Si no terminamos con el odio, el miedo y la angustia nos destruirán

Cuenta la mitología griega, que Pandora, la esposa de Prometeo -aquél que robó el fuego a los dioses y se los dio a los hombres para que tuvieran la tecnología- por simple curiosidad, aunque lo tenía prohibido, abrió la caja de todos los males. Y estos, velozmente, se dispersaron por el mundo afligiendo a la Humanidad. Aterrada, cerró la Caja, atrapando a la esperanza, lo último que quedaba para afrontar la adversidad.
“El odio es un sentimiento que sólo existe donde no hay lugar para la inteligencia”
Tennessee Williams
Con la Libertad, quedamos indeterminados, sujetos a nuestras propias decisiones y totalmente responsables de las mismas. Una libertad que más de las veces se encuentra entre el Deseo y la Ley. El deseo no es solo personal, subjetivo, también es colectivo. Y la Ley, trata de ser objetiva, igual para todos, reglando la relación intersubjetiva de la convivencia social, aplicándose a Sujetos concretos. El Deseo, las pulsiones, son connaturales al ser humano, y del mismo modo podemos decir del Afecto. Tanto el Deseo como el Afecto, se pueden complementar. Ambos son atravesados por sentimientos de Amor u Odio. Pero mediados por lo simbólico, el lenguaje y el pensamiento. El problema surge cuando son desordenados, manipulando cualquiera de estos sentimientos absolutamente uno al otro o viceversa, sin ninguna guía de Razón que devenga de la conciencia de la dignidad humana.
Liberar al odio, a la violencia, generando miedo y angustia en la población, es la maldad absoluta. No es Libertad. Es sumisión y esclavitud. Es buscar la destrucción del ser humano. Es hacer que nos olvidemos de nosotros mismos, de quienes somos realmente: personas y con dignidad. Y que dependemos unos de los otros, y que somos los unos con los otros. Es el egoísmo absoluto. El individualismo indiferente y materialista que niega la existencia de otros que no sea el individuo. Paraliza cualquier acción colectiva, comunitaria y solidaria. Destruye al espíritu humano.
“Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”
Víctor Hugo
Dicen que el Corazón tiene sinrazones que la Razón no conoce. Pero también la Razón construye sinrazones para cautivar a las personas. Por eso no toda libertad de expresión es verdadera y buena, ni toda Ley es justa. Tampoco el Poder real o formal es justo. Liberar el deseo desordenado suprimiendo a la razón, al espíritu, volviendo a la persona una cosa, con tolerancia relativa de vida, convirtiéndola en objeto de placer y frivolidad, obnubilando su sentido real de existencia, es un violento golpe a la cara del respeto a la vida, a la inocencia, a la honradez y a lo que es correcto.
¿Acaso este Gobierno quiere que no nos sorprendamos por la represión a los jubilados, el abandono de la seguridad social, el abuso a los niños, la violencia de género, los jóvenes zombis con la droga y la delincuencia, naturalizando la desigualdad, la injusticia y la muerte? ¿Con qué fin? Con el fin de la codicia, el dominio del corazón metálico al que no le importa el sufrimiento del prójimo del que forma parte ni deja lugar a la sensibilidad, si el Otro sufre o muere. Dar permiso para odiar, como promueve este gobierno, es perversión y delito.
No existe la “gente de bien”. Una gran mentira. Todos somos gente de bien. Todos iguales en dignidad, derechos y obligaciones. Los que se autodenominen “gente de bien”, o cualquier sector que se diferencie del resto de la población, no merece ser respetado en nuestra Comunidad. Discriminar a las personas por su nivel económico, cultura, costumbres, marginalidad, discapacidad, edad, género, creencia o por cualquier otro prejuicio, ocasiona un grave daño y perjuicio a nuestra identidad y a nuestro ser como personas.
Lamentablemente en las sociedades existen personas delincuentes, mentirosas, dañinas y perversas; en todos los sectores sociales y en el Poder especialmente. Pero no son toda la población. A mayor responsabilidad, mayor rendición de cuentas. Somos una Comunidad y unos nos debemos a otros. Y las estructuras de desigualdad e injusticia que afectan a la argentina no vienen de generación espontánea, han sido producidas y establecidas por minorías poderosas y sus oportunistas lacayos políticos, judiciales y sindicales que arbitrariamente deciden sobre nuestras vidas. Hay que detener esa maldad.
Nos extrañamos hipócritamente de la violencia; en las calles, entre los vecinos, de los jóvenes en la escuela y boliches, de los padres de alumnos, de familiares de pacientes en los hospitales, de los femicidios, filicidios, parricidios, abusos, estafas y engaños, represión de la protesta, indiferencia política, oportunismo sindical y desidia judicial, pero negamos en realidad que todo ello se profundiza con la irresponsabilidad de un gobierno que promueve el odio serpenteando con la ira, la emoción y el insulto, con falsas culpas ideológicas anacrónicas y fantasmales, buscando chivos expiatorios del dolor y muerte que ellos mismos producen. ¿Acaso existe la Ley? ¿De qué la vigencia de Ley hablamos si los gobernantes la usan para su propio beneficio y los que deben legislarla y hacerla cumplir, cobardemente se retrotraen al oportunismo más conveniente? Han soltado las cadenas de la ira para someter al Pueblo y nadie sale a defenderlo. ¿Será que el Pueblo debe actuar por sí mismo?
“El odio es la venganza de un cobarde intimidado”
George Bernard Shaw
¿En dónde está la esperanza? ¿A dónde se nos ha escapado la felicidad? ¿En qué obscuridad nos encontramos que se ha ocultado el cielo? En la ominosa noche, los ladrones aprovechan para quitarnos bienes y vida.
Entonces, exhortemos a nuestra conciencia, que se abran nuestros ojos y de quienes nos gobiernan, para que de la conversión nuestros corazones, renazca la responsabilidad solidaria del amor a nuestros semejantes y al medio en que vivimos, para concretar la esperanza de una sociedad justa y saludable.



