OpiniónSociedad

El silencio de los inocentes o ciudad desierta

Mientras la Ciudad sigue latiendo, como puede en su corazón, golpeándose el cuero en el afán del diario vivir, por sobrevivir y por los sueños y el deseo de progresar, la chatura nos aplasta y comprime; peor que la humedad.

No hay entusiasmo, ni proyectos, ni siquiera interés o salida de la mezquina evasión del entretenimiento que la encierra en el alienante celular, impidiendo la comunicación y la epopeya. En tanto, hay gente que, por la desidia e indiferencia gubernamental, sufre y se enferma sin remedios, sin suficiente cobertura de Obra Social o carente de ella, sin empleo o mal paga, donde no alcanzan los ingresos para la comida, las tarifas o alquileres. Es el grito silencioso de los Inocentes. (El prójimo pasa al lado, golpea a la puerta y no quieren verlo, ni recibirlo).

El desierto de la abulia, nivelándolo todo como silenciosa peste que acalla clamores y esperanza, avanza en la Ciudad; pero sus máximos responsables, políticos y sindicalistas -hoy vendedores de ilusiones- están ocupados en las próximas elecciones. Preocupados en sus discusiones politiqueras vacías de pueblo y contenido que no conducen a ningún lado, salvo a la vía muerta de los mismos candidatos para la derrota, o a los del oportunismo sin militancia de partidos tradicionales, o de la inmoral moda libertaria, sin antes pre-ocuparse del primer deber del servicio público y desinteresado a la gente.

“El que quiera ser el primero, que sea el último de todos”, dijo Cristo con razón. Hasta tanto no vean y escuchen a la Ciudad, a sus habitantes y prójimo doliente, seguirá vigente la locura que nos gobierna; el hartazgo y el desprecio a la Política -en realidad a la mala Política. Aquí y en la Nación. Y si la Política no interesa, seguirán gobernando los mediocres, incapaces y ladrones.

La pseudo cultura institucionalizada en nuestra Ciudad, donde la desidia, la negligencia de nuestros gobernantes o para peor los delitos que cometieren ante un legalismo impropio que los vuelve impunes, alimentan sedimentariamente la resignación, la apatía y la indiferencia; una pared hacia cualquier esperanza, hacia cualquier proyecto de una vida justa y saludable, de progreso y felicidad comunitaria. Se arrojan ellos y a la Ciudad, al precipicio del continuismo; de todo lo mismo, de nada de cambio, de nada de sueños y al seguro fracaso de cualquier esperanza.

Si nuestro sistema de gobierno municipal no sirve, hay que cambiarlo. Si nuestros gobernantes no gobiernan con justicia y prudencia, hay que sacarlos. Si no tienen confianza en que el Pueblo de nuestra Ciudad pueda reformar con sabiduría la Carta Orgánica Municipal y generar condiciones para que la Comunidad se organice en Democracia Directa y elija un sistema de gobierno y gobernantes que salgan de las entrañas de la población garantizando el bienestar de todos, seguiremos en la misma chatura y postergación.

¿Por qué no confiar en la deliberación e ideas del Pueblo? ¿No es mejor candidatos y funcionarios surgidos de asambleas barriales, comunales, institucionales, con cargos perentorios, producto de asambleas públicas inclusivas, deliberativas y decisorias a fin de asegurar y garantizar una Carta Magna Municipal justa y ecuánime, con el control de las acciones de gobierno por parte de la gente? ¿No es mejor terminar de una vez con la burocracia política en los Partidos, que digita candidatos y funcionarios que nunca conocemos? ¿Abrir el juego a la libre participación popular y actuar como la gente quiere? Es el único camino para construir un gobierno del Pueblo para el Pueblo.

Empoderar a los ciudadanos en su derecho a vivir dignamente, garantizando necesidades básicas y terminando con la delincuencia, la inseguridad, el desempleo, los abusos de tasas, precios y tarifas, el descontrol y el no involucramiento del Municipio para asegurar el bienestar social, tanto en salud como en el comercio y consumo; en el cuidado de nuestros jóvenes del narcomenudeo en plazas, puertas de escuelas y universidades, del grooming y la indigencia, para que sea posible una gobernanza que tenga por fuerza hacer lo que la gente necesita y desea para cumplimentar sus sueños; eso no es imposible ni una utopía.

¿Desde cuándo no es posible cambiar gobiernos y gobernantes para una convivencia de progreso y ecuanimidad?  ¿Desde cuándo tenemos que aceptar pasivamente reglas de juego que van contra la dignidad y el derecho de la población a vivir mejor? ¿Y esperar con resignación los tiempos electorales que nos llevarán al continuismo, en lugar de ir haciendo la experiencia de una Democracia Directa, aprendiendo comunitariamente en la práctica la co-responsabilidad? ¿Por qué no ponemos en marcha en cada barrio, en cada institución, un sistema deliberativo sobre las problemáticas que nos aquejan y que nosotros mismos, por sí solos, generemos nuestros propios organismos comunitarios y colegiados, de decisiones y acciones para solucionar necesidades, problemas y demandas, exigiendo también a los inmediatos responsables gubernamentales a cumplirlas como primer paso?

La institucionalización de esta perjudicial pseudo-cultura que se asemeja al tango “Cambalache”, embretando a la Ciudad en un pernicioso legalismo donde la Ley y el Gobierno no funcionan como es debido y que habría que revisar o hacer cumplir, auditando las acciones de los gobernantes desde instituciones ad hoc de control popular, es innovador, necesario pero no suficiente si no hay voluntad política no de los gobernantes, sino de la población; para combatir la chatura, el atraso y postergación de la Ciudad.

No se puede gobernar con caprichos y autoritarismo; ni Instituciones, ni Partidos Políticos. No se gobierna sin consultar o aceptar lo que decida la población durante el ejercicio del gobierno. Eso no es democracia. Es el resultado de la burocracia de los que siempre de un modo u otro se perpetúan en cargos y funciones, rotando en cada gobierno, y nunca trabajando como el resto de la gente, esperando colarse de la acción gubernamental como parásitos. Los gobernantes, por su parte, nunca rinden cuentas, y obligan, para peor, a que la población los elija por decisión de cada partido político o institución, y no ofrecer opciones movilizadoras y entusiastas de cambio real. No creen ni confían en la gente.

En una Comunidad, somos co-rresponsables unos de otros. Iguales ante la Ley con los mismos derechos y obligaciones. Cuando el objetivo en común, sea una convivencia justa y saludable, donde cada ciudadano importe, podremos restablecer los lazos de solidaridad que necesitamos. Porque no se gobierna sin el Pueblo.

Confiar unos en los otros, y juntos, animarnos a cambiar lo que hay que cambiar; sin miedos, y con la valentía y certeza de que queremos lo mismo -el Bien y el progreso-, entonces habría que dar el primer paso: de decidirnos, colectiva y comunitariamente, a construir una mejor calidad de vida, contra viento y marea, sin lugar para el desierto.

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