recordarnos hasta que la verdad y la Justicia iluminen. Y seguir recordando para apagar a los carceleros de hoy, a los reivindicadores grises y tenaces del terror institucional.
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