La indolencia odiosa
Claro que uno tiene que vivir con esperanzas y gratitud por lo mucho bueno que nos pasa: sol, aire, vida, en fin…; sin embargo, todo parece lúgubre, penoso, triste; o, por lo menos, descontento e incierto.
Ya en otras publicaciones hemos pensado en voz alta que, de veras, está todo muy loco y mal; pero cada vez que nos acercamos más al abismo, la indolencia se hace más odiosa. No sé qué esperamos para reaccionar, pues hasta da la impresión de que a esa indolencia odiosa le encanta que el barco se estrelle y se haga pedazos.
Entiendo que, históricamente, sobre las bases del peronismo se fundaron nuevos movimientos sociales comprometiendo nada más y nada menos que la dignidad de todos, lo que se resume en la «justicia social»: o sea, levantar un poco al que está más abajo y bajar un poco al que está más arriba sin perjudicar a uno ni a otro; de hecho, difícilmente se haya fundido un gran capital llorando y gritando que «no hay plata», y sí la desigualdad ha llegado a instalar una brecha casi insalvable; y esto apoyado en la batalla cultural que consiste en que, sobre todo a merced de las redes, ese que está más abajo piense y esté convencido de que tal condición es su destino mientras el olor de las vacas (ajenas, por cierto) lo convence de que le pertenecen y ya con ese poquito de las heces puede estar a salvo.
Y a ello hay que añadirle la desinformación: lo que te dicen, lo que no te dicen, lo que te hacen creer, lo que es y lo que no es; no debe haber bajeza más grande que la deshonestidad intelectual. Por ejemplo, cuando en nuestro terruño desdoblaron los sueldos, la medida -muy desagradable y no porque no haya recursos- recaía sobre los empleados estatales, ¿verdad?; es decir, sector público de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y… (falta uno)… esa exención, ¿dónde y cuándo se blanqueó? Entonces, lo de la ‘casta’, ¿en qué quedó?; porque es vergonzoso y de público conocimiento el aumento de hasta un 50% en los haberes de funcionarios nacionales, del que ahora quieren arrepentirse y echarle la culpa a ya saben quién.
No está bueno reírse hasta la mofa generalizada de un pibe que se desmaya en un acto escolar; es muy vulgar para la máxima autoridad de un país expresar sus traumas devenidos en odio, violencia gestual y verbal queriendo ‘mear’ a los gobernadores de las provincias; y todo esto sin contar lo que no sabemos y, a veces, no queremos escuchar: al principio los precios aumentaban por el dólar, pero ahora el dólar bajó; ¿y los precios?
Alemania cobra impuesto a la riqueza; Brasil está a punto de lograr el déficit cero por el mismo camino. ¡Por Dios!, ¿no nos damos cuenta de que a pocos les está yendo fenomenal?, ¡porque no ganan menos y al no aumentar los ingresos el ajuste lo tienen los que ya están pagando una boleta de luz domiciliaria a treinta y tres mil mangos! ¿Es posible tanta indolencia odiosa? ¿Tanto cañuto guardado hay que si cuesta más caro echamos mano a un ahorro que quizá llevó años?
Todo esto es muy grave; puede ser que haya cambiado la forma de hacer la política, pero los que no estaban quieren estar para lo mismo y aún mucho peor.
Será que tenemos un país tan rico y sobrado de recursos que no nos damos cuenta para que un soberbio y desquiciado que firma sin saber lo que firma tenga que regir nuestro presente y el derrotero venidero.