Calle Angosta

Celebración de la grandeza

Se podría plantear esto como  un aporte de racionalidad que trascienda a la emoción contenida por este 2023 –nefasto para quienes queremos una Patria libre, justa, soberana y solidaria– o bien como una celebración de la figura de Juan Román Riquelme, el ídolo de mi infancia, devenido hoy en super-ídolo ya pasados mis treinta, al asumir como Presidente del Club Atlético Boca Juniors, el cuadro más grande de la Argentina y el Mundo. Porque Román, además de estandarte futbolístico y futbolero, es también estandarte (de mínima, cultural) de la resistencia del Pueblo contra los cajetillas (y no tanto) saqueadores de siempre.

Ciertamente, Román siempre fue una piedra en el zapato de Macri y sus ganas de manejar todo lo que tenga a su alrededor como si fuera de su exclusiva propiedad. Riquelme fue el primero que públicamente lo expuso como lo que es: un caprichoso ignorante que vivió toda su vida y aún hoy vive tratando de lastimar cualquier intento del pueblo argentino por ser feliz. Un oportunista que intenta capitalizar cada logro ajeno y cada desgracia ajena, porque no tiene vuelo intelectual más que para poner Netflix en la pantalla gigante de su casa.

You don’t need money, don’t take fame;
Don’t need no credit card to ride this train;
It’s strong and it’s sudden and it’s cruel sometimes;
But it might just save your life;
That’s the power of love:

Huey Lewis & The News

La pelea por su contrato, la nefasta tapa de Olé con el recibo de sueldo de Román, el intento de un 0600 para que los hinchas paguen por fuera del Club su sueldo (donde un JR de 22 años tuvo la precocidad de razonar que los hinchas ya pagaban dinero que en 2001 apenas había para poder verlo en La Bombonera domingo de por medio), el sugestivo secuestro de su hermano Cristian que lo terminaría expulsando a Barcelona, las incontables veces que Macri aprovechó, un micrófono para bardearlo y proyectar sus propias miserias, aún en contextos totalmente alejados del fútbol, como tiene acostumbrado a avergonzarnos, no a los argentinos si no a cualquiera que dimensione la figura política que el propio Macri representa.

Le importa un carajo. Es capaz de hacerle un chiste sin sentido de fútbol al mismo Vladimir Putin como también sería capaz de juzgar el aspecto físico de cualquier piba en medio de un Encuentro Nacional de Mujeres porque básicamente no le importa nada. Es el tipo más poderoso de la Argentina, hoy por hoy.

Tanto es así que tomó al poder político por asalto, triturando primero a sus compañeros de frente uno tras otra, operando contra el gobierno de Alberto Fernández y el candidato Massa 24/7 desde su canal LN+, donde los alcahuetes más rancios de esa raza de entrajados operadores políticos que se hacen llamar periodistas, horadaron el sentido común de los televidentes en una suerte de fentanilo discursivo, al punto de llevar a la presidencia a lo que comenzó como un chiste.

El puesto de Presidente de nuestra República ha quedado como una joda, gracias a las payasadas irrespetuosas del propio MM, seguido del cholulismo pseudo hippie berreta de Fernández eclosionaron en un personaje violento, inestable, de aspecto descuidado y totalmente desencontrado con la política, de base o dirigencial, careciendo de militancia u orgánica que le puedan permitir llevar a cabo semejante responsabilidad.

En ese escenario es donde Macri se lo lleva puesto, como se llevó puesto en campaña electoral primero a Larreta, luego a Bullrich y a quien se le pusiera en el camino. Le inyectó a Luis Caputo en Economía, quien en equivalente puesto durante el gobierno de Cambiemos puso al pueblo de rodillas hasta el día de hoy, endeudándonos casi hasta la eternidad. También logró subsanar heridas poniendo a Patricia Bullrich en su antiguo lugar de liquidadora de opositores y por último pero no menos importante, logró arrancar de las manos presidenciales la jugosa caja del ANSES que al día de hoy, triplica en volumen a las reservas del BCRA, que parece, no va a volar nada al preverse una emisión monetaria de dos billones de pesos.

Habiéndose demostrado que el puesto de Presidente es, para Macri, un mero regenteo, el empleado Milei (como el 4 de copas que, en los hechos, se precia de ser), fue este domingo a la mañana a votar en las elecciones de Boca, siendo debidamente insultado por no poca gente. Acaso no sólo por rechazo a sus políticas, que en apenas días ya había arrancado la mitad del ingreso de los argentinos, sino también porque esa misma madrugada un temporal dejó tierra arrasada en gran parte de la Provincia y en la Ciudad de Buenos Aires que tuvo un saldo de al menos 14 muertos.

