Ideas que valen la pena

La cultura del encuentro, la concordia y el diálogo: claves urgentes para un futuro compartido

Una reflexión del escribano Eduardo Gastón Mones Ruiz.

En tiempos en que la Argentina se ve atravesada por tensiones económicas, sociales y culturales cada vez más profundas, vuelve a resonar con fuerza el pensamiento de un dirigente que ha hecho de la ética y la responsabilidad ciudadana una forma de vida: el escribano Eduardo Gastón Mones Ruiz.

Con más de sesenta años de compromiso político ininterrumpido con San Luis y con el país —y con apenas seis años en cargos institucionales, entre su paso como intendente (1973–1976) y diputado provincial—, Mones Ruiz es una de esas figuras cuya autoridad no surge del lugar que ocupa, sino de la coherencia de su palabra, su trayectoria y su ejemplo.

En diciembre de 2024, compartió un extenso escrito que, por su lucidez y profundidad, merece ser recuperado hoy. No solo porque las circunstancias que motivaron su redacción siguen vigentes, sino porque en ese texto se encuentra una hoja de ruta para pensar con esperanza, pero también con rigor, el presente y el porvenir argentino.

En el corazón de su propuesta se encuentran tres ejes estructurales:

  1. La Cultura del Encuentro (no del desencuentro)
  2. Una Convivencia con Concordia (no con discordia)
  3. El Diálogo de Iguales (sin prepotencias ni imposiciones)

Estas no son consignas vacías ni lugares comunes: son cimientos posibles de una democracia renovada, más humana y más justa. La cultura del encuentro supone ver al otro no como adversario a derrotar, sino como alguien con quien vale la pena construir. La concordia no es eliminar el conflicto, sino tramitarlo sin violencia ni desprecio. Y el diálogo entre iguales exige humildad, escucha activa y reciprocidad. Son principios simples, pero poderosos, cuya ausencia explica muchas de las miserias que padecemos.

A partir de su análisis de la realidad —informado por lecturas filosóficas, sociológicas y éticas—, Mones Ruiz plantea que enfrentamos un conjunto de violencias interrelacionadas: sociales, económicas, tecnológicas y hasta climáticas, que generan miedo, fragmentación e incertidumbre. Frente a esa complejidad, no alcanza con administrar lo dado: hay que animarse a proponer otra forma de vivir juntos.

Desde una ética del cuidado y la responsabilidad, identifica una enfermedad persistente en la vida política argentina: la tendencia a tropezar con las mismas piedras, a repetir errores sin aprendizaje, a retroceder para volver a empezar como si nada hubiera pasado. Es lo que llama, con ironía amarga, nuestro “mito de Sísifo nacional”.

En ese contexto, reclama una política que se reconcilie con el Derecho y con la Ética, y que vuelva a ocupar su lugar como herramienta de transformación colectiva. Propone objetivos claros:

  • Promover la participación ciudadana genuina.
  • Garantizar derechos sociales efectivos.
  • Cuidar especialmente a los sectores más vulnerables.

En particular, pone el foco en la infancia y la juventud como prioridades absolutas. Su diagnóstico es tan certero como alarmante: si no cuidamos a nuestros niños, la Argentina renuncia a su futuro. Y es enfático en su crítica a una dirigencia que no demuestra gestos ni planes contundentes para revertir este rumbo desolador.

Pero quizás lo más original de su intervención sea su propuesta de una nueva ética pública fundada en lo que denomina las Tres “ESE”:

  1. Serenidad, como templanza frente al caos, equilibrio frente al ruido, y capacidad de actuar sin odio. En tiempos de crisis, ser sereno no es ser pasivo, sino mantener la paz interior como forma de resistencia.
  2. Sensatez, como sabiduría práctica que distingue lo esencial de lo accesorio. Es la virtud que permite pensar con perspectiva, sin caer en soluciones fáciles ni en extremos inútiles.
  3. Solidaridad, como expresión concreta de empatía, respeto y compromiso con el otro. No como gesto paternalista, sino como acto radical de justicia.

Estas virtudes —presentadas no como ideales abstractos, sino como herramientas urgentes— ofrecen un camino frente al avance de una cultura basada en el odio, los insultos y la violencia simbólica que dominan el espacio público, muchas veces amplificados por los algoritmos de las redes y la lógica implacable del mercado digital.

El autor advierte que esta falsa exaltación de la agresividad como símbolo de coraje está destruyendo los vínculos sociales. En cambio, plantea que hace falta mucho más valor para construir con amor, con paciencia y con esperanza, que para odiar por costumbre.

Mones Ruiz no oculta su preocupación por la expansión de nuevas formas de dominación simbólica, como la “infocracia” o la “infodemia”, fenómenos donde la sobreinformación y la manipulación de datos confunden, paralizan y predisponen a la agresión. Pero también reafirma su confianza en la resiliencia del espíritu humano, que sigue siendo la última garantía para elegir otros caminos.

El escrito concluye con una frase que lo acompañó durante décadas y que cobra hoy una actualidad casi profética:

Hay que transformar el ‘yo’ individualista y abstracto en el ‘nosotros’ solidario y concreto”.

Ese “nosotros” no niega la individualidad, sino que la sitúa en relación con los demás, con la comunidad, con un país que nos necesita unidos para salir adelante.

En una Argentina desgarrada, la voz serena y comprometida de Eduardo Gastón Mones Ruiz nos recuerda que todavía es posible imaginar otra forma de convivir: más justa, más humana, más sensible. Y que para lograrlo no se necesitan cargos ni poder, sino decisión, principios y coraje moral.

Hoy, cuando tanto parece tambalear, recuperar sus palabras no es un gesto nostálgico: es una apuesta vital por el futuro.

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