La guerra de los mundos

De la mentalidad de las personas, podríamos decir que es el resultado de la socialización de la Cultura de su familia, de la sociedad en la que viven, de la escuela, de las instituciones, pero sobre todo de las experiencias de la familia, como frustraciones, neurosis, ambiciones, asignaturas pendientes, errores del pasado etc.
“Cada familia es un mundo, y cada mente es un mundo”
No es menor la influencia de las Redes Sociales, con más incidencia que los Medios de Comunicación tradicionales y ahora no tan masivos como Diarios, Televisión y Radio. Su Influencia es programada, y no tanto por individuos y grupos, como de los llamados “influencers” y “trolls”, que, en busca de protagonismo y/o rédito económico, al servicio de empresas que los promueven y sobre todo de los gobiernos, manipulan la información y la opinión, aprovechándose de las expectativas, frustraciones y emociones de la población para sus intereses. Los gobiernos que utilizan a estos opinadores falsos y pagados, o provocadores de odio, son inmorales.
Sin embargo, no es menor la responsabilidad familiar, de la Escuela y de las Instituciones por la ausencia de un pensamiento crítico, dejando que se desdibuje la historia, los procesos sociales y el compromiso co-responsable que nos cabe como ciudadanos. Esto lleva a no respetar la Ley, a vivir sin Ley, al relajamiento de las costumbres que hacen al respeto de la dignidad humana, produciendo decadencia moral y espiritual en la convivencia.
Las familias son responsables cuando educan a sus miembros en un pensamiento unilateral y emocional, sesgado por frustraciones y resentimientos ideológicos, y por la permisividad -consciente o no-del “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) propio de la Economía del Libre Mercado, que lleva al no-compromiso y a la indiferencia respecto de lo que le hace la sociedad a nuestros jóvenes, y después nos preguntamos qué ha pasado con nuestros hijos. Esto suele traducirse en racismo, odio a los pobres y violencia, cuando no, en vulnerabilidad, indiferencia, individualismo y vacío existencial.
“Si las neurosis familiares se heredan, los odios también”
Hay un mundo de tanta mentira y niebla, desconcierto e incredulidad, que se ha normalizado la injusticia y el atropello a la Ley y de la Ley. El gobierno, en la Argentina, pregona una falsa libertad que no es la de todos, sino la de los poderosos de la Economía, para que no respeten -y ahora legalmente- los derechos laborales, las cargas sociales, la apropiación de los recursos y Empresas del Estado. Desde el gobierno mismo, se atropellan las garantías individuales, reprimiendo jubilados, judicializando la protesta de trabajadores, comunicadores y pueblos originarios. Existe una violación persistente de la Constitución, con la anuencia de los Poderes Legislativo y Judicial.
¿Esto es justo en un gobierno que se dice democrático? Se ha promovido una grieta no solamente política y cultural, sino también social, de extrema peligrosidad para la unidad de la Nación. Porque no hay dos Argentinas y dos clases de argentinos; hay un pequeño grupo de argentinos que pretenden continuar con sus privilegios, y extienden su pensamiento a las masas culpando de la crisis de la cual ellos son responsables a los gobiernos populares, ofreciéndole a la población un falaz futuro promisorio, ante la gran mayoría del pueblo argentino desconcertado, fragmentado y a la deriva, abandonado por el oportunismo de sus dirigentes.
Nos dicen que hay dos argentinas y dos tipos de argentinos. No es verdad; existen, sí, dos mentalidades como dos mundos en pugna: una, minoritaria, que se ha impuesto a las masas y pretende consolidarse sobre ellas institucionalizando los privilegios; la otra, una mentalidad mayoritaria que humilde y silenciosamente resiste, donde aún prevalece el Humanismo, la Solidaridad y la Co-responsabilidad de todos y de cada uno de los ciudadanos, que se ocupa y pre-ocupa de unos y de otros, rescatando los valores éticos, morales y religiosos. Es un deseo colectivo el de la protección social, legal y el derecho a una vida digna y feliz, pero con una tolerancia que no sabemos hasta cuándo.
La que llaman la “Argentina rica”, en realidad son el pequeño grupo de familias tradicionales de gran Poder económico, aliada y admiradora del extranjero; y la “Argentina pobre”, es la mayoría de los argentinos que trabajan para la primera, instalándose, en el imaginario colectivo, que aquéllos serían “los dueños de la Argentina”, “los intocables” social y legalmente, resignando al resto de la población a las decisiones de estas elites.
Estas dos mentalidades, por la ausencia de una conciencia del Ser Nacional que debería estar plasmado en las familias, en la escuela y en las instituciones, fluctúan en la crisis de credibilidad y parálisis del progreso del País; esto, debido a la lucha entre la imposición de aquellas minorías y la resistencia a esa imposición que afecta a los derechos y bienestar de las mayorías.
