La claridad odiosa
Por momentos uno se resiste a la obviedad, solo para que la claridad no resulte odiosa; pero cuando las evidencias son tan elocuentes, cualquier parecido con la realidad deja de ser fantasía. Es más, uno ya no sabe cómo hechos tan contundentes pueden seguir ameritando esperas estériles, hasta no saber por dónde empezar…
Todo bien con los mastines y la vida privada de cada quien, pero cuando se trata de una personalidad pública, cierto decoro se requiere como para que el desparpajo de una respuesta no resulte desagradable, detestable, de rechazo absoluto.
Pasa que con ese mismo criterio inmaduro y siniestro se busca refundar una nación en cuyo estado su mismo jefe no cree, aboliendo la Constitución Nacional y pasándose por la suela de los zapatos la historia que con sublime hidalguía escribieron los próceres de verdad, no los fetiches en pedestales colocados por ellos mismos, con la sangre y con la vida.
Pasa que a esta altura ni los mismos que lo llevaron en andas se bancan la baranda a desprecio por el prójimo que emana y que ha logrado consolidar un hálito en sus aduladores.
Hay que ser muy vil para que a un jubilado no le den un préstamo porque igual se va a morir, tal como si fueran inmortales; ¿se puede mensurar a qué nivel llega la soberbia?
Nótese, sin embargo, que le escupieron el maldito DNU y que, una vez más, no soporta la más mínima contradicción; y aún así resulta que ahora el que gana es el que pone las reglas, como declamó en defensa de esa inmundicia el que ni juicio tiene para apellido.
Soberanía: milicia yanqui en el Paraná (léase agua dulce y, más allá, litio y otras reservas como la Antártida); ¿saben qué piensan?: que no nos merecemos tener tantas riquezas y cual gendarmes del mundo deben intervenir de manera urgente; les conviene el caos, ellos mismos lo foguean, mientras a mansalva se llevan todo, hasta la luz de nuestros ojos.
No se puede firmar de mentirita y disfrazar a la malicia de estulticia; no se le puede echar sistemáticamente la culpa al otro y a la otra, que, por otra parte, no la tienen.
Ruego a esas embusteras fuerzas de no sé qué maligno averno se lleven ya mismo este presente funesto; porque del cielo no son; y que cuando la importación compita libremente con la industria nacional no triunfe la viveza criolla de ganar igual que el que bien intencionadamente piensa en todos y no de unos pocos.