Pensaría uno que JM tiene el prioridómetro descalibrado, pero después uno recuerda que fue a Bahía Blanca a decirles a los damnificados que se arreglen con lo que tengan. O sea, que si no tienen guita, que se jodan. Por lo menos ahí estuvo coherente. La Boca quedaba más cerca.

Flor de carisma, el del Empleado. Con el empuje que le da a cualquier presidente llevar sólo siete días de asumido, se prestó a lo que se pudo entender como el último manotazo de ahogado por dar vuelta una elección que se avizoraba 70 – 30 a favor de la lista del hoy presidente de Boca, Juan Román Riquelme. Lo cierto es que el “presidente enviado” no tuvo el más mínimo arrastre entre una masa societaria que el domingo superó los 43.000 electores, marcando otro nuevo récord en votaciones de un club argentino. Todos los intentos fraudulentos anteriores, vía el poder judicial, para bloquear una elección con una derrota anticipada no pudieron con el Negro de Don Torcuato y su Consejo del Mate.

Esto también habla de otra cosa: quienes en el ballotage dieron su voto a Javier Milei no consideraron en absoluto que ideológica y económicamente se asimilaban a Mauricio Macri. Vieron algo distinto, una fuerza que terció en los dos frentes hegemónicos, sólo por el hecho de llamarse distinto y usar una fuerza electoral de distinto color. Salvo algún terraplanista ideológico, estamos casi todos de acuerdo en que el violeta y el amarillo son colores distintos. Pero a los hechos son iguales. Tan iguales, que asusta que un empleado del poder como es Javier Milei, desbordado y convencido en destrozar a la población se juegue la vida en llevar a cabo un programa neoliberal que es la causa real y verdadera de todos los males de nuestro Pueblo, mientras Macri lo mira por televisión o lo sigue por redes en el país del mundo donde haya estado ayer, dado que ni se molestó en ir a votar.

¿Se habrá olvidado?

Claro que no. Y no fue porque sabía de los insultos y los silbidos que podría llevarse  –y que finalmente se llevó Milei– fueron apenas un diez por ciento de lo que hubiera recibido él. Un meme del mismo domingo rezaba que Macri hizo con Milei lo que Charly García hizo con un pato de goma, al cual tiró del noveno piso de un hotel mendocino para probar la resistencia del viento antes de tirarse él mismo. Se ve que en este caso, el león de goma estroló la cabeza contra el cordón de la pileta y el expresidente desistió.

Volviendo al poder del amor: Román es un héroe, dentro y fuera de la cancha. Ganó las elecciones del Club que catapultó a Mauricio Macri a la escena política y que manejó a gusto y piacere desde 1996 a 2019 básicamente porque a diferencia del Peronismo (o el frente que dice representar al movimiento nacional y popular) no claudicó, no defeccionó políticamente, eligiendo correrse de la redistribución de la riqueza, poniendo candidatos presidenciales que desde 2015 resultaron en catástrofes electorales, sumando a una política en el medio.

Román se puso él, cuando supo que era el garante del triunfo. Vio el momento. Hizo caso omiso a todo el aparato mediático cuando le patearon sistemáticamente los tobillos como en sus mejores años de N°10. Tremendo cuadro político, y sin tener que asistir a cursos de formación de política que algunos arribistas politiqueros vendieron para hacerse los importantes.

Lejos de la autocrítica para conformar al enemigo, que nunca sirve más que para que huelan tu sangre y tiren a matarte, se defendió con sus logros:

Seis títulos en cuatro años, mejora de drenaje de la Bombonera a la que pintó y arregló hasta los baños que en épocas macristas eran un asco, refuerzos de calidad mundial como Cavani y Marcos Rojo quienes hicieron goles en más de un Mundial, profesionalización del equipo femenino que no para de salir campeón año tras año, la invitación a los socios a presenciar la final Intercontinental sub 20 en la mismísima Bombonera, más la promoción de una treintena de pibes de las inferiores, los cuales algunos parecen tener futuro en la Selección Mayor, hoy campeona del mundo.

Román le devuelve (lo digo en presente porque esto recién empieza) identidad al Club del Barrio más identitario de Buenos Aires, el único que no pudo ser devorado por los negociados inmobiliarios carentes de alma que hizo el PRO, convirtiendo a Buenos Aires, una ciudad cada vez más fea y deshistorizada.

Por todo esto es que el hincha le cree a Román cuando dice que ama a este club, a esos colores, esa camiseta, ese escudo, esa Bombonera. Román ama a Boca. Y Boca ama a Román.

A Macri, no.

 

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