Recuperar el Encuentro (tan temido)
¿El encuentro con quién? ¿Es tan evidente que todavía no lo hayamos visto? ¿Qué sentido tiene esperar el día propicio para romper las barreras que nos impiden vernos a nosotros mismos y a los demás, cuando no existe día más propicio que el presente? ¿O cada día?
Esperamos, por una razón u otra, por un rencor u otro, por una oportunidad u otra, que lleguen esos días de equilibrio, de paz interior, familiar, “días especiales” para recomponer nuestras vidas, o por lo menos recomponerlas con los demás.
Esos días esperados por muchos son los días de encuentro. Para la mayoría, contrariamente a lo que nos digan, divulguen o impongan los medios y las redes, no son solo días de fiesta, frivolidad o excesos. Para casi todos, son días de esperanza. Porque no hay personas sobre la Tierra que no esperen felicidad. O algo de felicidad, que ya es mucho.
Uno de esos días es la Navidad. Creyentes o no, es la rememoración y conmemoración de un acontecimiento único en la historia de la humanidad que se ha extendido a muchos pueblos. Aún en la tradición judaica, islámica, china o de cualquier otra cultura, hay una festividad que impulsa al encuentro con el otro, sea quien sea.
No está de más recordar que, durante la Primera Guerra Mundial, en el frente occidental, los soldados de ambos bandos cruzaron sus líneas para saludarse mutuamente, lo que llenó de estupor a los generales de los países enfrentados, porque en Nochebuena se detuvo la guerra. Se amenazó con castigar a los soldados, pero el encuentro ya estaba hecho. Esto sucedió porque en la raíz del corazón de los humildes de cada pueblo hay un reconocimiento del carácter frágil y profundamente humano del valor de la vida, lejos de la ambición y codicia de quienes los envían a la guerra.
Otras personas honestas, justas y de sentido común, con sabiduría y buena razón, desde un lugar u otro, claman para que todos los días sean días de visibilidad del Otro, de consideración, respeto, tolerancia y encuentro con el Otro. Y el Otro también son los pueblos. En realidad, todos los días deberían ser de Navidad, si esta se vive con el verdadero espíritu de encuentro. O con la buena voluntad para el encuentro.
Son días que, para que el encuentro sea real, exigen Verdad y Justicia. Sin Verdad, no hay reconocimiento de lo que somos, de lo que hemos hecho y hacemos, ni de la búsqueda para recomponer lo que se debe reconstruir, incluso nuestras propias vidas y las de los demás; especialmente las de los cercanos, los próximos, la familia. Es mucho más de lo que creemos que podemos hacer si nos decidimos a hacerlo. Desde allí se comienza a transitar el camino de lo que hayamos roto o de lo que está roto: el único puente posible para el encuentro es la Justicia. Sin Verdad y sin Justicia, no hay posibilidad de perdón ni de reconciliación. Y, por supuesto, tampoco de paz. No existe la paz sin reconciliación, pero no existe reconciliación sin Verdad y Justicia. Es elemental.
Si concebimos que hay días especiales para el Encuentro, somos unos hipócritas. Los días especiales siempre son el Hoy. ¿Qué esperamos para decidirnos? Puede ser el último día para nosotros, para quienes estamos en deuda, para pedir perdón a nuestros padres, esposo, esposa, hijos e hijas… para perdonarlos y perdonarnos también. Porque sería una gran pena no acudir al encuentro, infinidad de veces pospuesto por estar ocupados, o por temor o vergüenza, y dejar para otro día o momento el instante más importante: el del consuelo infinito.