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¿Vientos de cambio? ¿ de libertad? ¿o de recuperar la razón y el corazón?

Han bastardeado tanto el concepto de Justicia, de cambio, y ahora también el de Libertad, que sólo nos queda como única salida posible volver a la Razón, pero a la Razón de lo Humano, de la conciencia moral y espiritual, no a la de nuestro egoísmo y perversión.

Ni permitir tampoco el egoísmo y perversión de los demás. Pero antes de eso, volver a la sensibilidad del sentido patente del milagro de la vida, para que toda animosidad, ira, pendencia, suspicacia y miedo, sean dominados por nuestra voluntad. 

“Se me procesa ante la Justicia, pero en mi opinión, es el gobierno quien debe estar procesado, y la única Justicia que respeto sólo es la de la conciencia humana” (Gandhi, ante el Tribunal Británico)

Parece absurdo que la materialidad con que a veces miramos y vivimos la existencia nos comprima tanto, que el pesimismo y la inacción impidan que reaccionemos cuando hace falta, para resguardar y asegurar la sana convivencia. Esa omisión siempre va en desmedro de alguien, de un prójimo concreto y de la Patria que nos cobija.

Es lamentable no reconocer que vivimos en Comunidad con otros, empezando por la familia, y que los otros importan. Lo que nos pasa a la mayoría de las personas, por un lado, es consecuencia de no aceptar la Verdad, al consentir con los atropellos de la injusticia, viendo lo que no queremos ver y no hacer nada. Oyendo sin querer oír y quedar callados. Cuando no hay desesperanza y resignación, hay egoísmo, pero somos corresponsables los unos de los otros. Pero, sobre todo, desconocemos la potencialidad de nuestra voluntad para luchar por lo que es justo y creerlo posible.          

Si las necesidades y frustraciones nos paralizan, lo primero es cuidar que no afecten a los sentimientos y emociones, que nos dañan y a los que nos rodean. Lo de afuera no puede ser más importante que nuestra persona. Si estamos equilibrados, tendremos claridad, decidiendo y actuando para el bienestar del conjunto. Nada ni nadie nos pueden descentrar de lo que somos o de nuestro proyecto de vida.

Y si nos preocupa lo que le ocurre al prójimo, pero nuestro compromiso sólo es mental, mediático, nada más que de palabras, quejas, gestos y hasta reuniones, sin real compromiso con el sufrimiento de los demás, sin desinterés total y lealtad permanente a esa gente que nos preocupa demostrada en obras, en acompañamiento, somos unos hipócritas.  

¿Qué valor tendrán las luchas, la solidaridad, las protestas, las marchas políticas y sociales, si somos incapaces de sustraernos a prácticas nefastas y oportunistas, a la opinión pública que deforma la realidad, la adicción a la frivolidad y desinformación de las redes, en lugar de cultivar una mirada crítica y libre de suspicacia y prejuicio? ¿De qué vale adherir a cualquier lucha si no confiamos los unos en los otros, si no estamos donde debemos estar más allá del miedo y la represión?

“Cuando el Poder dispara, está reconociendo su propia debilidad. El diálogo ya no puede mantenerse en lo sucesivo a un nivel donde sea posible algún compromiso. El diálogo se vuelve estático, carente de significado. Y con ello reduce su poder efectivo”. M. Gandhi

Cuando está en juego la vida, los gobiernos injustos muestran los colmillos. Estamos acostumbrados a que, de un modo u otro, la Política nos atraviese. Y hablar de sentimiento y ética parece desconectado de la realidad, e ilusorio en la lucha política; cuando es lo que determina la auténtica realidad.

Harto difícil es desterrar el odio y la indiferencia, la denostación y la mentira del corazón -más que de la mente y la razón- de los que se resisten a abandonar la codicia, el placer y el Poder.  Ídolos sucedáneos de la pérdida del sentido, hoy concentrados en unos pocos y soportados y resistidos como dura y pesada cruz por la mayoría.  

 

“No podemos hacer a los que nos odian, lo que ellos hacen con nosotros. Tenemos que demostrarles que nosotros podemos ir más allá de ese odio. Ellos no son enemigos. Ellos necesitan, como nosotros, liberarse de ese odio”.  M. L. King

La indiferencia -soberbia del odio- desfigura a las personas, volviéndolas enemigas unas a las otras, llegando a perder la sensibilidad de reaccionar hasta cuando golpean y reprimen a trabajadores y jubilados sin importarles que resistan, por exigir una vida digna. Negándolos a ellos, nos negamos a nosotros mismos. Entonces, ¿de qué vale ganar el mundo si perdemos el alma, el real significado de lo humano y espiritual? ¿De qué vale la vida si no tenemos un amor que se exprese en actos cotidianos? ¿Qué sentido tiene la vida si no creemos en lo que somos y en la misteriosa razón por la que venimos a la vida?

“El cambio real, la Revolución,   provienen del corazón”

 

 

  

 

    

 

 

 

 

 

 

                    

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