Hoy, la mentalidad de las minorías se extiende a una gran masa de la población, promoviendo -como dijimos- futuro promisorio que no existe, y para que el común de la gente no distinga entre las minorías beneficiadas y las mayorías damnificadas, el gobierno esgrime un doble discurso: que gobierna para todos, pero en realidad lo hace para unos pocos; que está destruyendo a la “casta política”, pero aplasta a los trabajadores y negocia con sus gremios; que es el “topo” que aniquila al Estado que “quita” libertades y “soporta” a los que no trabajan, cuando en realidad lo vende por partes a los poderosos; que baja los niveles de pobreza y desempleo, pero destruye la producción interna, quita beneficios y la asistencia social, duplicando la pobreza.
Esta mentalidad extranjerizante, alienígena, que cubre como una nube negra al pueblo argentino, niega la historia de nuestras luchas desconociendo a la propia soberanía, invadiendo la vida y mentes de muchos argentinos. Abarca a todas las capas sociales y edades. A las clases con mayores ingresos, les profundiza su pensamiento discriminatorio; a las clases trabajadoras y más humildes, las cautiva con la esperanza de un futuro promisorio que hay que esperar eternamente, y mientras tanto, fustiga a sus frustraciones, con chivos expiatorios fantasiosamente culpables de la crisis (sindicalistas y políticos en general), mucho de lo cual es cierto, pero metiendo maliciosamente en la misma bolsa a desempleados, jubilados, pobres, marginados y todo aquél que proteste; y a los jóvenes, cambiándoles la historia real por una historia tradicional, formal y oligárquica, negadora de las luchas y conquistas, reivindicando personajes aniquiladores de pueblos originarios y apropiadores; una Historia Oficial escrita por ellos, como si las nuevas generaciones hubiesen alumbrado a la vida sin derechos y sin garantías, logros de cruentas luchas populares. El que no comprende esto, pertenece a otro mundo.
“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia; todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven«
Nicolás Maquiavelo
Las posturas extremas de estas dos miradas, históricas, han traído gran dolor al pueblo argentino, y al masificarse están generando insensibilidad, unilateralidad de pensamiento y antagonismo, contribuyendo a esto los malos ejemplos y exacciones de una dirigencia institucional y política, cuyos vaivenes de oportunismo han dejado huérfano al País de una práctica verdaderamente democrática.
Si estas dos mentalidades, estos dos mundos, se profundizan irreconciliables, antagónicos, no habrá ningún futuro. Ni de paz, de progreso y bienestar posibles. La Historia nos enseña que no es el enfrentamiento o imposición de una minoría sobre las mayorías lo que genera el mayor odio y la consecuente violencia, aun cuando un Pueblo es saqueado, oprimido y matado, sino cuando la masa del Pueblo se parte, por estas dos mentalidades. Allí, adviene la guerra.
“La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos, provoca alegrías, mientras que perder privilegios provoca rencor”
Arturo Jauretche
La crisis se profundiza si los representantes elegidos para el bien común traicionan la voluntad popular, especialmente por lo económico, poniéndose al servicio de minorías poderosas que ya no necesitan de las dictaduras, del robo, de la desaparición de personas y de las matanzas -como históricamente lo han hecho-, y muchos menos de las “democracias dirigidas”, porque han impuesto, desde los Medios, aquella mentalidad ajena a los intereses nacionales y populares como el mejor de los mundos posibles. Usan el Derecho por ellos establecido para su legitimación y servicio. Sostienen, sin pudor, que la Justicia Social “es perversión” y estigmatizan como culpables a los humildes, a los que protestan, a los que buscan justicia. Estas minorías se han decidido ahora por el manejo directo del gobierno, en lugar de los acostumbrados testaferros y títeres políticos y gremiales. Es la mirada, el mundo, de las Plutocracias; es decir, el gobierno de las minorías ricas que acceden al gobierno por vía electoral.
“La Plutocracia no es nada parecido a la Democracia, es la que convierte a una Nación en controlada por una elite muy pequeña, y muy rica«.
Peter Singer
Más allá de la comprensión de estas luchas, resultado de equidades e inequidades, derechos y conculcación de derechos, de defensa y entrega de la soberanía, de creciente desigualdad, desconcierto, crisis de credibilidad jurídica y política, es necesario reconocer las consecuencias de la actual situación social: una indiferencia ante la desesperanza colectiva, resignación, inseguridad por miedo y desamparo, abstención a participar y a comprometerse. Esta grave afectación moral y ética, bases y sostén del Derecho que garantiza la cohesión de la Comunidad, lleva a una perversión de la Ley, que genera desacato y desintegración social. Evitar, por tanto, que estas mentalidades nos lleven a la guerra de los mundos, dependerá de priorizar el respeto al otro, tolerar las ideas diferentes, debatir lo mejor para el conjunto, exhortar a la razonabilidad de construir el bien común en el Derecho y la Justicia… y actuar en consecuencia.